Ondina: la difusa línea entre el bien y el mal / Zayra Cruz

CUCSH-2015B

En la mitología griega, las náyades eran las ninfas de aguas dulces como fuentes, arroyos, riachuelos y manantiales. Encarnaban la divinidad del curso de agua que habitaban. Las ondinas poseían una espectacular belleza y frecuentemente eran protagonistas de mitos en los que caían profundamente enamoradas de hombres o dioses.
     Retomando esta figura de los mitos griegos, Friedrich de la Motte Fouqué (1777-1843) escribe su obra más representativa en el siglo XVIII: Ondina. Publicada en alemán en 1811, y traducida al inglés por primera vez en 1818, esta narración sería adaptada libremente por Benjamin Lacombe para crear su obra ilustrada homónima.
     El relato, lleno de elementos y escenarios fantásticos, cuenta la historia de un caballero que abandona su ciudad a orillas del Danubio y se adentra de manera involuntaria en el bosque negro que la rodea. Así conoce a una pareja de pescadores y su hija adoptiva, Ondina, de quien queda perdidamente enamorado; pero a quien más adelante pierde por su infidelidad. Lo interesante del relato es la facilidad con que el autor plasma la naturaleza ambivalente de las ondinas.
     Contrario a la naturaleza típica de los dioses griegos, que se presentan bastante cercanos a la naturaleza humana en los mitos, las ondinas, aunque dotadas de una capacidad para amar, comúnmente son descritas como seres poco benévolos, vengativos, celosos o caprichosos. Esto se debe a que los hombres querían asignarles una moral humana ajena a su naturaleza de entes divinos y etéreos. Es en el relato de Fouqué, en donde se habla de manera más explícita sobre esta naturaleza extraña y desconocida para los humanos: “Las ondinas no tienen alma humana. Su existencia transcurre feliz en el fondo del lago, en una eterna edad de inocencia. Su raza no sabe del pecado ni del Bien ni del Mal.”
     Solo cuando Ondina, la protagonista del cuento, se casa con Herr Hans de Ringstetten es que obtiene un alma humana. Entonces, toda la esencia caprichosa y juguetona que la caracterizaba en un principio desaparece de súbito y Ondina debe luchar por adaptarse a un nuevo y desconocido mundo. La pareja de recién casados lleva una vida tranquila hasta que la verdadera familia de Ondina comienza a llamarla de vuelta a su naturaleza, advirtiéndole que jamás será feliz al lado de ese hombre; todos los humanos sucumben al engaño. Para desgracia de la pareja, esto es exactamente es lo que sucede.
     En la adaptación de Benjamin Lacombe, Hans llega a la cabaña de los pescadores a causa de un desafío. Les explica que Ursula, la hija de los duques, fue quien lo desafió a cruzar el bosque negro. Es este tercer personaje quien, durante todo el relato, no deja de rechazar la idea de que una ninfa y un hombre unieran su vida en matrimonio. Al final, Hans sucumbe a estas reflexiones y desprecia a Ondina, quien debe regresar a su hogar original.
     La ninfa, poco a poco, comienza a recuperar su naturaleza. Ondina no se olvida de su amante y cada noche, en sueños, acude a su encuentro. Pero, este frágil lazo se rompe cuando Hans comete el atrevimiento de casarse con Úrsula. Las ondinas, llenas de ira; al sentirse ofendidas por la humillación que una de sus hermanas recibe, inundan el castillo. Entonces se comprende porque son descritas como seres vengativos. No es inusual leer mitos en donde las ninfas se ofenden con facilidad por actos humanos. Estas diferencias entre humanos y ninfas conllevan casi siempre a la tragedia.
     Lo que nos lleva al final de la obra, parte que me causa fascinación por ser un conciso resumen de la actitud ambigua que caracteriza a las ondinas. Después del diluvio que inunda todo el castillo, Ondina aparece de nuevo para observar como la corriente arrastra a un hombre (Hans) hasta donde se encuentra ella. Las últimas palabras que le dedica son: “¡Oh, que hermoso es este, cuanto lo habría amado!”.

 

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