Cristal verdadero
El amante que ya no ama y se fue, la madre que vive sola en el páramo helado y Emily Brontë, que lo escribió todo ya en su novela y en su poesía. Esos tres hilos se entrelazan para crear Ensayo de cristal, «un poema mucho más rico que la mayoría de las novelas publicadas en la actualidad […] Es un buen poema gracias a su verdad y a la sensibilidad de la narración», a decir de Guy Davenport, autor de la introducción de Cristal, ironía y Dios, uno de los primeros libros de Anne Carson. La verdad acerca de Dios, Hombres de la televisión, La caída de Roma: Guía del viajero, Libro de Isaías y El género del sonido completan el volumen, traducido con pasión por la poeta mexicana Jeannette L. Clariond.
Segundo autorretrato
Mientras el niño Luis Panini se esconde con un compañero en uno de los salones abandonados de su escuela para besarse y tocarse, Monterrey está en peligro de arder, ya que el tanque principal de almacenamiento de una planta petrolera acaba de estallar. Los pánicos principales es un libro de memorias en el que su autor confiesa sus despertares sexuales en 41 fragmentos que se leen como una novela. «La confesión fue y sigue siendo hoy la matriz general que rige la producción del discurso verídico sobre el sexo», dice Foucault en uno de los epígrafes que reciben al lector de este texto, que es el segundo autorretrato del tríptico Un cuerpo sin órganos. El primero fue el poemario La destrucción del amante.
Alatorre Vivo
Antonio Alatorre está vivo en El sabio de Autlán. Antonio Alatorre, lecturas y testimonios, donde 14 autores aportan su visión del filólogo. «Alatorre se consideraba un “filólogo”, es decir, la persona que ama las palabras, y así pedía que le llamaran. Sin embargo, para algunos de nosotros […] también fue un erudito, un humanista, un sabio… y esa es la imagen que cada uno quiere plasmar en su respectivo texto», describe Sergio Téllez-Pon en la presentación de esta compilación que conmemora el centenario del célebre autor de Los 1,001 años de la lengua española. Tomás Segovia, David Huerta, Miguel Ventura, Jorge Aguilar Mora, Huberto Batis y Carmen Galindo son algunos de los escritores participantes.
Pasos en el abismo
«Sebald concluyó que las coincidencias no eran casualidades, sino que en alguna parte había una relación que de vez en cuando centelleaba por entre un tejido ajado». Hecha con la tenaz u obsesiva voluntad de identificar esas relaciones, la historia que cuenta este libro es, en buena medida, un dilatado y espléndido pretexto para extender una profunda reflexión sobre la escritura. Y, como suele ocurrir con la imaginación de Vila-Matas, en la lectura opera un cierto efecto hipnótico o encantador por el que la experiencia termina de ser absolutamente memorable. Alguna vez, el autor afirmó que cada nuevo libro suyo era un paso más sobre el abismo: este paso es, seguramente, uno de los que más lejos lo han llevado.
El peso de los años
Querer revivir las glorias de la juventud es, por lo general, una mala idea. Cuando esa juventud tuvo la furia y el anhelo y la estridencia magnífica que fue capaz de lograr una banda de heavy metal, aquella idea es más bien pésima. Pero ese empeño, contado por un narrador como Ortuño, es la ocasión formidable de conocer una historia hilarante. Inclemente con sus personajes y con sus ilusiones, abocado a una vindicación radical de lo que significa vivir para que esa música suene, el narrador (quien es también el protagonista) tiene, además, el no menor problema de que la aventura de volver a subir a un escenario viene emparejada con el reencuentro de un viejo amor. El resultado: uno de los mejores desastres que podamos leer.
Recuerdos contados
El uso de la propia memoria como materia prima para la literatura supone la convicción de que los recuerdos albergados sean más que suficientemente dignos de atención para otros —los lectores—. Y entraña, por otro lado, la posibilidad de que la imaginación restañe o enmiende o magnifique o rehaga todo lo que haga falta, con tal de que la obra se logre. Por fortuna, cuando el memorioso es un novelista como Celorio, aquella convicción está plenamente justificada y el trabajo de reelaboración del pasado queda supeditado a la consecución de tramas, enigmas y asombros que vuelven deleitosa la lectura. Es lo que cabe hacer cuando se ha tenido una vida como la del autor (o es lo inevitable): ponerse a contarla.