La vista del Chiado
Juro que vi —en vísperas de Navidad— escurrir lágrimas de la generosa nariz judía de Pessoa, aunque comparte su pequeña placa de bronce con una nórdica de formas opulentas.
¿Sería obra de la llovizna, irreverentes gotas de cerveza o manifestación de genuino desagrado?
Eduardo Séptimo
La hoja ictérica del plátano
se despeña con un ligero ruido
en la alameda larga y alfabética
tocada como yo
por esa intermitente alma vegetal
que cae abandonada
en cualquier incierto sueño
o en inviernos largos y lluviosos.
Aquí, donde los pasos buscan el silencio
comienza mi exilio.
Metro
[…]
en la estación de metro Cais Sodré
a la más lluviosa hora de la mañana
la disforme liebre de azulejo
tiembla de mucho frío y contención
y la estación de embarque es un ser vivo
—pobre Alicia que rumia de pie
los restos lisérgicos de la primera comida—
impotente de ternura y de deseo,
la luz falsa, como un falso beso,
ilumina el frenesí de la muchedumbre
aprisionada entre el pasado y el futuro
antes de navegar por el río oscuro
donde Alicia envejece temprano
de pulso atado al reloj imperativo
[…]
Ciclón
Una tarde de febrero, un ciclón alcanza la siempre inerme Lisboa. Igualmente desprevenido, me entretengo en la ventana con las espirales de las hojas que acompañan la primera lluvia, mientras que los vigilantes del tiempo cargan el color de las alertas —amarillo pálido, naranja congestionado, rojo rubicundo.
Las tejas se agitan, incómodas en sus lechos, y este ligero ruido aquieta la tranquilidad de los interiores.
Las corrientes de aire circulan, las hijas ruidosas del viento pasan a través de las fachadas, golpean con las puertas, hacen caer los marcos de las estanterías. A lo lejos, en movimiento lentísimo, las olas se encaracolan en la dirección equivocada.
Las sombrillas del chino, a cinco euros, vuelven a lo largo de las fachadas como murciélagos estropeados, y entonces el aire se vuelve más rápido que el pensamiento: los árboles caen en la parte trasera, sobre la carretera. Se antoja, ahora, abrir las ventanas al viento y sentir su fuerza. Pero cómodamente se queda uno a ver, sin pensar.
La fisalia, sí, una carabela portuguesa, llegó a la costa en un remoto arenal del sudoeste. Llegaron los periódicos y las teves con todas las explicaciones, porque el bicho era raro y letal, con sus hidrodinámicos y ocultos dardos. Después de algunas —pocas— horas bajo la resolana, la fisalia se desvaneció, espantosa, en el límite ígneo de la marea alta, agua y misterios vaporizados con la vida.
El porqué de haber estado viva, aunque fuera sólo de agua, ninguna televisión supo explicar.
Versiones del portugués de Rafael Toriz
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À vista do Chiado
Juro que vi —em vésperas de Natal— escorrerem lágrimas do generoso nariz judaico de Pessoa, embora partilhasse a sua escassa tábula de bronze com uma nórdica de formas opulentas.
Seria obra do chuvisco, irreverentes gotas de cerveja, ou manifestação de genuíno desagrado?
Eduardo Sétimo
A folha ictérica do plátano / despenha-se com um ligeiro ruído / na alameda longa e atapetada // como eu tocada / por essa intermitente alma vegetal / que cai abandonada / a qualquer incerto sono / ou a invernos longos e chuvosos. // Aqui, onde os passos procuram o silêncio, / começa o meu exílio
Metro
[…] / na estação de metro Cais Sodré/ à mais chuvosa hora da manhã / a disforme lebre de azulejo / treme de muito frio e contenção // e a gare de embarque é um ser vivo / — pobre Alice que rumina em pé / os restos lisérgicos da primeira refeição — / impotente de ternura e de desejo, // a luz falsa, como um falso beijo, / ilumina o frenesi da multidão / aprisionada entre o passado e o futuro // antes de navegar pelo rio escuro / onde Alice envelhece temporã / de pulso atado ao relógio imperativo / […]
Ciclone
Certa tarde de Fevereiro, um ciclone atinge a sempre inerme Lisboa. Igualmente desprevenido, entretenho-me à janela com as espirais das folhas que acompanham a primeira chuva, enquanto os vigilantes do tempo carregam a cor dos alertas – amarelo pálido, laranja congestionado, vermelho rubicundo.
As telhas agitam-se, incómodas nos seus leitos, e este ligeiro ruído desinquieta a tranquilidade dos interiores.
As correntes de ar circulam, filhas ruidosas do vento passam através das frinchas, batem com as portas, fazem cair as molduras das estantes. Ao longe, em movimento lentíssimo, as ondas encaracolam na direcção errada.
Chapéus-de-chuva do chinês, a cinco euros, volteiam ao longo das fachadas como morcegos estropiados, e então, o ar torna-se mais rápido do que o pensamento: as árvores tombam nas traseiras, sobre a estrada. Apetece, agora, abrir as janelas ao vento e sentir-lhe a força. Mais comodamente fica-se a ver, sem pensar.
Fisália
A fisália, sim, uma caravela portuguesa, deu à costa em remoto areal do sudoeste. Vieram os jornais e as têvês com todas as explicações, porque a bicha era rara e letal, com as suas hidrodinâmicas e ocultos dardos. Após algumas – poucas – horas à torreira, a fisália desvaneceu-se, espantosa, no limite ígneo da preia-mar, água e mistérios vaporizados com a vida.
O porquê de ter estado viva, embora apenas água, nenhuma televisão soube explicar.