Fotógrafo en blanco y negro (fragmento) / Han Yujoo

La lluvia cae a un ritmo constante. De vez en cuando oigo el sonido tenue de los coches a la distancia atravesando los charcos. Cuando me tiendo inmóvil y miro hacia el techo, no puedo ver nada. ¿Qué hora era en este momento? ¿Era temprano por la mañana? Como aún no escuchaba el esporádico paso de los coches, tal vez todavía no pasaba de la medianoche. El sonido me tranquilizaba. No voy a ser capaz de quedarme dormido hasta que algunos rayos entren a través de las grietas de las maderas que cubren la ventana, apenas tan grandes como para que un par de dedos las tapen.          Ahora mismo, el único nombre que recuerdo es el nombre propio Betty. Tap, tap-tap-tap, tap, tap-tap. Las oscuras gotas de agua que caen en el techo suenan como un código Morse. Pero no puedo descifrarlo. El sonido resbala sin sentido como la primera vez que escuché una lengua extranjera. Y cuando cae un rayo, hago borrón y cuenta nueva. No siento mis manos atadas. Una cuerda delgada ata con fuerza mis muñecas y las manos se tocan por el dorso —tan fuerte que la cuerda se clava en mi piel cada vez que intento mover mis manos. En la primera noche me duelen las muñecas, en la segunda noche me duele todo el cuerpo y hoy no me duele nada. Mis nervios embotados bloquean el dolor. No he gritado durante los últimos siete días. Porque cuando una persona decide encerrar a alguien, todo —incluso la insonorización del cuarto— está previsto de principio a fin. Así que nadie escucharía nada.
      Y cuento los días que quedan. Uno, dos, tres, cuatro. Los días que no han pasado desapercibidos sin poder hacer nada. Cuando los rayos alumbran y la oscuridad pinta las paredes, hay rostros que recuerdo. Son rostros de familiares, amigos y personas que han pasado desapercibidos.       Rostros sin contornos claros, ahora incluso sus nombres son confusos. Es algo triste. Eso es lo que pienso, pero las lágrimas no vendrán. Hay una razón para todo. Sin embargo, este principio funciona según la ocasión. Esta persona con las manos atadas y los pies mirando al techo, encerrado en un lugar desconocido, podría ser otra persona con un nombre diferente. Si lo pienso de esta manera, me enojo. Me enojo tanto que no lo puedo soportar. Hay fuego dentro de mí. El fuego quemará mi cuerpo. En mi bolsillo hay una carta arrugada. En mi mente tengo tan claras las palabras de la carta que no es necesario sacarla y leerla una vez más. Huele a polvo. El olor es gris como la ceniza. Escritas claramente en negro en el centro de un cuadrado blanco, están las palabras: Si un millón de wons no se deposita dentro de tres días, el dedo de su único hijo será cortado. Ésa fue la primera carta. El número de cuenta era falso y «tres días» y «un millón de wons» eran cifras ambiguas. Más que nada, un millón de wons se convirtió en el problema. Pasan tres días. El dedo está a salvo. La policía descarta el caso como una broma. Pasan unos cuantos meses. El dedo está a salvo. La gente casi ha olvidado el incidente, pero yo a veces me preguntaba con qué dedo habría empezado. La habitación de mamá es la que recibe más sol en toda la casa. La parte superior de su tocador está llena de botellas de vidrio que contienen materia líquida y sólida. En la parte de atrás de su desgastado y poco profundo cajón está la primera carta. Cuando empiezo a leerla palabra por palabra, dolores fantasma parten de mi dedo meñique izquierdo y viajan al dedo anular, luego al dedo medio.
      La segunda carta llega. Esta vez, el nombre de cada miembro de la familia está escrito en la carta. Dice que el dedo del hijo será cortado si 100 millones de wons no están listos en tres días. Cada noche, un pedazo de papel blanco con palabras revueltas y manchadas se desliza por debajo de la puerta. La carta se mantiene en secreto. Sin embargo, no incluye instrucciones sobre la manera de entregar el dinero. Los investigadores van y vienen. Por su vestimenta y por el aire que se dan, es fácil decir que son policías. Cuando 100 millones de wons se comparan con el dedo meñique de un niño que acaba de cumplir diez años, no hay manera de saber lo que es más importante. Quiero escuchar lo que mis padres y los investigadores se dicen en secreto en la sala de estar. Los extremos de sus palabras se cortan, como si estuviera escuchando estática en el radio. La televisión está encendida. Pasan una telenovela. Ahora, enterradas bajo el sonido de los gritos de los personajes, sus palabras son aún más difíciles de entender. Quiero preguntarles. Quiero preguntarles si un dedo vale 100 millones de wons o si diez dedos valen 100 millones de wons. No hay reloj en la habitación. No hay nadie que te diga la verdad. Tal vez no haya una verdad que podamos llamar la verdad. La carta está escrita en papel blanco normal y en una fuente común. Probablemente no haya una sola huella digital. La era en que las personas podían ser rastreadas a través de su caligrafía o del tipo de papel que utilizaban ha pasado. No hay ni siquiera un sello en el sobre. Estaba en el interior del buzón de correo con la factura de la luz. El buzón costó 10 mil wons. Algunas personas quieren domicilios sólo para recibir cartas. La gente necesita casas más que nada. Pagan sus teléfonos, agua y facturas de la luz, y el término «pago» se utiliza en lugar de «pagar», y una casa es necesaria para recibir estados de cuenta, publicidad y catálogos de regalos. Una casa también es necesaria para recibir cosas como tarjetas de Navidad y Año Nuevo. Una casa hace pensar en el hogar y el hogar hace pensar en la familia. No está claro si la palabra «familia» puede evocar las palabras «amor», «calidez» o «relación». De acuerdo con ciertas historias, esos hogares existen. La gente que vive arriba ha estado fuera del país mucho tiempo. El correo que no cabía en su buzón se amontona en el suelo. Revistas envueltas en plástico con nombres como Nuestra Nación 12, La Revista Verde, Geo y American Traveler y hacen capas de color rojo, amarillo, azul y negro. Pienso en robar algunas, pero al final no lo hago. Tampoco está claro adónde se ha ido la gente de abajo. Su buzón está lleno de avisos de pago de tarjetas de crédito y de bancos. Me duele cada vez que veo la letra roja en los sobres. Otra familia se muda abajo. De vez en cuando, gente de una empresa desconocida o de una agencia de cobro llama a la puerta de abajo, y el nuevo jefe de familia no abre la puerta, y detrás de la puerta frontal de acero, niños pequeños dicen que no tienen ningún vínculo con la persona en cuestión, que es un completo desconocido, que nunca lo han visto. Una vez, una carta de cadena circuló. Las cartas fueron esparcidas por una montaña a donde fui en una excursión. Decían que quien las leyera quedaría ciego. Todos los avisos de pago se dirigían a una sola persona. El apellido de esa persona es Kim. El nombre propio es tan común que no puedo recordarlo ahora.
      Poco a poco pierdo la sensación en los dedos. No puedo agarrar un lápiz, los palillos se resbalan de mi mano, tres días pasan así y no sucede nada. Pienso que sería bueno ir a un país extranjero. Estados Unidos, China, Francia, Tailandia, no importa. No me vienen a la mente tantos países como esperaba. Quiero estar en medio de un idioma extranjero que naturalmente infiltre mis oídos, luego mi mente, luego mis venas. Si puedo poner dos océanos entre mí y este lugar, la seguridad puede estar garantizada por una diferencia horaria de doce horas. La ansiedad que residía en tan sólo unos cuantos dedos poco a poco se extiende por todo mi cuerpo y mi sistema nervioso. Pronto, la tercera carta llegará, y entonces todos se sentirán en peligro. Un hecho que ni siquiera ha comenzado no puede terminar. Veo mi meñique, valorado en 100 millones de wons. Es un objeto extremadamente caro.
Finalmente llega la tercera carta. Para comenzar esta historia se necesitan tres personajes. Esta vez sólo hay un nombre escrito en el sobre. Es mi nombre. El día anterior, mi familia y yo fuimos a comer intestinos de vaca a la parrilla. Estómago de vaca, hígado de vaca e intestinos de vaca bajan por la garganta. Dicen que una vaca tiene cuatro ¿o eran seis estómagos? Las entrañas de una vaca, ricas en proteína, pronto se transformarán en mi sangre y en mis huesos. No puedo decir si soy yo el que ha tragado grasa o si es la grasa la que me ha tragado. Apesto a carne asada. Todo mi ser estaba durmiendo en algo desconocido. Mis padres casi no hablan mientras comen. Tengo la sensación de que esta noche estaré a salvo. El ajo quema. Sin embargo, no se debe confiar en las sensaciones. Padre come un pedazo de cebolla a la parrilla. La cebolla, con sus múltiples capas, me recuerda a una muñeca rusa. Una lagartija corta su cola y escapa cuando ocurre un peligro, pero como mi dedo es diferente a la cola de una lagartija, no volverá a crecer cuando lo corten. Se dice que un gato tiene nueve vidas, por lo que incluso en situaciones de vida o muerte no reculan. Recular, regatear. Regatear, reventar. Reventar, reverenciar. Reverenciar, incendiar. Me concentro en hacer juegos de palabras interminables. Yo, que no soy un gato, sospecho que estos juegos fueron inventados por gente con miedo a morir. Mamá pide cerveza. Las empresas de bebidas alcohólicas deberían empaquetar el alcohol en envases de cartón, no en botellas de vidrio. Incluso las botellas de jugo deberían ser de plástico. Tengo miedo de las horas que se avecinan. Mis padres están hoy de buen humor. Se debe a que la carta llegará mañana, y puede ser que hoy nada suceda. A la mañana siguiente, me dirijo a la escuela. Un sedán blanco normal me sigue. El claxon suena bajito. Un hombre con rasgos normales sale del coche. En un tono normal, me dice que mi padre ha tenido un accidente. Hay una especie de insistencia en la forma en que habla, pero no sospecho de él. Ya han pasado varios meses desde que llegó la segunda carta y mi mente está llena de mis propias preocupaciones. Uso tenis negros, pantalón gris y una camiseta negra. Mi mamá llena mi armario con colores aromáticos. Después de haber estado en el coche cinco minutos, empiezo a preguntarme si ella sabe la ropa que uso hoy. Para presentar un informe de persona desaparecida se necesita una descripción, y probablemente ella no será capaz de recordar nada acerca de mi apariencia física. Es junio de 1991. Es un tiempo normal, algunos están naciendo y algunos van a la tumba. Cuando le pregunto si Padre está gravemente herido, el hombre contesta que no es nada serio. Cuando le pregunto si el hospital está cerca, él dice que no está demasiado lejos. He estado en el coche durante cinco minutos. El hombre empieza a silbar. Cuando le pregunto quién es él, él dice que trabaja con mi padre. ¿Y quién se supone que debes ser tú?, me pregunta. Mi cuerpo se congela aterrorizado.
      Se detiene a un lado en una calle tranquila y me venda los ojos. No se habla más, dice. Cumplo su orden para no llamar la atención y me arrastro hacia el suelo del asiento trasero. Me ata las manos. El coche gira a la izquierda, a la derecha, y da vueltas en U una y otra vez. Se trata de acciones de conducción normales y corrientes. Las lágrimas brotan de mis ojos. Yo gimoteo al tiempo que lloro. Cállate, no hagas un solo ruido, dice. Me trago mis lágrimas. Siento como si hubiera escuchado esas palabras durante mucho tiempo. Una vez en la escuela, me preguntaron si sabía la diferencia entre el tiempo y la hora del día. Era la clase de matemáticas y aprendíamos a leer la hora. Yo respondí que el tiempo está en constante movimiento y que cada hora del día es un punto fijo. De pronto, el término “representante independiente” me viene a la mente. En la oscuridad, trato de adivinar la hora. Me obligo a recordar que la situación en la que estoy pasa ahora mismo. El tiempo se desborda. 8:03, 8:04, 8:09. La hora se hincha dolorosamente. Incluso la hora supura con llagas. Nunca he visto una llaga antes. De repente, estoy increíblemente feliz. No hay nada que yo pueda hacer.
      Él escribe la carta después de que me ha encerrado en el almacén. Dice que si no recibe 500 millones de wons en tres días, me va a cortar el dedo. Trata la carta con cuidado. Mientras duermo, él va a lo que había sido mi casa hasta hace un par de horas y pega la carta en nuestro buzón. En el buzón hay un folleto que publicita coches último modelo. Pegado a la parte posterior del folleto hay un paquete gratuito de semillas de lechuga. Él mete las semillas en su bolsillo y vuelve al almacén. La mañana pasa de esta manera. No hay nadie en casa y nadie se entera de que falté a la escuela ese día. A las tres de la tarde, la escuela se cierra. Hay niños alborotadores que a veces tiran los cartones de leche que les dieron en el almuerzo en la calzada enfrente de la escuela. Los coches pasan sobre ellos y los cartones explotan en forma de aerosol blanco. La leche deja manchas largas y puntiagudas en el asfalto. Los niños gritan. No importa que sea blanca, una mancha sigue siendo una mancha. La fecha de caducidad de la mancha es el 8 de abril de 2001. Pero la mancha seguirá las huellas de los neumáticos, viajará a otros lugares y pronto crecerá sucia. De repente, el término «fotógrafo en blanco y negro» viene a la mente. A algunos niños no les gusta tomar leche. Hay niños que vomitan después de tomar un sorbo. Los niños sospechan que la leche, comúnmente conocida como el alimento perfecto de la naturaleza, se da a los estudiantes ya sea porque la Secretaría de Educación está aliada con la industria láctea o porque la Secretaría de Salud y Bienestar Social tiene como objetivo aumentar la altura promedio de toda la nación, para hacer de nosotros la raza más alta de Asia. Donde yo vivo, no hay niños en extrema pobreza o no se notan, y la mayoría de los niños probablemente pueden permitirse comprar algo tan pequeño como un cartón de leche al día. La leche, que ya no es especial por aquí, se machaca en una mancha blanca en la carretera, se da a los perros y a los gatos o se utiliza como un arma violenta. Hay leche más que suficiente. Si tomáramos toda la leche en todo el país y la tiráramos en el río Han al mismo tiempo, ¿qué pasaría con Seúl? Una vez que él ha regresado al almacén, se da cuenta de que caí dormido y trae una pequeña maceta de plástico de una esquina. La maceta está cubierta hasta la mitad con tierra seca. En cuanto corta la esquina de la bolsa, las semillas se desparraman como granos de arena. Semillas de lechuga, una maceta, tierra, agua y luz solar son necesarias para iniciar esta historia. Él saca una botella de 500 mililitros de agua, desenrosca la tapa y vierte un poco de agua en la maceta. Casi no entra luz en la habitación. Nadie ha leído la tercera carta todavía. Las semillas no podrán germinar. Semillas y una maceta, y tierra y agua y luz solar son necesarias para cultivar lechuga, pero se necesita tiempo más que nada. La luz del sol y el agua se necesitan todos los días, y se necesita reforzar el tallo frágil con un soporte fino para que no se caiga. Pero para cultivar lechugas, más que nada hay que esperar. Uno tiene que esperar a que el nuevo brote, más pequeño que una semilla, impulse su camino a través de la tierra, para que el tallo con forma de hilo se levante, para que la pequeña curva de la hoja se despliegue, para que cada pequeña semilla desafíe con calma la gravedad. El hombre deja la maceta y se endereza, yo me despierto con el sonido de sus manos que golpean sus pantalones para sacudirse la tierra. Mis manos están atadas. Me levanto del sofá. Él se acerca lentamente. Me pongo a llorar de nuevo.
      La primera persona que encuentra la carta es Padre. De camino a casa de vuelta del trabajo, se detiene en la tienda a comprar un paquete de cigarros y dos latas de atún. No ha pasado mucho tiempo desde que la tienda, con su conocido letrero azul en todo el mundo, llegó a nuestra zona. Sentí una sensación de alivio cuando la tienda abrió sus puertas. Dijeron que durante veinticuatro horas, cincuenta y dos semanas y trescientos sesenta y cinco días al año, el letrero que ilumina la tienda no se apagaría. El hecho me tranquilizó. Si era tarde por la noche o temprano en la mañana, sus puertas permanecían abiertas, y dentro había una persona que no se había dormido todavía, y los anaqueles estaban llenos de mercancía que no se había abierto todavía. Bolsas de frituras infladas con nitrógeno. Bebidas de todos los colores detrás de las puertas de cristal del refrigerador. Alimentos procesados. De vez en cuando, imagino la tienda que ilumina la calle vacía en la noche. Busco refugio en ese lugar al que casi nunca he entrado. Botiquines de primeros auxilios, personal de seguridad, transportes de carga, vehículos, bolsas de plástico, billetes, monedas, teléfonos, plástico, vidrio, vinilo, plástico. Padre saca el conocido sobre del buzón de correo. Al mismo tiempo, un montón de revistas, catálogos y facturas se desparraman del buzón de arriba. Los pasos de Padre en la escalera son ansiosos. No hay nadie en casa. Él mete su llave y abre la puerta. Pone la carta sobre la mesa. Espera.
      La primera persona en leer la carta es mi mamá. Corta el extremo del sobre con las tijeras de la cocina. Padre me busca. La cara de mamá palidece.

Traducción del inglés de Jorge Curioca

 

 

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