Aquellos dí­as / Vanessa Cabuto Enrí­quez

Quedamos a las dos. Yo llegué a las tres. De cualquier forma tenía previsto no

verte, o, mejor dicho, había mentido en decirte que sí, que estaba bien eso de
encontrarnos después de clases.
Te juro que no me costó nada recrear la escena: los dos sentados en la banca
sombreada, al principio un poco lentas las palabras, mi sonrisa temblorosa, tu
historia fragmentada.
El calor de la tarde, la interrupción del ambulante, la petición de caridad
Unpesoquemeregalepacomer

Luego sugerir la caminata:
Vamos al café que te gusta, hay tanto que platicar.
Y así, andando sobre la acera, reír juntos, hablar de los otros, regresar a aquellos días, tomarnos de la mano, comprobar que el cuenco que hay entre tus dedos se ajusta a la medida de mis manos
lo demás es cuestión de inercia.
Bordear la línea del abismo, no mirar el rostro del dolor. No es necesario volver a él.
Así de sencillo fue.

 

Pero en cambio,
decidí darle vueltas al reloj.
Hice que fueran las dos, las tres, las cuatro del día anterior hasta llegar a donde no me sé ya tu nombre, ni reconozco la banca sombreada, ni mis manos tienen los surcos de tus dedos.
Di la vuelta al reloj y lo dejé en los tiempos aquellos
segura ya de que este día llegará y que nos reconoceremos cuando nos veamos.
Tú dirás veámonos a las dos 
y yo, ahora lo sé
llegaré irremediablemente a las tres.

 

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