CUCSH-2015B
Que gracioso es quitarse la ropa: es algo que haces a solas, en la privacidad de una habitación; algo que se siente como quitarse un pesado disfraz después de una larga fiesta. Llegas a casa, te diriges a un espacio específico y te liberas de tus prendas. Te quitas esa molesta e incómoda cascara que ha recubierto tu cuerpo durante todo el día; descansas del peso de tus prendas; disfrutas de ese pacifico momento entre la desnudez de tu piel y la soledad: es como quitarse de encima la insoportable carga de incontables miradas invisibles y al fin descansar.
Quitarse la ropa produce una sensación de relajación profunda, una auténtica sensación de libertad y seguridad que solo puede ser comparada con la emancipación de un esclavo: la separación entre sus cadenas y sus grilletes. Es algo que solo puedes hacer a solas o en la presencia de ti mismo, frente a ese fragmento siamés de carne que olvidaste que existía; pero que siempre estuvo ahí, esperando el momento oportuno para decirte que nunca se fue, que solo aguardaba con paciencia a que le encontraras.
Quitarse la ropa es una parte vital de nuestra vida diaria. Ya sea que estemos solos o acompañados del fragmento siamés perdido; nos permite respirar profundamente, y, por un momento, regresar a una etapa más primitiva en la que el universo entero se reducía a tu propia desprotegida e incipiente persona, y la realidad, el mundo entero, se vuelve tan frágil como un niño recién nacido.
Pero cuando salgas de la privacidad de tu hogar, vístete, abriga tu cuerpo, protégelo de las penetrantes miradas desconocidas, no permitas que vean tu libertad, porque hay quienes no dudarán ni un segundo en arrebatártela y violar tu desnudez con el implacable peso de sus miradas, en fusilarte con el sucio plomo de la ética y la moral.