a mi Lola
—¿Ves esa cerda de allá?
—¿La del camisón dorado?
—Ésa.
—Tiene buenas tetas.
—Teta. Le cortaron una.
—Pues se ve muy entera.
—El cáncer.
—El cáncer.
—Sí, el cáncer. Es mi novia.
—Tú no puedes tener novia.
—Por qué no.
—Porque mataste a tu mujer por andar cogiendo con tu amigo ese de la gorra.
—¿Y qué tiene de malo?
—No tenías mujer.
—Pero ya me estoy corrigiendo.
—No debes andar viendo mujeres.
—Y tú no puedes ver niños. Así que cállate.
—Yo no estoy viendo niños.
—Pero no puedes verlos.
—Si quiero los veo.
—¿Ya te enojaste? Contigo no se puede hablar. No se puede hablar.
—No me enojé. Y no me grites que te van a oír.
—Contigo no se puede hablar. Qué tiene de malo que veas niños. Yo puedo tener novia y tú ver niños. De eso se trata. De vencer al demonio en su propia cueva.
—¿Dijiste cueva?
—En su propia cueva.
—Eso es importante.
—¿Ves ésa de allá?
—¿La de bigote largo?
—Ésa. Es mi novia.
—Le cortaron las dos tetas.
—No le cortaron nada.
—Yo no le veo tetas.
—Que nunca las tuvo. Nunca las tuvo. Que nunca las tuvo.
—Ésa no puede ser tu novia.
—¿Y tú qué sabes? Me quiere mucho. Baja a verme todos los domingos. Podría ir a tomar el sol en el jardín, pero prefiere pasar por la fila para que la vea.
—Ella no puede ser tu novia. No tiene tetas. Orina parada.
—Creo que se llama Pedro.
—Es bonito nombre, si quieres construir una catedral o un estadio.
—Está bien, si te gusta te la dejo, de todos modos nos van a quemar a todos mañana. Para eso es el horno que compraron.
—¿Nos van a quemar?
—No digas en voz alta. Es secreto. Me lo dijo el guardia. Ya no cabemos. Van a irnos quemando. Primero a los más pendejos.
—No me digas así.
—Tú haz lo que quieras. Ya todos saben que a ti te gustan los niños.
—A mí no me gustan. Es a mi mamá.
—Te gustan mucho los niños.
—A mí no me gustan. Mi mamá me dice que me los coja, y que se los mande para que no se entere el policía. El otro día me pidió que te matara.
—¿Mamá?
—Que te matara con un aparato de esos que usa la policía para electrocutar gente en la calle.
—No era tu mamá.
—Sí era.
—¿Cómo sabes?
—Porque yo lo sé.
—¿Te dijo que era tu mamá?
—Me lo dijo.
—Entonces no era, mamá no dice su nombre. Es un secreto. Y menos a un loco cogeniños.
—Entonces no me lo dijo.
—Entonces no era. ¿Ves a esa gorda con el suéter amarrado a la cabeza?
—¿Es mi mamá?
—No, pendejo, es mi novia, pero si te dijera que es mamá, seguramente se lo creerías.
—Tiene buenas tetas.
—Así me gustan. ¿Por qué te gustan los niños si no tienen tetas?
—Ésa es una buena pregunta.
—Los niños no tienen tetas. Tampoco las niñas.
—¿Tú crees que un delito es peor que otro? Todos son delitos.
—Tienes razón, pero los niños no tienen tetas.
—…
—¿Gritan mucho?
—Algo.
—¿Por eso los matas?
—No, que mi mamá me dice que se los mande.
—Si yo me cogiera a un niño lo enterraría en el patio de mi casa.
—No tienes casa.
—Si yo fuera de esos degenerados como tú que cogen niños me compraría una casa con patio.
—Yo un refrigerador.
—Ésa es otra opción. ¿Te has comido alguna vez a un niño?
—¿La sangre cuenta?
—¿Eres judío?
—No. No. Creo que no. ¿Parezco judío?
—Entonces no cuenta.
—¿Cuentan los dedos?
—Esos sí.
—Son como huesos de pollo.
—¿Con quién hablas?
—Los dedos de los niños son como los huesos de… como los huesos de…
—Son pequeños.
—Sí. Son pequeños.
—Y tienen pitito. Por eso te gustan.
—El pito no tiene hueso.
—En los niños no.
—En los niños no. Puro cartílago.
—¿Por eso te gustan los niños?
—A mí no.
—Deberían quemarte vivo.
—Ésa es otra opción.
—Pero no puedes tocar niños.
—No, pero me gustaría tener una cosa de ésas con muchos niños.
—¿Un jardín de niños?
—No, lo otro con niños.
—¿Con cerda también?
—Y carro y casa en abonos.
—Una familia.
—Gracias. Me gustaría tener una familia con muchos niños.
—A la familia hay que cuidarla. No debes dejar que los niños salgan solos a la calle. Revísales su tarea todos los días y cuéntales algo antes de dormir. Comen tres veces por día. Y debes cuidar que evacúen correctamente, para que no se inflen y revienten. Si un extraño se les acerca deben correr. Si un conocido se les acerca no deben correr, a menos que los quiera tocar. Debes cuidarla mucho.
—Lo haré.
—Yo también tengo mis aspiraciones.
—Y también quisiera un perro.
[…]
—Nada de lo que dices me parece razonable. Tuve alguien con quien platicaba mejor.
—¿Cuándo?
—Antes de ti.
—Antes de mí no hay nadie. Soy el principio y el fin.
—¿Y no te da vergüenza?
—¿Ves aquel barco? Lleva días dando vueltas por el muelle.
—Lo mío no es la navegación. No podría criticarlo.
—Deberíamos darle la bienvenida.
—Olvídalo, que no se quede. Cuándo has sabido de un barco que traiga buenas noticias.
—Por eso deberíamos recibirlo con uno de esos bailes jaguallanos.
—Solo traen peste, misiles, inmigrantes.
—Materias primas baratas, productos de baja calidad, petróleo. En fin. Es un tema bastante complicado.
—Misiles, peste, inmigrantes. Putas. Muchas putas.
—Si yo hubiera sido puta vivir no me sería tan difícil.
—El gobierno les tira alimentos en paracaídas.
—También a las lesbianas.
—El gobierno tira comida en paracaídas a todas las cerdas del mundo. Ser cerda es la forma más amable de llevársela bien mientras… mientras…
—¿Morimos?
—Ésa es la menor de las opciones, pero sí, hay gente que se sube a esos barcos creyendo que va de día de campo y termina veinte años cosiendo pantalones de mezclilla en un barco fábrica.
—¿Ves a la mujer con una sola teta que saluda desde el barco?
—Me parece conocida.
—Es mi novia. Tiene cáncer.
—¿Tendrá remedio?
—Sólo si le cortan una teta, pero ella no quiere, no podría soportar pasarse la vida saludando desde la cubierta de un barco a la deriva, con su única teta sana. Lo más probable es que muera.
—Dos tetas son mejor que una.
—Mi primera mujer no sabía cocinar, pasaba el día gritando y no cuidaba bien a las cabras, así que fui a hablar con sus padres, y se la devolví, pero no quisieron devolverme las diez cabras que había pagado por ella. Algo estoy haciendo mal con el amor que nunca me resulta del todo bien.
—Cristo también tuvo problemas con las mujeres.
—Pero para él la vida fue más fácil.
—Sí, el gobierno le tiraba comida en paracaídas.
—A sus apóstoles también.
—Eso no lo sé, creo que estás inventando, pero es posible que a sus apóstoles también.
—Eso explicaría la repartición de los panes y los pescados. Entre otras cosas.
—Eso es lo que me gusta de la teología.
—¿Te gusta la teología?
—Otras cosas más, pero la teología tiene lo suyo. Puedes encontrar solución a tus problemas cotidianos partiendo de premisas doctrinales.
—La repartición de los panes no es un asunto doctrinal.
—Es algo más anecdótico, menos relacionado con la fe.
—Eso. Eso quería decir.
—Y no sé tú, pero a esta altura de mi vida, después de dar un repaso muy rápido, puedo decirte que no tengo problemas cotidianos.
—Pero nos alimentan, ponen el televisor. De vez en cuando… ya sabes, de vez en cuando esos electrodos en los huevos. Y tu novia.
—Lo que me mantiene de pie es el amor.
—Estás sentado. Estamos sentados.
—Es un decir. De pie, sin caerme.
—A mí lo que me mantiene de pie son las correas en los brazos, y en el pecho. A ti también.
—Pero es el amor. Tengo una tarjeta de navidad que dice: Lo que me mantiene de pie es el amor. Lo que impide que me terminen de comer los gusanos es el amor. Los gusanos tienen un gusto bastante fino, cuando sienten que un pedacito de carne está al punto del amor, pasan y se comen otro. El amor nos salva del colmillo feroz de los gusanos.
—Puta madre, yo compro mis tarjetas en otra farmacia.
—¿Tú compras tarjetas, cómo sabes de farmacias?
—Es un decir.
—Entonces ya entendiste.
—Sí, ya lo entendí.
—El otro decía. Decía de un hombre que asesinaba mujeres y les cortaba los testículos.
—¿A las mujeres les cortaba los testículos?
—Era un depravado.
—¿No serías tú?
—Sabes qué pienso. Esto ni tiene sentido. Es algo que pienso con frecuencia. Perdón, pero así se dice: pienso con frecuencia. No tiene ningún sentido. Antes pensaban que no tenía sentido, pero ahora realmente no tiene sentido. Estar aquí mientras nos llevan a un horno. Así nada más. No se vale. Deberían darnos más prestaciones.
—Con el televisor no es suficiente.
—¿Escuchaste eso?
—¿A qué te refieres?
—Un ruido que parecía más un conjunto de palabras.
—¿Palabras humanas?
—Algo así.
—¿Palabras humanas como amor, escorbuto o, mejor aún, escalera?
—Fue algo más como: «Ya apaguen esa puta tele, cabrones, queremos dormir».
—Podríamos decir que sí, que efectivamente fueron palabras muy, pero muy humanas.
—Las sigo escuchando.
—¿Crees que quieran decir algo?
—No estoy seguro, siempre tuve problemas para descifrar ciertas metáforas complejas.
—Apaguen la puta tele no parece ser una metáfora.
—Es lo que te digo.
—¿Sabes qué pienso?
—Dilo.
—Es algo atrevido.
—Dilo, total, qué importa.
—Creo que en algún lugar alguien está molesto con nosotros.
—¿Te refieres al ruido?
—Estamos hablando de lo mismo.
—¿Y qué propones?
—Bueno, podríamos apagar el televisor.
—Buenas noches.
—Que descanses, hermano, que descanses.