Quedamos a las dos. Yo llegué a las tres. De cualquier forma tenía previsto no
verte, o, mejor dicho, había mentido en decirte que sí, que estaba bien eso de
encontrarnos después de clases.
Te juro que no me costó nada recrear la escena: los dos sentados en la banca
sombreada, al principio un poco lentas las palabras, mi sonrisa temblorosa, tu
historia fragmentada.
El calor de la tarde, la interrupción del ambulante, la petición de caridad
Unpesoquemeregalepacomer
Luego sugerir la caminata:
Vamos al café que te gusta, hay tanto que platicar.
Y así, andando sobre la acera, reír juntos, hablar de los otros, regresar a aquellos días, tomarnos de la mano, comprobar que el cuenco que hay entre tus dedos se ajusta a la medida de mis manos
lo demás es cuestión de inercia.
Bordear la línea del abismo, no mirar el rostro del dolor. No es necesario volver a él.
Así de sencillo fue.