He abierto una bolsa con sobres olvidados. En ellos, con letra apacible pero profunda, la dirección postal de mi abuela. El timbre dice «Correo Militar», un escudo a la izquierda: «6o. Regimiento, Capitán Comandante». Otros sobres apilados con un escudo alemán dicen «Stalag». Todos están revueltos; inicio entonces, con inquietud, la liberación de su historia. En el curso de las cartas descubro a un hombre que fue enterrado en el silencio y del que nunca nadie me habló, porque fue un desaparecido de quien no pudo constatarse su muerte. Siempre existió, sin embargo, en el rincón de un mueble, en la casa donde creció mi padre, una foto color sepia del abuelo con una sonrisa enigmática.
Día tras día, Gaston Vaster le enviaba cartas a su mujer, desde el momento en que la dejó con un hijo de tres años en un pueblo del sur de Francia, el mes de agosto de 1939, cuando se reunió con los demás hombres llamados a la guerra. Durante el exilio, el mundo exterior se limitaba a la oficina del Estado Mayor, en el campo de batalla. En junio de 1940 fue hecho prisionero por los alemanes y enviado a un campo de trabajos forzados, un Stalag, situado en la actual República Checa.
Mayo 13, 1941
Tiene el rostro bruñido: la lluvia, la nieve, el frío, el sol. La piel completamente curtida. Todas las mañanas, cuando los demás duermen, contempla el amanecer de esmeralda. Y esa noche, como las otras, viene a descansar cerca de sus seres queridos. Olvida entonces por un instante su situación presente. Piensa en su regreso y narra: «Había una vez un apuesto príncipe que vivía en el exilio, lejos de su princesa adorada y de su pequeño hijo. El hada buena escuchó sus quejas y los volvió a reunir. Fueron felices para siempre».
Julio 28, 1941
Hace un año abandonó Francia como prisionero después del armisticio y, a pesar de las promesas, nunca pensó seguir preso todavía. Sabe que allá es esperado impacientemente. Es una larga espera. Quisiera estar con su mujer, escuchar su voz. Vivir.
Diciembre 7, 1941
Hoy cumple 36 años. Si la juventud puede expresarse con la palabra actuar, nunca ha sentido tal gusto por la acción. Lo domina un gran deseo por realizar todo lo que en él está latente. Se apoya en su fuerza, sin afectarle las horas negras que todavía le quedan por transitar.
Diciembre 14, 1941
Amaneceres, auroras, minutos de belleza arrancados a la larga cautividad. Momentos en los que siente paz dentro de su propio pensamiento. Felicidad
breve en esos ligeros y transparentes colores, volver a ver otro cielo, el que ilumina tan dichosamente el cuadro de La Virgen y el Niño, de Rafael;
los rostros simples de alma y corazón de Chardin, de Renoir. Nubes grises, manchas oscuras en el verde pálido y luminoso. Espera el rosa acuoso que va a dobladillar sus orillas. Esta emoción del alba se une a otra que vivió en su juventud, cuando tuvo la certeza de que sería para ella una fuente de dicha.
Es en este momento cuando las promesas del espíritu, la emoción física, las sensaciones todas mezcladas, sirven como una presencia junto a él. A su
regreso estarán juntos para contemplar los amaneceres.
Enero 4, 1942
Cree que el mal tiene término y que todo lo que es extremo no puede durar. Lo han cambiado de habitación: tres kilómetros para ir por alimento. También lo cambiaron de trabajo. Vive en un local donde hay 28 prisioneros dando vueltas como bestias en una especie de caja, en una pieza donde debe hacerse de todo. Se necesita mucha entereza, dice. Al menos los meses se suceden, palabras y más palabras, siempre palabras, y la zanja se ahonda. Habla de su hijo que va a cumplir siete años. Se pregunta cuáles serán ahora sus gustos y preferencias.
Marzo 21, 1942
Es primavera, «la de los niños, la de los corazones que aman». Recuerda un poema de Mallarmé: «Las avalanchas de oro del cielo de azur […] en vano el azur triunfa y yo escucho que canta». La presiente, a ella, casi físicamente. Cuánta impaciencia en él se levanta.
Octubre 28, 1942
Comienza el día con este fino pensamiento de John Keats: «No hablemos de las canciones de abril, tú tienes, también, tu música a la hora en que las delgadas nubes hacen brotar la dulzura del día que termina». El día termina, para él es el momento en que —como cada noche— encontraba el rostro amoroso de ella, renovando así la dicha de tenerla. No se hace a la idea de pasar el invierno aquí, por eso no usa guantes ni calcetines.
Diciembre 8, 1942
A falta de ingerir sustancias con nitrógeno, fósforo y fosfatos, su cerebro se atrofia. Compara sus pensamientos con las burbujas de jabón de su infancia. Su memoria es una vorágine que se traga todo lo que aprende. Hay que vivir cerca de tantos hombres para sentir el vacío: ni vicios ni virtudes, cada vez menos pasión.
Marzo 21, 1943
Esta semana el trabajo fue durante la noche. «La belleza está menos en las cosas que en nosotros, incluso en la facultad de emocionarnos y entusiasmarnos. La noche que tú maldecías con frecuencia, Querida, antes de dormirte en mis brazos, diciendo que nos quitaba las horas de felicidad, noche, querida noche. Me devuelve tu rostro tan bello, en el sueño. Es la hora en que las flores abren, es la hora en que se liberan de sus capullos».
Mayo 31, 1943
Piensa que estará desamparado cuando se encuentre en presencia de su hijo, pues a pesar de la imaginación ayudada por las fotos, y sobre todo por los comentarios y las preciosas cartas de su mujer, su pensamiento lo lleva siempre a la imagen del pequeño que dejó hace tres años.
Julio 12, 1943
Los largos meses de cautividad no arrancan de su pensamiento su propia imagen bajo la luz y las horas del amor: momentos que tanto lo animan y lo agitan todavía.
Octubre 27, 1943
Tuvo fiebre durante varios días. No retoma el trabajo sino después de tres días de estar en cama. Hay que estar varios días sobre aquel colchón de paja bastante encogido para recordar con ternura y melancolía un colchón flexible y elástico y sábanas finas y frescas. Tiene la impresión de que le llevará algún tiempo deshacerse de ese olor indefinible, un poco como el olor agrio de algunos bebés. Tiene todavía el olfato extremadamente sensible, y con frecuencia es sometido a duras pruebas. Porque puede decir que soporta pero no que se acostumbra. Entre estos dos estados existe para él una enorme diferencia. El verbo acostumbrarse toma un sentido pavoroso, pues significa que ya ha adoptado nuevas formas y condiciones de vida. En consecuencia, soporta todo y rechaza todo. Y, al sentarse a la mesa, basta con mirar las columnas vertebrales de los otros trazar una curva que va del overol hasta el plato, para que sus propias vértebras, por simple reflejo, se mantengan erguidas verticalmente.
Enero 23, 1944
A pesar del hambre se ha mantenido excesivamente sibarita. Por lo demás, los vicios contribuyen a expresar la personalidad. Sería triste que él perdiera la suya. Se durmió con este fuerte pensamiento.
Marzo 23, 1944
Dice tener una enfermedad rara. Experimenta una sensación de hambre, es penosa y muy desagradable. Tiene una memoria asombrosa del gusto; concentrándose aunque sea un poco, qué sucesión de platos difuntos le pasan por el paladar. Cree que son los deseos que no se pueden satisfacer los que dan la medida de la pobreza.
Julio 5, 1944
A veces tiene que hacer un esfuerzo para escribir; esto nada tiene que ver con los sentimientos que lo animan. Más bien, por la separación de sus afecciones desde hace tanto tiempo, ya no existen los miles de pequeños lazos que las hacen vivir, como los minúsculos vasos sanguíneos.
Julio 30, 1944
Ella representa tanta felicidad ante sus ojos que no puede declararla como testigo del sufrimiento y el infortunio que envuelven su vida presente. Piensa que, si algún día le preguntan «Usted debió haber sufrido la cautividad», él respondería: «Yo estaba enamorado».
Como una instantánea, su carta del 28 de enero de 1945. «Mi muy querida. Cuando me enviaste el paquete, en agosto del 44, nunca pensaste que demoraría seis meses en llegarme. Lo recibí ayer en perfecto estado. Bendigo las circunstancias que lo hicieron llegar hasta hoy, pues ahora me es mucho más necesario que hace cinco meses. Mi paquete contiene un kilo de carne. Preparé la mitad con cebolla, ya sabes, estaba bueno. Retomo esta semana el trabajo nocturno. Lo prefiero al trabajo diurno. Tengo muy poco qué hacer, aprovecho para recuperarme. De cualquier manera ha estado reposado porque van dos semanas sin alertas, la quincena anterior estuvo muy agitada. Urge que esta guerra se termine, y en consecuencia —tarde que temprano— comenzaremos a padecer sus efectos. Creo que nos estamos anticipando a estas esperanzas. Por lo que a mí respecta, ya van dos semanas que no recibo ninguna carta tuya. Eso no impide que yo te escriba cada semana. Sé que, aun sin enviarme cartas, tu entereza y tu moral continúan intactas, ya que como yo sientes el fin de nuestras miserias. Nada puede amenazar nuestro amor. Te abrazo enamorado».
Es la última carta que llegó a su destino. El 19 de abril del 45 su campo fue bombardeado. No regresaría jamás. No obstante, su amor, su constancia y su valor en el exilio forzado en un campo de guerra, me acompañan hasta hoy, exhumados en sus cartas.
TRADUCCIÓN DEL FRANCÉS DE SILVIA EUGENIA CASTILLERO