La mariposa
Una mariposa se acerca—
¿qué será eso en su espalda?
No lo sé; ¿quizá un trozo de sombra de mediodía
en la esquina del patio de una casa vacía?
¿Podría ser el llanto de un niño abandonado
que babea
el arroz y la sopa con kimchi que ha comido?
¿Podría ser un sollozo como capas de mugre surgiendo,
acumulándose en la quijada y el mentón?
Lleva en su espalda, mientras vuela, un mediodía al que nadie le importa,
una cegadora soledad. ¿Hasta dónde,
mariposa, hasta dónde llegarás?
Antes de su presencia, hubo días
en los que tuve ganas de arrodillarme en silencio.
Lo profundo de un paisaje
Las rachas de viento
estremecen a las plantas de tallo corto
y nadie pone atención.
Debido al temblor solitario
de un momento de la vida de esas breves cosas
una tarde en el universo finalmente se convierte en noche.
Entre este lado y el otro de ese temblor, en la brecha
existente entre principio y fin de aquel momento, una quietud
de tiempos antiguos, o quizá su infancia
destinada a pertenecer a un tiempo que aún no llega,
es enterrada superficialmente, visible y no visible,
mientras dentro de la luz primaveral de ese silencio apático
yo, preocupado, espero dormir durante un siglo o dos,
o tres meses o por lo menos diez días.
Entonces, al lado de mi infinitud, que lleva el nombre de tres meses o
[diez días,
mariposas o abejas, insectos que no tienen demasiado de qué alardear,
podrían pasar inadvertidamente, sin dirección alguna;
y ante ello, como en un sueño,
debería reconocer el olor familiar surgido de las antenas, alas o patas
de esas pequeñas creaturas
como tu mirada que tanto profundizó en alguna otra vida.
Dormido en la calle
Te quito la ropa como periódicos viejos.
Te tiendo desnudo sobre el colchón húmedo, y te miro.
Tus manos y pies nudosos han perdido vigor,
qué fatigados se ven tus delgados miembros y costillas.
Lo siento.
Me gané la vida usándote.
Conseguí mujer e hice un hogar.
Queda ahora sólo el sudor rancio y un camino de pesadilla.
De nuevo tendí esa cosa pura que eres tú
en un rincón apartado de un terreno desconocido.
¡Ay!
No diré que no hubo días muy buenos, pero
pagarte, aunque fuese un magro salario, es muy lejano.
Me pregunto si me gustaría irme de manera tranquila,
dejándote simplemente ahí dormido.
¿Qué opinas, cuerpo?
Versiones del inglés de Rocío Cerón, en colaboración con José Springer
Una mariposa se acerca—
¿qué será eso en su espalda?
No lo sé; ¿quizá un trozo de sombra de mediodía
en la esquina del patio de una casa vacía?
¿Podría ser el llanto de un niño abandonado
que babea
el arroz y la sopa con kimchi que ha comido?
¿Podría ser un sollozo como capas de mugre surgiendo,
acumulándose en la quijada y el mentón?
Lleva en su espalda, mientras vuela, un mediodía al que nadie le importa,
una cegadora soledad. ¿Hasta dónde,
mariposa, hasta dónde llegarás?
Antes de su presencia, hubo días
en los que tuve ganas de arrodillarme en silencio.
Lo profundo de un paisaje
Las rachas de viento
estremecen a las plantas de tallo corto
y nadie pone atención.
Debido al temblor solitario
de un momento de la vida de esas breves cosas
una tarde en el universo finalmente se convierte en noche.
Entre este lado y el otro de ese temblor, en la brecha
existente entre principio y fin de aquel momento, una quietud
de tiempos antiguos, o quizá su infancia
destinada a pertenecer a un tiempo que aún no llega,
es enterrada superficialmente, visible y no visible,
mientras dentro de la luz primaveral de ese silencio apático
yo, preocupado, espero dormir durante un siglo o dos,
o tres meses o por lo menos diez días.
Entonces, al lado de mi infinitud, que lleva el nombre de tres meses o
[diez días,
mariposas o abejas, insectos que no tienen demasiado de qué alardear,
podrían pasar inadvertidamente, sin dirección alguna;
y ante ello, como en un sueño,
debería reconocer el olor familiar surgido de las antenas, alas o patas
de esas pequeñas creaturas
como tu mirada que tanto profundizó en alguna otra vida.
Dormido en la calle
Te quito la ropa como periódicos viejos.
Te tiendo desnudo sobre el colchón húmedo, y te miro.
Tus manos y pies nudosos han perdido vigor,
qué fatigados se ven tus delgados miembros y costillas.
Lo siento.
Me gané la vida usándote.
Conseguí mujer e hice un hogar.
Queda ahora sólo el sudor rancio y un camino de pesadilla.
De nuevo tendí esa cosa pura que eres tú
en un rincón apartado de un terreno desconocido.
¡Ay!
No diré que no hubo días muy buenos, pero
pagarte, aunque fuese un magro salario, es muy lejano.
Me pregunto si me gustaría irme de manera tranquila,
dejándote simplemente ahí dormido.
¿Qué opinas, cuerpo?
Versiones del inglés de Rocío Cerón, en colaboración con José Springer