Siendo los más jóvenes del pabellón de enfermos de cáncer, no tardaron en enamorarse. Ver en el otro su misma juventud amenazada era lo único que les hacía pensar en algo más que en ellos mismos. «¡Cuánto te quiero!», decía él. «Siempre te querré», replicaba ella. Pero entonces él no la dejaba seguir, tapándole la boca con los dedos. Les suministraron una droga nueva y él se curó. «Creo que ya no me quieres», le dijo ella cuando él venía a visitarla, «por eso me hacías callar cuando te decía que te iba a querer siempre». Él se esforzaba en contestar, porque no quería aumentar su sufrimiento. «No, mujer, no era eso, es que no teníamos futuro. ¿No lo comprendes?». El siguió visitándola aunque ella estaba convencida de que ya no la quería. Al cabo de unos meses ella se curó también. Y, viéndola restablecida, tan sana y alegre, él se enamoró de nuevo. «No te quiero», le dijo entonces ella, «creo que nunca te quise».