Andrea Abello

Mieres, Asturias, 1997. Su libro más reciente es Duende (Ultramarinos, 2021).

Ratonera

Crecerá para ser madrastra; miramos las lentejas desde la piedrecita y es muy fea, muy fea como algo importante, como el asfódelo o la marmota, corre al árbol a buscarte, mamá, lo dorado, la herida en la frente, la cabeza triangulada de la virtud, el vestido triangulado más bello cada noche, pero qué fea con esa estrella sobre los ojos, saben que es carne de calabaza de madrastra, madrina de madreselva y yo soy la lenteja esquiva, o tal vez la, y no llegan los pájaros porque ya somos mayores para levantar el dedo y fingirnos rama, duerme, pero qué fea, un dique, asesina, dos hermanas como dos armaduras tricotadas, piedrecita equilátera, mentira, te quedas, pero busca conmigo, y espero que lleguen los ojos porque no hay chimenea y crece la arena entre las lentejas y no mires, no es una máscara, llegados a este punto no habla, Lucifer, tengo la piedrecita al lado pero soy un diábolo, tengo la piedrecita al lado pero me arroja, nada hasta el zapato y me clavo y todos oímos la risa, la testuz equilátera del tejo que tal vez era un haya, pero ya habéis bebido y se agiganta como el pie incorrecto, el pie incorrecto pero casi esculpido que casi, casi encuentra la aguja.

Primer prefacio a Duende

Dirige a la oscuridad de la selva el grito: ¡Yo no soy duende! ¡Tú eres el duende!, y el duende responde, su forma entera distorsionada por la risa: ¡No, tú eres Duende!, y Duende queda nombrada. Cuerpo de boggart, Duende es de légamo blanco pero verde y oscura, Duende es severa y esquiva y no le gustan las bromas pesadas y Duende, para huir del duende, se transforma en Duende. Duende es excepcionalmente concreta, tanto que todo lo que no es Duende es repelido por su piel, como los nenos lanudos de la xana. Duende es lo que queda, desencajado, después de un hurto, y es extremadamente sensible, detesta la repetición. Duende no es una mujer, ni una niña, pero su estado habitual es el de la, y por eso la llamamos. Yo no soy Duende, aunque a veces me gustaría, como me pretendo océano o estatua y no funciona, su piel peluda me acalambra. Duende no me quiere ni tampoco quiere al duende, a veces corre fuera de los caminos y a veces se agazapa como recién dejada a espaldas del ángel. Cuando digo caminos digo senderos bordeados de zarzas, los bosques donde crecí pero un poco sí me los inventé. Cuando digo Duende digo algo o alguien que poco a poco se transforma en el duende y se aparta del duende. Duende es de quien hablo cuando me exijo no hablar de Marduk, cuando me exijo no ser la gran serpiente, cuando vuelve y me pregunto cómo salir del estrato brillante. Duende es todo lo contrario a un fantasma. La vi cuando aquel perro se me tumbó en los pies. Para verla hay que dejar de tocarte el brazo por donde tu piel te delimita. Hay que ver cómo no decir tonterías. Duende lo dice todo muy en serio y no entiende por qué el duende quiere jugar con la. Duende no entiende al duende, habla como los bebés, no sabe hacerse la tonta, no sabe mentir, no le sale jugar con lo que dice cuando no va en serio y yo tengo que demostrar que no es tremendamente aburrida. Duende se enfada rápido y no es el arte ni la poesía, no es alegórica, Duende es un duende, Duende es un duende y el camino es un camino y quiero que lo toques porque te está tocando: a eso me refiero. En Duende no hay connotación. Vosotros, los que no somos Duende, tienen que entender. Duende da miedo, a veces, por lo mismo que los niños que no saben que son fantasmas, y no quiero fingir que la veo, que está conmigo, pero no quiero mentir, no puedo jurar con su boca.

Emperatriz

Antes de anfibia fue alcanzada por la pestilencia. Lloraría, lloraría durante horas, arrastrándose de corte a corte vestida de seda y ya se sabe. La seguían las risas y reía también, acalambrada en su piel lanuda verde o azul, amoratinada, fata cambiada de cuna en el mismo suelo tras párpado entre párpado, sois con vuestra larga nariz de máscara roja la muerte que llega como poro venenoso a la lengua depredadora. El caso es que no sabemos si en algún momento alguien supo de la pestilencia, eso no nos queda tan cerca como a vosotros el ciervo que se fue, y no sabemos si desapareció con las ancas. Lloraría durante horas pero ya sabes cómo es su llanto caramelizado, su hermosísimo balbuceo, y de vez en cuando reís y es de la, ya salta porque ha encontrado en vuestras bocas un muro. Pelosina saltaría pero quién fue detrás si era la, que detrás saltaba orbitada ya entre el traje nuevo y la ciénaga. Si miran allá rezan y la nada porque se parezca cada vez más a una morsa, porque no se despeñe al descubrir que su risa ya suena diferente a las demás.

Letuaria

Si no te apartas del caño devora la oreja en punta, en el pilar se guardan azulejos pegados sumergidos, si caigo al fondo de los colores me acoge el cuerpo de Duende o del duende, un enorme aro, trampantojo sin tanta moneda. Saca mi cuerpo y lo arroja y atravesáis plenos rasgaduras: dentro de los ojos tubulares los cientos y la turba siembran mi cabello mis pequeñas manos mi roña hereditaria. Casi todos en mi casa olemos a hulla o aceite de oliva siempre virgen sin ángeles sin santos con muchos hermanos pequeños. Si no te apartas del caño muerde mi barriga vallestática, Duende, mi arito blanco, mi arito moteado, casi nos tocamos al cruzarla, casi atrapo sin más al otro duende, ya nadie le recuerda por aquí. Duende, trémulamente te tengo casi, podría destriparte desde el eje, no seré yo tu ojo central, tu céntimo de la suerte a los pies de la cueva, siguen conmigo la trayectoria del chorro y su piel lanuda tobogán de azulejos amarillos, de pequeña siempre pegada al caño, segundo caño a la derecha con nombre y apellidos, dónde andaba rebotando entre la tierra, revolcones del gorrión que recogí, que alimenté con cerezas, ¿llegaré abajo? ¿Alunizaida cubierta de oro, de brea? Residuos de su estrella nos escupe, parejo mi desastre con el suyo. Mi enorme barriga y yo llena de hermanos pequeños tenemos algo que decir: ha llegado lejos, basta. Trémulamente te tengo ahora, agarramos las juntas lisuras de pared crisoazulaida y en políngulos entremos poco a poco, ni siquiera así: yo sólo quiero un diente que se le pueda caer. Por última vez acerco boca: todos en la plaza sabéis cuándo.

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