dedicado a Maye Pérez
i. 25.08.2012
El tiempo ya espesó los hermosos cadáveres
que han sido refinados por mis hermanos vivos.
Desde temprano inhalamos las aromáticas
de benceno contra el ayuno crudo de voz.
«Respira» ordena la madre camino a la escuela.
«Desrespira» dice el hombre sucio de la bomba.
El tiempo ya espesó los hermosos cadáveres
que serán coloreados por mis hermanos vivos.
En su contra van el olor a viruta de lápices
y su espiral sostenido de luz que se afila.
Justo cuando tuvimos que aprender a morir
la niña descubre un libro que nos confiesa.
«Relee» ordena la maestra antes del timbre.
«Deslee» dice el teléfono antes de irse a casa.
En su contra van el olor a viruta de lápices
y su esperanza afilada de luz que expira.
Y la efímera verdad que hay tras lo combustible
despierta el apetito de la niña que lee.
Hoy ve los huesos viejos de un animal enorme
que han quedado empotrados y presos de sí mismos.
«Levántate» ordena el mechurrio como un cirio.
«Deslevántate» dicen todos los presupuestos.
Y la efímera verdad que hay tras lo combustible
es un monstruo que se come todas las verdades.
El tiempo ya espesó los hermosos cadáveres:
en su contra van el olor a viruta de lápices
y la efímera verdad que hay tras lo combustible.
ii. Gelasiano
Llegamos temprano al duelo y tarde a la paciencia:
misterios del límite magnetoestratigráfico.
Megaterio nuestro, falso tótem de lo vivo,
revelado en ese negro aceite de la piedra
que espesa lo inflamable y pereza lo infinito:
hemos conseguido un desierto a nuestra medida,
¿son estos incendios nuestra torpe zarza ardiente?
Fides quaerens intellectum: la fe busca entender
Padre de todas las perezas, suprema génesis,
ofrenda en sacrificio de tiempo y balancines,
sube y baja tu garra en medio de nuestro pecho
y extrae de nosotros alguna contrición:
un por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Bautízanos con la bilis negra y combustible
y refínanos para imitarte extinguiéndonos
en coordenadas de arena: Tacoa, Lama, Amuay.
Ya hace dos mil quinientos millones de años
que tu enorme cuerpo megatérico se hundía
en la brea huyendo de alguna muerte imposible:
tu apocalipsis también comenzó por el fuego.
Antes de que este paisaje se llamara Amuay
tus padres y cachorros lloraron los incendios.
Y en lugar de desaparecer, todos se hundieron
para volver hoy, inflamables, como venganza
de la carne sin luto de los huesitos negros.
Encima de tus restos levantamos la casa.
¿Cómo no querer matarnos, bestia originaria?
Hemos pretendido vivir de refinar los duelos
prehistóricos de tus muertos, tasados por barril.
Dominical fue el latigazo ardiente en Tacoa y
madrugada del sábado en Amuay. No descansas.
Misterios del límite magnetoestratigráfico:
llegamos temprano al duelo y tarde a la paciencia.
iii. Amuay
Dueña de los vientos y las aguas encontradas,
en tu lengua hubo tantos nombres para el fuego.
Nadie podría trazarte sin escupir cenizas
que sacudimos hace ya veintisiete años.
«¡Olvida!» dijeron con el poder calcinado.
«¡Recuerda!» dijeron tras morder las nuevas urnas.
Región de los vientos y las aguas encontradas,
en tu lengua hubo tantos tiempos para el fuego.
Desde mil novecientos ochenta y cinco apagan
las velas de tus muertos con puntas de cardón.
La alquimia de un jugo residual de bajo azufre
cartografía tus fronteras con nuestro infierno.
«¡Vive!» mandan los cuerpos que hay años abajo.
«¡Muere!» mandan los que olvidan cuerpos arriba.
Desde mil novecientos ochenta y cinco apagan
los ojos de tus muertos con puntas de cardón.
Tus escapularios encendidos por la brisa,
tragedia repetida de un volcán improvisado,
no bastan para traducir la crueldad del olvido
ni el duelo repetido en madrugadas de incendio.
«¡Despierta!» ordenan los muros cuando estallan.
«¡Duerme!» ordenan los huesos cuando aparecen.
Tus escapularios encendidos por la brisa,
tragedia improvisada de un volcán repetido.
Dueña de los vientos y las aguas encontradas,
desde mil novecientos ochenta y cinco apagan
tus escapularios encendidos por la brisa.