Preparatoria de Tonalá
Me desperté temprano, estaba emocionada y a pesar del insomnio que me acechó durante la noche, me levanté, decidida a aprovechar el tiempo y continuar con los preparativos de la fiesta que les ofrecería a los compañeros de mi nueva preparatoria. Sabía que después de hoy sería popular, la más popular de la escuela; ¡era tan emocionante! El evento sería posible gracias a que mis padres están de viaje; siempre están fuera de casa pues dedican la mayor parte de su tiempo al trabajo, me regalan sólo una pequeña parte de su tiempo.
Ellos me quieren, lo sé, aunque la única manera de mostrarme su cariño es mediante regalos caros, cosas materiales, lo último que me obsequiaron fue un auto, porque ya tengo la edad suficiente para manejar. Y querían quitarme el chofer, aunque la verdad me siento mejor al viajar con mi chofer porque de esta manera tengo un poco de compañía, alguien a quien saludar, con quién conversar, alguien que me escuche.
Pero ahora tengo mi propio auto, realmente no me parece lo mejor, sin embargo, hoy debo utilizarlo para ir al supermercado, necesito realizar la compras para la gran fiesta. Estoy un poco asustada porque es la primera vez que conduzco este auto; al entrar en él, percibo el aroma a nuevo que emana de los asientos y el tablero, mismo que me parece un tanto agradable; me siento y sigo aspirando ese olor, y me doy cuenta de la presencia de otra fragancia, quizás un perfume, sí, un perfume de hombre, tal vez el de mi padre, solamente él ha entrado en mi auto.
Trato de no sentirme sola, pero tengo una extraña sensación de incomodidad, recuerdo la historia en la que un chico compra un auto y éste comienza a hablarle, pienso que si esto fuera posible mis traslados serían más alegres, así que comienzo a preguntar algunas cosas. No tengo respuesta alguna, pero seguí charlando, simulando una conversación con mi auto. Quizá esto puede parecer tonto, pero me hizo sentir menos sola e hizo divertida la situación.
Sin embargo, la diversión terminó cuando escuché la respuesta a una de mis preguntas, no supe qué hacer, ¿en verdad me había hablado? Seguro estoy delirando, tiemblo, pues sé que la voz no es producto de mi imaginación, quiero descubrir la verdad, pero pienso ¿qué pasara si descubro que no fue producto de mi mente? ¿Qué se supone que debo sentir o pensar? ¿Miedo? ¿Alegría? ¿Terror? ¿O entonces qué? Debo asegurarme, pero no sé cómo voy a reaccionar. Y de pronto pienso en buscar un lugar poco transitado donde no haya testigos de mis actos. Tengo miedo, ni siquiera puedo respirar, me desvío de mi camino y busco el lugar apropiado, lo encuentro, es un parque descuidado, vacío, sin personas. Me estaciono en un espacio rodeado por árboles que dan buena sombra. Apago el motor, respiro profundo, tardo unos minutos en decidirme a hablar, y por fin pregunto:
-¿Tú puedes hablar?
-¡Sí! ¿No era lo que tú querías? ¡Pues ahora lo estoy haciendo! ¡Hablo contigo! ¡Te escucho!
|De pronto un torbellino de emociones invade mi mente. Lo extraño es que hay un poco de felicidad, pienso que ya no me sentiré tan sola, pero la razón me recuerda que no puedo creer en estas cosas. Mientras lucho por creer en la realidad o en la fantasía, observo a mi alrededor, por el retrovisor del auto puedo ver una sombra, fijo mi mirada en ella para distinguir qué es lo que veo. Es un hombre de aspecto elegante que sale de detrás de los asientos. Al saberse descubierto, se abalanza sobre mí. Quiero defenderme, pero no puedo, mi cuerpo no me responde; trato de gritar, pero mi voz me ha abandonado.
¿De verdad creíste que un auto puede hablar?
Comenzó a golpearme, fuerte, despiadadamente, su puño cerrado caía sobre mi cuerpo una y otra vez, haciendo que el dolor fuera cada vez más intenso. Quise escapar de esa pesadilla, quise despertar, cerré los ojos e imaginé mi fiesta, me vi bailando con mis compañeros, me vi reír, hablar, conversar, por fin tengo amigos, me dicen que soy la mejor del mundo, ahora me aceptan, ahora me quieren. De repente el dolor cesó por completo, sentí algo correr por mi frente. Es sudor, me dije.
Después desperté aquí, en esta habitación oscura. No sé dónde estoy. Trato de moverme, pero no puedo, mis manos y piernas no me responden. Es un lugar estrecho, quiero levantarme pero algo me lo impide. Escucho la voz de la abuela, le grito “Estoy aquí, abuela, sácame. Necesito verte, quiero estar contigo, decirte que te quiero, que te agradezco el haber sido mi compañera, el haberme escuchado”. Le pido que me lleve a casa porque hoy ofrezco una fiesta, pero ella no responde, grita, llora desesperadamente, dice que no es justo que esto me haya pasado, que siendo tan joven, Dios me haya arrancado de su lado. Te escucho, abuela, y son tus palabras las que me dicen que ya no pertenezco a esta vida.