Preparatoria de Tonalá
Tenía un cita con mi novia y no sabía qué ponerme. No me gustaban mis tenis, así que fui con mi primo y le pedí los suyos, unos Jordan muy padres, hasta brillaban con el sol.
Fui por mi novia a su casa y la invité al boliche.
–Está bien –me dijo–. Oye, tus tenis están geniales.
Cuando llegamos al boliche buscamos una mesa.
–¿Qué te parece ésa? –le pregunté.
–Está muy bien –contestó. Le pedí que se adelantara, yo iría a rentar los zapatos para jugar.
Nos divertimos mucho, ella es muy buena, la verdad es que perdí la cuenta de con cuántos puntos me ganó.
Al terminar fui a entregar los zapatos y a recoger mis tenis, pero el encargado me dijo que ya no los tenían, que ya los había entregado. La verdad, me enojé mucho porque eran de mi primo y eran muy caros. Me dijeron que no podían hacer nada. Enojadísimo y descalzo llegué a con mi novia.
Al día siguiente tuve que buscar trabajo para poder pagarle a mi primo lo que le habían costado sus tenis. Con mi sueldo y un dinero que me dieron mis padres, fui dispuesto a comprarlos. No los encontraba, busqué en muchas zapaterías, hasta que por fin los hallé en una. Pregunté el precio y cuando escuché “mil pesos” me fui de espaldas; pero aun así, los compré.
En seguida fui a casa de mi primo a entregárselos. Le conté todo y me preguntó cuánto me habían costado. Le dije que mil pesos. Él se rió y me dijo: –Me costaron quinientos pesos en la falluca, eran usados.