Preparatoria 13 / 2013 B
Estoy retrasado, tengo que llegar a tiempo, no sé por qué se me hizo tan tarde. Corro. Oigo relojes tictaquear a mi alrededor. Qué irresponsabilidad de mi parte. Debo ir más rápido; lo intento pero no logro dar más, siento el aire golpear mis labios. Corro por las calles tratando de esquivar a las personas que hacen sus compras dominicales, golpeo por accidente a algunas, otras me miran raro, como si ellas siempre estuvieran a tiempo. Escucho tres campanadas provenientes de la iglesia, seguidas de un repicar desesperado, lo que indica que debo apresurarme pues es la tercera y última llamada. Es inevitable ignorarlas, hacerlo sería como ignorar un grito que rompe el silencio de la tranquila y oscura madrugada. No debo detenerme. Escucho gritos, la gente está alborotada, nada relevante pues me encuentro en los pasillos de un mercado y ver a la gente actuar de esta manera es algo normal. Trato de pasar por en medio de la muchedumbre, pero no lo logro, hay un tumulto de personas admirando algo, al parecer no es lindo pero sí lo suficientemente importante para dejarlos azorados durante un buen rato. “¡Déjenme pasar!” Su atención está concentrada en aquello que desconozco, no tengo tiempo para admiraciones o contratiempos.
Acabo de entrar en el mercado municipal, es un camino increíblemente corto, corro entre los puestos, uno de verduras y otro de pescado fresco, siento algo bajo mi pie derecho, resbalo y lo único que me da la certeza de que así fue es el ver a la gente acercándose a mí con una expresión de terror en su rostro, ¿Tan grave fue mi caída? Pierdo la noción.
Finalmente llegué a mi destino, no sé cómo ni por qué. Es totalmente diferente de como pensé que sería, mas veo lo más hermoso que alguien puede ver en su vida, o incluso fuera de ella: tan deslumbrante, tan iluminado, tan perfecto…