El Palacio del repuesto (fragmento) / Nona Fernández

La noche del 24 de mayo de 2001, Carolina Montes Moreno, María Gracia Solar Serrano y Luciana Ferrer Donoso, todas de trece años, compañeras del octavo básico B del Instituto Claretiano de Vitacura, asistieron a la celebración del cumpleaños número trece de una compañera de curso en una discoteca del sector alto de la ciudad. Cuando el reloj marcó las tres de la mañana, Mario Fernández Fernández, cuarenta y un años, casado, dos hijos, domiciliado en el paradero veinte de Avenida La Florida, llegó a las puertas del local en el que se encontraban las menores y estacionó su taxi, un Nissan Sentra, modelo Ex 1.8, con el firme propósito de llevarlas a sus respectivos domicilios, tal como había convenido con sus padres. Desde el interior del auto, Mario sacó su teléfono celular y llamó al número de Carolina Montes Moreno reportando su llegada. Luego de cuarenta largos minutos de espera, Mario volvió a llamar y mantuvo un breve diálogo con Carolina en el que argumentó la preocupación que seguramente debían tener sus padres debido a la hora que eraå. Carolina Montes Moreno contestó que se encontraba en problemas con María Gracia Solar Serrano, que de tan borracha no se tenía en pie, y con Luciana Ferrer Donoso, que no quería abandonar el lugar ni al joven con el que permanecía en un rincón de la fiesta.
     Luego de la conversación con la menor, Mario Fernández Fernández decidió llamar a los padres de las jóvenes para alertar sobre el atraso y pedir consejo, pero no obtuvo respuesta de ninguno. Al día siguiente argumentarían frente a carabineros que se encontraban durmiendo y que ésa era la razón por la cual no respondieron a los llamados del taxista. Sin respuesta de los padres, Mario Fernández Fernández decidió tomar cartas en el asunto, se bajó de su auto dirigiéndose al recinto para sacar a las tres menores.
     Carolina Montes Moreno se encontraba en la puerta esperándolo y lo condujo al baño de mujeres, donde María Gracia Solar vomitaba y lloraba abrazada a una taza de wáter. Mario Fernández Fernández humedeció su pañuelo y después mojó la cara de la joven para que ésta se sintiera mejor. Trató de conversar con ella y averiguar los motivos del llanto, pero ni la propia María Gracia los tenía claros y sólo respondía que la embargaba una gran pena, una pena enorme que la hacía llorar y vomitar. Fernández Fernández le tomó la mano a la joven y estuvo con ella consolándola de nada hasta que ésta logró recomponerse un poco. Luego la puso de pie y la tomó en sus brazos para llevarla al taxi. En el momento de depositarla en el asiento posterior, María Gracia volvió a vomitar, ensuciando el pantalón de Mario y el tapiz recién cambiado del auto.
     Luego de dejar a las dos jóvenes en el vehículo, Mario Fernández Fernández volvió al local para hacerse cargo de Luciana Ferrer Donoso. Al entrar a la discoteca no fue difícil reconocerla porque la menor estaba bailando sobre un cubo junto a un muchacho algo mayor que ella y se disponía a despojarse de las prendas superiores de su vestimenta frente a los aplausos y vítores del resto de los presentes. Antes de que la joven se sacara el sostén o brasier, como extrañamente lo llamó Fernández, el taxista procedió a tomarla de una muñeca con fuerza y a bajarla del cubo. Luciana se resistió argumentando que Fernández Fernández era un roto, que no debía tocarla, qué le importaba que lo hubieran mandado sus papás, viejos de mierda, no estoy ni ahí. Mario Fernández, acostumbrado a estos incidentes, tomó a la niña en brazos y en contra de sus deseos la llevó hasta el taxi. Allí la vistió con dificultad gracias a la colaboración de Carolina Montes Moreno.
     Una vez que las tres menores se encontraban sentadas y vestidas en el asiento posterior del taxi, Mario procedió a encender el motor y a alejarse del lugar rumbo a la casa de cada una de las jóvenes. Mientras manejaba intentó llamar nuevamente a los padres para ponerlos sobre aviso del atraso, pero su llamada no obtuvo respuesta. Siendo cerca de las cuatro y media de la mañana, los padres continuaban durmiendo y ningún llamado que tuviera que ver con sus hijas, o con lo que fuera, los despertó.
     Al llegar a una rotonda María Gracia se mareó y vomitó sobre la blusa de Luciana. Luciana se molestó mucho con el incidente y argumentó que no soportaba el olor y que debía bajarse. En un arranque de asco, Luciana Ferrer Donoso intentó abrir la puerta del Nissan cuando éste se encontraba en movimiento. Como Fernández había previsto una situación así, antes de partir con las tres menores desde la discoteca, activó los seguros infantiles de las puertas traseras impidiendo que éstas pudieran ser abiertas desde el interior. Luciana, comprendiendo la situación, comenzó a imprecar a Fernández Fernández diciendo que le abriera la puerta, que no podía obligarla a estar ahí, que no soportaba ese olor a vómito de la tonta huevona de la María Gracia y que se iba a arrepentir si no le abría, picante de mierda. Fernández Fernández hizo oídos sordos y mantuvo su vista fija en el camino en el que se avecinaban algunas curvas. La joven Luciana Ferrer entró en un ataque de nervios que sus compañeras no pudieron aplacar pese a sus variados intentos. Cállate, huevona, cállate tú, huevona, y un nuevo vómito, y más asco y más neurosis, y me quiero bajar, ábranme la puerta, te voy a acusar con mi papá, roto culiao, ábreme la puerta, y Luciana Ferrer se abalanza sobre Fernández Fernández con el objetivo de que éste le abra la puerta o detenga el auto, o tal vez sin ningún objetivo claro, y Fernández Fernández hace su mejor esfuerzo, pero pierde el control del vehículo cuando las curvas ya
no se avecinan, sino que más bien están por debajo de los neumáticos, y el taxi se vuelca y patina sobre su techo de lata sacando chispas en el suelo hasta estrellarse contra un muro de cemento.
     De los cuatro pasajeros del taxi sólo sobrevivieron dos: Luciana Ferrer Donoso y Mario Fernández Fernández. Carolina Montes Moreno y María Gracia Solar Serrano murieron en el impacto. Los cuerpos de las jóvenes fueron trasladados directamente al Instituto Médico Legal de Santiago, mientras que Luciana y Mario fueron a dar de urgencia a la Posta Central. Luciana perdió su pierna derecha a la altura de la rodilla y Mario Fernández Fernández se encuentra cumpliendo condena en la cárcel pública. Los padres de las jóvenes determinaron que él era el responsable de los hechos y luego de dos años de litigio lograron encarcelarlo por el cuasi delito de homicidio.
     Del Nissan Sentra, modelo Ex 1.8, no quedó mucho. Sus restos estuvieron abandonados durante largo tiempo en el patio de la tercera comisaría de Lo Barnechea. De él pude extraer los asientos delanteros, recién tapizados y sin rastros de vómito. Ahora esos asientos son parte de mi furgón.

 

 

 

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