Es casi un lugar común decir que todos somos, de un modo u otro, migrantes. Y si bien la migración es un signo de estos tiempos —aunque haya muchos que la consideren un peligro—, las razones por las que un compositor decide irse de México pueden ser varias y suelen pasar por el aspecto educativo. Y claro, hay muchos cuya opción de movilidad ha sido Estados Unidos. Algunos casos:
Juan Trigos (1965) es un compositor que también ha sido director de la Academia Cervantina, la Orquesta Sinfónica de Guanajuato, la Orquesta de Cámara de Bellas Artes y la Sinfonietta de las Américas, así como de numerosos coros, ensambles y orquestas sinfónicas en Canadá, Europa, México y Estados Unidos. De su último trabajo en México no salió muy bien librado, pues, a pesar de los buenos resultados que había conseguido, tuvo que dejar la dirección de la Sinfónica de Oaxaca por no aceptar los recortes presupuestales que se le imponían ni el desinterés de las autoridades por la orquesta. Se mudó, un tanto decepcionado, a Houston, aunque también ha vivido en otros lugares del mundo en distintos momentos.
Samuel Zyman (1956), originalmente un médico que se convirtió en uno de los más famosos compositores mexicanos en el exterior, vive desde hace años en Nueva York, pues sus opciones de trabajo y de vida son mejores allá. Migró de la UNAM a Julliard.
El joven tapatío Juan Pablo Contreras (1987) está actualmente en la Universidad del Sur de California, donde es candidato al doctorado en composición.
El potosino José Luis Hurtado, luego de estudiar en el Conservatorio de las Rosas y la Universidad Veracruzana, se decidió por un doctorado en Estados Unidos que luego lo condujo como profesor a Alburquerque, Nuevo México, donde hoy vive.
El yucateco Alejandro Basulto (1984),
quien recientemente ganó el concurso de composición orquestal convocado por la Secretaría de Cultura de Jalisco, actualmente es director asistente de un ensamble de música nueva en la Moores School of Music de la Universidad de Houston.
Y los hay en otros países: Hilda Paredes (1957) se fue muy joven a Inglaterra a estudiar, luego se casó con un violinista inglés y allá se quedó; Juan Felipe Waller (1971) tiene padre holandés y en parte ello lo movió a estudiar y luego permanecer en aquel país; Víctor Ibarra (1978), tapatío de nacimiento, se sintió seducido desde muy joven por la cultura francesa y buscó la forma de ir a estudiar a Francia, donde actualmente radica.
Son apenas algunos casos de los muchos disponibles.
En 2016 se estrenó en Guadalajara una ambiciosa obra de dos compositores tapatíos migrantes, Ricardo Zohn-Muldoon (1962) y Carlos Sánchez-Gutiérrez (1964). El estreno de No se culpe a nadie, una peculiar ópera para títeres, actores, cantantes e instrumentistas, sucedió justo cuando se acababa de anunciar la victoria electoral de Donald Trump, que significó una negrísima nube para nuestro país, para los migrantes que buscan mejor vida en Estados Unidos y para los mexicanos residentes allá. La obra es significativa porque se trata de una colaboración binacional que pone el acento en las posibilidades de coproducción e intercambio creativo entre los dos países: la compañía de títeres tapatía La Coperacha, el monero Jis, los bailarines norteamericanos e ingleses del grupo Push, los textos de autores latinoamericanos —Julio Cortázar, Jorge Esquinca, Oliverio Girondo, Raúl Aceves— y, claro, la música creada por Sánchez y Zohn, se unieron para dar vida a un espectáculo escénico sui generis. Antes la pieza ya había sido presentada en Rochester, Nueva York —lugar de residencia de los compositores—, como una especie de cachetada con guante blanco a las histéricas pretensiones trumpistas de levantar muros y cerrar las fronteras a todo lo que llegue del sur y otros sitios. La pieza escénica ganó un premio en Rochester como la mejor obra estrenada en el año en aquel lugar.
Carlos Sánchez, uno de los autores de esa obra, comenzó sus estudios de música muy joven en la Universidad de Guadalajara, pero luego consiguió una beca para irse al norte. Peabody, Yale, Princeton y Tanglewood son los centros de estudio donde se especializó. Luego fue profesor en San Francisco y más adelante llegó a Rochester, donde hoy es jefe del departamento de composición de Eastman, una de las facultades de música más importantes de Esta- dos Unidos. Ha recibido reconocimientos internacionales, comisiones de obra, becas, y su música ha sido tocada por importantes agrupaciones del mundo, aunque en México son escasas las oportunidades para escucharla en vivo. En el Cervantino de 2015 se tocó GPS, una pieza que le comisionó el festival para ser ejecutada por la destacada agrupación británica Birmingham Contemporary Music Group.
Ricardo Zohn estudió en San Diego, después en Pensilvania, fue alumno de George Crumb y también ha recibido nu- merosas becas, encargos y reconocimientos por su trabajo. Actualmente trabaja en Eastman, igual que Carlos, aunque siempre ha intentado conservar un pie en México: ha compuesto piezas para poemas de Raúl Aceves; escribió música que se estrenó en el Mundial de futbol de Alemania y que se acompañaba con dibujos de Jis; y escribió Comala, una cantata escénica basada en fragmentos de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, que le mereció ser finalista del célebre Premio Pulitzer en su rama de música, en 2011, y que se ha interpretado apenas un par de veces en México.
Tanto Sánchez como Zohn quisieron, en algún momento de sus respectivas carreras, regresar a México y permanecer aquí. Pero sus intentos fueron infructuosos. México, una nación sin duda muy musical, no estimula especialmente la permanencia de sus compositores de la llamada «música de concierto» y ello explica en parte la migración. Los repertorios de la mayoría de las orquestas y grupos están integrados prioritariamente por obras de los siglos XVIII y XIX, con algunas leves inclusiones de música del siglo pasado. Son muy pocos los directores de orquesta de hoy que interpretan obras de autores vivos, y por lo tanto el público tiene poco acceso en las salas de concierto a obras que representen estéticas diferentes de las del pasado. Se desconfía de lo contemporáneo a pesar de que hay muchísimos autores alrededor del mundo que hacen música de acuerdo con estéticas que hace mucho rebasaron el siglo XIX.
Es verdad que hay ciertos espacios para la nueva música —los festivales Cervantino e Instrumenta, el Foro de Música Nueva en la capital, la convocatoria de composición orquestal de la Secretaría de Cultura de Jalisco—, pero también hay que decir que son más bien excepcionales.
Si bien la migración artística es un fenómeno con muchos rasgos positivos, también sería deseable que se dieran las condiciones para que los talentos regresaran.