Preparatoria de Tonalá
Estaba dormida muy tranquila cuando en eso escuché que alguien dijo una maldición y abrí los ojos. Frente a mi cama estaba un hombre apuntándome con una pistola, su cara reflejaba nerviosismo. Yo pensé: “Hasta aquí llegué”. No sentía miedo pero sí una gran decepción por la forma en que iba a morir. Mientras pensaba y sentía eso, el hombre se acercó, y yo le dije: “Bueno, y ¿qué me vas hacer? ¿Me matarás? Pues hazlo ya”. De nuevo su cara reflejó nerviosismo y me contestó: “¿Tienes algún caramelo que me puedas dar?”. Yo simplemente moví la cabeza diciéndole que sí. Busqué en un cajón y en eso recordé que tenía unas pastillas que había comprado para matar a unas ratas y, de paso, también a mi suegra, que me caía muy mal pues siempre me hacía pasar malos ratos. Así que las saqué, le di una a aquel hombre, que me dio las gracias y se la metió a la boca. Él la saboreaba mientras yo pensaba: “¡Ah!, éste cayó y pronto morirá”. Y así fue, en pocos segundos vi cómo su cuerpo caía muerto. Me acerqué a él y con una gran satisfacción tomé la caja de pastillas y empecé a reír por el gran acto que acababa de hacer.