Isela Vega, en la pantalla y en el set / Francisco Payó González

 

«¿Todas las flores se dan tan bonitas por estos rumbos resecos?», le preguntó el fuereño de a caballo, interpretado por Éric del Castillo, a la hermosa mujer campirana en blanco y negro. «Puede… pero las flores de por aquí no las corta cualquier fuereño», le respondió la joven, con ese temple que la volvería mito. Fue así que Isela Vega Durazo debutó en el cine, interpretando a un personaje llamado ni más ni menos que Carmen Salinas, en el filme Verano violento (1960).
Ciento y tantas apariciones en pantalla después, la gran Isela Vega se prepara para recibir a otro fuereño con pinta de vaquero en la entrada de su casita en medio de la nada. Sólo que esta vez se trata de un pistolero enviado para «compensar» con inútiles billetes a una viuda y sus dos hijos, quienes velan al esposo y padre muerto bajo las intrigas del crimen organizado de la región, en un flashback de la película Salvando al soldado Pérez (2011). Mientras Isela les enseña a los dos niños actores a lanzar con la rústica resortera de campo que usarán en el filme, el actor que interpreta al pistolero trabaja sus líneas una y otra vez. Parece un pistolero y habla como pistolero, pero él sabe —y lo dice— que «para enfrentarse a Isela Vega hay que parecer el más fuerte de todos. No cualquiera se le puede poner enfrente».
     El respeto que impone Isela es también un respeto afectuoso, entrañable. Sus personajes en pantalla han tenido que lidiar con lo peor y lo mejor de los hombres, mientras su trayectoria ha atravesado por algunos de los mejores y también peores momentos del cine nacional. Pero ella sigue ahí, con la majestad de quien ha sabido sobrevivir, pero también brillar en cada momento de su prolífica carrera como actriz, escritora, productora y directora. Una trayectoria con títulos brillantes y de culto, películas valientes y pícaras, clásicas y de entretenimiento y, sobre todo, con títulos que por sí mismos son memorables: Las pirañas aman en Cuaresma, La primavera de los escorpiones, El llanto de la tortuga, El macho biónico, El deseo llega de noche, Las amantes del señor de la noche (dirigida por la propia Isela Vega a mediados de los años ochenta), La ley de Herodes y, por supuesto, Tráiganme la cabeza de Alfredo García (1974), descarnada y emotiva obra maestra del director Sam Peckinpah, en la que la participación estelar de la actriz como la enamorada y valiente Elita no sólo toca el corazón de los espectadores con su actuación y su canto, sino también el oscuro corazón de su querido Bennie (Warren Oates), a quien logra hacerle creer, contra todo pronóstico, que su historia de amor —aun en medio de toda esa muerte y traición— puede tener un final feliz.
     Otro amor imposible llevó a Isela Vega a filmar la película Puños Rosas en 2003, con locaciones en Matamoros, Tamaulipas, y Brownsville, Texas. Ahí dio vida al personaje de La Güera, la jefa del submundo criminal de la frontera, quien descubre que su yerno le ha cobrado especial afecto a un joven boxeador, a pesar de las consecuencias que esto acarreará. El duro clima fronterizo a finales de mayo y las peculiares locaciones reales representaron un desafío para el equipo de rodaje. En medio de la batalla diaria, Isela estaba siempre del mejor ánimo y lista para rodar, aprovechando el paisaje de su rostro y la contundencia de su voz para dejar en claro por qué su personaje había logrado mantener el poder, pero también revelando el precio detrás del mismo. Y como jefa también era respetada por los curiosos y extras en el barrio bravo de La Capilla, en Matamoros, donde el crew llegó a recibir más amenazas que en la cárcel en funciones, donde se filmaría días después. Podía haber gente reclamando el cierre de una calle o el largo llamado nocturno en la arena de box al aire libre. Pero cuando Isela Vega pasaba rumbo al set, la actitud adversa solía cambiar. «¿Así que también sale Isela Vega?», preguntaban el quejoso o la quejosa, como si eso cambiara por completo las cosas para ellos, como si Isela se cociera aparte de todos. Y sí.
     Por ello, fue inmensa la felicidad cuando, a finales de 2008, se logró contar con ella para interpretar a Doña Elvira en Salvando al soldado Pérez, un personaje idealmente escrito para ella, como una mujer norteña de duros orígenes pero sólidos principios, y que es la única autoridad que todavía respeta su hijo, el poderoso jefe criminal Julián Pérez.
     La escena en la que Julián —interpretado por Miguel Rodarte— visita a su madre en un hospital de Los Ángeles se rodó en realidad en un área administrativa de una fábrica de jabón, en funciones, en la periferia de la Ciudad de México. Habían pasado ya varias semanas de rodaje, y aunque ya no se estaba filmando en el desierto de Coahuila, ni se preparaba una escena de acción para varias cámaras y con estrictas medidas de seguridad, la escena del hospital tuvo el máximo de los cuidados por parte del director, los actores y todo el equipo. Ahí estaba la esencia de la película, esa escena era la mitad del pitch cuando se hablaba del proyecto, e incluso fue esta escena en una sesión de casting la que confirmó a propios y extraños que Miguel Rodarte era Julián Pérez. La fuerza y el carisma de Isela fueron un aliciente para todos los involucrados en el rodaje. Días después, Isela Vega terminó sus escenas en la película, en medio de aplausos y en un jardín donde se había montado una gran fiesta familiar norteña, la fiesta de la familia Pérez. Alguien del crew no pudo evitar el comentario, redundante pero emocionante en su contexto: «Tenemos a Isela Vega en la película».
     Porque contar con ella, en el mundo real y en las pantallas, es un privilegio. Y no queda duda de que ella también ha sabido aprovechar cada minuto de la batalla, cada oportunidad de hacer algo que no sólo nos haga recordarla, sino que nos haga recordar también lo que somos y sentimos por dentro, para bien y para mal. A fin de cuentas, como dice Isela Vega, «uno debe ser su propio juez».

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