In memoriam Guillermo Fernández
Ya tu rostro es de mármol:
es tiempo de enterrarte.
Podría pensarse: «sí, aún respira o tal vez
finge dormir serenamente, como otra
de sus acostumbradas jugarretas».
El monótono gorjeo de pájaros en la enredadera
hace temblar tus párpados.
Un moretón en la frente y la sangre seca
de la oreja izquierda me recuerdan tu manera
de silbar contra el viento, de pararte
en la acera sin dejar de hablar,
mientras nosotros seguíamos caminando a solas.
¿A cuántos poetas pasaste a nuestra lengua?
¿Alguno de ellos hizo lo mismo con tus textos?
Muchas veces llegaste a mejorar originales.
Muchas veces, al conversar con ellos,
llegaste a percibir un agradecimiento
surgido de la envidia.
Eso fue ayer, quizá. O hace veinte años.
Hoy te hemos leído entre coronas de flores,
seguros de ser escuchados por tus labios.
Hoy te aplaudimos cerca de la nieve,
sin poder evitar que el sol y el polvo cubrieran
tu ataúd, semejantes a los sudarios burocráticos
que tanto detestabas.
Hoy, el fantasma de un gato o de una gata
maullará por tu casa vacía, preguntándose
por los sagrados alimentos o por La canción
de la tierra.
Recitemos nuestros versos, aunque no sean
capaces de reanimarte.
Recitemos una oración, similar a un aullido,
bajo el puente donde San Francisco de Asís
repetía su nombre verdadero.
Y volvamos sin prisa hacia el principio:
ya tu rostro es de mármol,
es tiempo de enterrarte.