Letras Hispánicas / 2015 A
Todo nacer sería una disminución del universo y
la muerte el comienzo de un viaje, el Universo la Nada
y el efecto siempre anterior a la causa.
Salvador Elizondo, La fundación de Roma
No se percibe aún el esquivo humo que danza menguando a su origen. En la imaginación baja haciendo ondas, aunque no se ven, como si existieran en el recuerdo, en algún resabio de la memoria donde vacilan en dirección contraria. Antes dispersas, engrosan en su carrera. El último espectro se pierde entre el líquido y el renacimiento de la luz. Un pabilo que se endereza persiguiendo la suave llama; un ensueño que viaja desde el instante final, a cuyo paso encarna la cera, se reconstruye. Masa ingrata, arrastrada pesadamente hace siglos por la sola necesidad de un contrapeso al avance portentoso del tiempo. La reintegración de todas la ideas alguna vez concebidas. Desde su fundamento, la torre de Babel fue así intuida para cumplir el propósito que desobedecía ya por un orden impensado del tiempo. Su destrucción no debe considerarse un hecho trágico más que en la medida en que sigue el curso del destino fatal: la torre de Babel es un héroe. Lentamente crece, guiada por la llama, y toma ímpetu: con su filo desgarra el tiempo, firme se yergue a partir de plastas esparcidas alrededor de su base. Corren gotas desde abajo, arrastrándose por los muros. Se vuelven líquidas en el camino que transitan siempre pugnando por tocar la llama, que se escapa a milímetros del contacto. Es un ente vivo: más allá de las paredes bulle su propio ser. En la torre están guardados todos los pensamientos de la historia. Hay una gaveta, incluso, que contiene todo aquello que fue olvidado y ahí dentro perdura. La llama se fortalece, el trabajo arduo de reconstruir esta torre donde deposita el mundo increado no la fatiga. Pareciera que, en el ascenso de la llama, la torre alcanza la más perfecta definición. En la cima, la cúspide de la creación, el compendio supremo de todo conocimiento, la llama se toma un segundo para admirar su obra. Súbitamente se siente desgarrada: en un alarido se separa del pabilo y vuela lejos de regreso a la penumbra, dejando su torre sin amparo, petrificada hasta el inicio de los tiempos.