La casa
Las mujeres vivimos pegadas a las paredes
flotando pálidas,
las faldas ahuecadas por las sombras.
Lavamos la blancura para que suelte sémola
y en el invierno se ponga gris y áspera;
de mañana los cántaros vacíos
nos acompañan a la cañada por el agua,
vamos con la blusa fruncida para cubrir los senos,
el vientre hinchado ya no tiene levadura
sólo rencores crecidos.
Hay un hombre que viene todos los días,
se agazapa detrás de las ventanas, debajo de la mesa
y en las noches de lluvia entra en mi cama,
va tejiéndome hoyos en mis medias de lana,
flores en mi delantal liso, sus dedos se alargan
cada vez hasta tocar mis talones.
El bigote le crece y llena de suspiros la casa,
pero al amanecer tiene la cabeza cortada
y dentro una vela para alumbrar el hueco
de sus ojos ausentes.
El patio
Fui a Tecate con el patio trasero en mis uñas,
treinta años frente al muro
—frente al mar de Tijuana—
Mi cabeza ya no cabe entre barrotes,
treinta años en la banca. Vine a Tecate para subirme
a un burro lleno de droga, vine con el patio trasero
que he cargado desde que salí de Oaxaca.
En ese patio tengo encerrados treinta años.
Veo a diario los grandes edificios al amanecer,
cuando la tarde los va oscureciendo hasta ser sólo siluetas.
El muro crece cada día, cada hora, en cada sueño
es más largo y altísimo. Dicen que Tecate es un resquicio
libre de muros, vine para hundirme en los repliegues
de las montañas como animal de carga.
El hueco
El primer hueco en los montes,
el vacío sin saber dónde termina
¿es la muerte?
Van pasando como ácaros sobre montículos de nada
ciegos taladrando piedra sobre piedra,
cerro sobre cerro.
Cruzan por el único hueco en toda la frontera,
en esa fisura, ¿montaña, tierra, patria?
donde se concentra el desperdicio,
lo intransitable, la anulación;
donde ya no hay escobas, ni arañas, ni élitros.
Siento pisadas sobre mis ojos
me queda sólo media cara,
alguien hunde sus pies
me roba las pupilas.