Después de la zozobra / Martha Canfield

Se recuerda a Ramón López Velarde

 

I

 

Llueve

como si toda la fuerza

de la lluvia

estuviera en el recuerdo

No hay llanto de la tarde

Hay una media luz mojada

y el regocijo de la carne

De acá de la ventana

el confín es adentro

donde la soledad y la orilla se confunden

y el otro está a tu lado

se puede sentir casi

en el erizamiento de la piel

en el camino que se abre desde atrás

hacia esta luz mojada de la lluvia

 

El otro se aparece deslindando tinieblas

 

No sobrecoge   Llena

No lacera   Acompaña

La tarde es gris y clara

y en el aire titilan las gotas cuando caen

Pero la luz sonríe

mis versos no son tristes

mi corazón no llora

el tiempo no transcurre

y en el agua que cae

la memoria parece

lavarse

disolverse

no pesar más no ser

dar una tregua

(al menos)

instalar una orilla

secreta

de este lado del vidrio

donde el otro es el mismo

en efecto

y acaso

 

 

II

 

A veces cuando llueve

“el alma se licúa sobre los clavos

de su cruz”

la cruz se desvanece

de los antiguos aguijones

sólo quedan

sueltas cabelleras

cuerpos dilatados

espacios ocupados de deseo

La lluvia cancela

y origina

 

En el aire lavado

no hay trazas de pesadumbre

o de remordimiento

Sólo la tensión de un cuerpo vivo

que al amparo nutritivo de lo húmedo

se expande

y se despliega

crece y se multiplica

se conoce en el acto mismo

de ser otro

 

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