Los días posteriores a nuestro viaje a Tailandia fueron increíblemente serenos, casi de manera inquietante. Poco tiempo después de empezar en mi nuevo empleo me asignaron a un equipo a cargo de la producción de videos promocionales corporativos. De forma gradual me di cuenta de que en el proceso de ser transportado de aquí para allá como a un loco por un torbellino de turnos nocturnos y viajes de negocios, la pesada sombra de la soledad que me oprimía comenzaba lentamente a disiparse. Hice mi mejor esfuerzo a cada instante por concentrarme en ese sentimiento, y no dejar que se fuera.
Mientras esperaba iniciar su empleo como maestra, Mun-hui trabajaba medio tiempo en un restaurante de Bucheon. Ya que sólo trabajaba de lunes a viernes, nos seguíamos viendo en Seúl los fines de semana. Era un sábado por la tarde, el último sábado de mayo. Yo estaba esperando a Mun-hui en la entrada al metro, en la estación del Ayuntamiento. Era nuestro habitual punto de encuentro. Un chubasco comenzó a caer unos 10 minutos antes de la hora acordada. Por alguna razón, el vendedor de paraguas que yo siempre veía alrededor de la estación había decidido no presentarse ese día. Mun-hui llegó puntual, pero la lluvia estaba cayendo a cántaros. Claro, ella tampoco había traído paraguas. Por un rato vimos caer la lluvia en la pared de piedra del Palacio de Deoksu, y entonces Mun-hui hizo una sugerencia inesperada.
«Vamos a Dongdaemun a visitar a tu madre».
Las palabras fueron tan repentinas, que tardé un rato en contestar.
«Siempre me he preguntado cómo es ella».
Todo tipo de ideas pasaron fortuitamente por mi cabeza. Parece que ya llegó el día, pensé. El día de caminar al altar con Mun-hui. Bajamos por las escaleras de la estación y subimos al tren hacia Dongdaemun. Quería hablarle primero a mi madre para avisarle que íbamos en camino, pero Mun-hui me detuvo. Pretendamos que estábamos en el vecindario y decidimos visitarla de improviso, dijo. Para cuando salimos de la estación de Dongdaemun, la lluvia ya se había acabado y el sol estaba brillando.
Sucedió que ese día mi madre estaba sentada en la tienda, lindamente ataviada con su tradicional hanbok. Saludó a Mun-hui con calidez, como si recibiera a un viejo amigo, tal vez porque pensó que estaba conociendo a una posible futura nuera. Mun-hui también saludó a mi madre. Mi madre invitó a Mun-hui a sentarse con ella en el angosto espacio de piso laminado en el que estaba sentada, luego tomó las manos de Mun-hui y las abrigó en las suyas.
«Me alegra tanto que hayas venido. Algo me dijo esta mañana que un invitado especial podría venir a verme».
Mi madre tomó el teléfono y ordenó café a domicilio, luego le dijo a su empleada que trajera huevos cocidos y sándwiches. No había espacio en donde sentarme excepto metido entre las dos, así que decidí dejarlas solas mientras charlaban. Salí y pasé el tiempo husmeando por las tiendas del vecindario. Cuando volví media hora más tarde, sin la más remota noción sobre lo que las dos podrían haber discutido en mi ausencia, esto es lo que mi madre le estaba diciendo a Mun-hui.
«Por eso me sorprendí tanto cuando te vi entrar; era como si me estuviera viendo a mí misma, a tu edad».
Instintivamente, me sobrevino una sensación de presagio. Ay, Madre.
«Parecía como si acabaras de volver de alguna parte. Como las golondrinas cuando vuelven al hogar en la primavera, en el tercer día del tercer mes lunar».
Mi reflejo fue inspeccionar el rostro de Mun-hui. A pesar de que su expresión se había endurecido, su sonrisa seguía ahí. Algo estaba mal. Acunando su taza de café con ambas manos, Mun-hui me volteó a ver con una sonrisa rígida.
«Dicen que los hijos crecen y encuentran a una muchacha que se parece a su madre. Eso es muy cierto en el caso de mi hijo».
Mi madre nunca entendió nada sobre mí, su propia sangre y fruto de sus entrañas. Yo ciertamente nunca había buscado una chica que se pareciera a ella, mucho menos había deseado encontrarla. Y ahora, mi madre había sacado el tema del matrimonio demasiado pronto. Y yo sin posibilidad de opinar.
«Te tomará algo de tiempo comenzar a dar clases y empezar con tu carrera. ¿Qué tal si planean la boda para la próxima primavera?».
Mun-hui dio un discreto paso hacia atrás.
«Mi familia aún no sabe que estoy saliendo con Hyeong-u. Y, como usted dice, aún no me han asignado a ningún distrito escolar. Pero lo discutiré con mi familia a la primera oportunidad».
«Sí, haz eso».
Rechazando la insistente sugerencia de mi madre a esperar un par de horas para que pudiera llevarnos a cenar, nos fuimos del Mercado de Dongdaemun y tomamos un taxi a Dongsung-dong. Nos bajamos en el Parque Marronnier y, aunque aún no oscurecía, entramos a un café pobremente iluminado y ordenamos cerveza. Encima de nuestras cabezas había una larga ventana horizontal vertiendo luz sobre la entrada del café. Una vez más, una atmósfera trémula e inquietante se estaba materializando.
«Parecías bastante apenada hace rato».
La respuesta de Mun-hui fue profundamente serena.
«Sí, pues, un poco».
«Espero no dejes que te moleste lo que mi madre te dijo».
Claro que Mun-hui sabía bien de lo que yo estaba hablando.
«Pero yo también tuve la misma sensación que ella. Realmente hay algo similar en nosotras, Hyeong-u».
No, no me interesaba escuchar eso. No había pasado toda mi vida sufriendo y vagando de un lugar a otro sólo para acabar casado con una chica igual a mi madre. Mun-hui levantó su cabeza y contempló la luz brillante que entraba por la ventana horizontal. Por un instante su rostro no fue visible. Como si lo hubieran borrado.
«Qué extraño… todas las golondrinas se están juntando en el techo».
Mun-hui estaba soñando. Probablemente estaba viendo las parvadas de golondrinas en las llanuras de Ganghwa. En aquel momento yo estaba viendo las golondrinas en el techo en Wat Chalong.
«Tu madre dijo que cuando las golondrinas gorjean, significa que uno va a terminar solo o que se va solo de viaje a un lugar lejano, y que por eso ella se fue de casa con la primera nevada».
«La gente puede irse, pero luego vuelve. Justo como nosotros volamos a Tailandia y luego regresamos con vida».
Mun-hui no me estaba escuchando, cosa que a veces hacía.
«También dijo que te dejaría, Hyeong-u. Y que luego volvería».
Luego me enteré de que mientras yo conversaba con Mun-hui en Dongsung-dong, mi madre salió de la tienda en Dongdaemun y no fue a casa en dos días. En esta ocasión sí le confesó a mi padre dónde había estado. Dijo que había estado en la casa vieja. Busqué en el directorio el número de la pareja que nos había hospedado a mí y a Mun-hui en la Isla de Ganghwa. La esposa confirmó la historia de mi madre. Mi madre se había quedado en la casa vieja con ellos durante dos días.
Más o menos al mismo tiempo me enteré por mi padre de que yo alguna vez tuve una hermana mayor. Le dio sarampión justo antes de cumplir dos años. Una noche, poco tiempo después de enfermarse, dio un último llanto, muy tenue, y murió en la clínica del pueblo. Mi padre me dijo que en el año en que yo nací ella hubiera cumplido tres años. Pero ni siquiera eso podía explicar las enigmáticas ausencias de mi madre durante cada invierno.