Preparatoria de Tonalá
Hacía años que no ponía un pie en el bosque, pero aquel 2 de abril me dispuse a ir. Tenía la ilusión de ver de nuevo aquellos hermosos paisajes en que pasé muchos veranos de mi infancia. Sin embargo, al llegar, todo me resultó extraño: la cabaña, las flores, los mismos árboles parecían haber cambiado.
Me instalé en la cabaña y antes de cenar decidí caminar un poco para familiarizarme con ese antiguo y nuevo ambiente que me rodeaba, y que me recibía con su esplendor. Caminé durante largo tiempo, hasta que la oscuridad se apoderó del paisaje y me atrapó en el silencio de la noche.
Traté de encontrar el camino a la cabaña, caminé y caminé, sólo para descubrir que lo hacía en círculos. Cansado, me acerqué a un árbol y me recosté. Miré hacia todas partes y noté algo curioso: los árboles parecían tener rostros. Así que estuve observándolos por horas hasta quedarme dormido. En la madrugada comencé a escuchar ruidos y me desperté, entonces vi que los árboles se movían y hablaban.
–¿Qué haces? –me preguntó uno de ellos.
Yo, realmente asustado, contesté:
–Hace tiempo que no venía al bosque, todo por mi maldito trabajo; las ocupaciones, la rutina, me impedían tomar unas vacaciones, por eso estuve alejado de mi familia, así que decidí darme un descanso y olvidarme de todo.
–Haces bien en alejarte de todo –respondió el árbol–. Antes de morir, yo era un gran empresario a quien no le preocupaba más que mantener bien su empresa. Ignoraba a mi esposa y mis hijos, no me importaba nada más, hasta que quedé en bancarrota. Entonces comencé a perder todo lo que me rodeaba, me volví adicto al alcohol y morí en un grave accidente de auto. Mi alma apareció en este bosque, reencarnada en un árbol. Todos los que estamos aquí, antes de morir fuimos personas soberbias que buscamos la felicidad en las cosas materiales.
El árbol me invitó a dar un recorrido por el bosque mientras me contaba más acerca de él, y entonces dijo:
–Te doy este recorrido para que, además de escucharme a mí, conozcas la historia de los otros habitantes y aprendas a escuchar y también a sentir cariño por los demás.
Caminamos y caminamos, hasta que llegar a un rincón en el cual había un estanque en el que se reflejaban todos los problemas y sentimientos de los demás, pero lo más increíble fue darme cuenta de que mi reflejo narraba todo lo que ocurría en mi vida en los últimos años; mi vida ocultaba muchas cosas, cosas que mi reflejo contaba. Los demás árboles se acercaban a escuchar sobre mi vida. Se acercó un roble muy viejo que me dijo:
–Siempre sigue adelante, sin dejar a nadie atrás, y nunca olvides que en la vida hay muchos caminos, pero nunca hay que tomar atajos.
Esas palabras se me grabaron en el corazón, ya que yo siempre había llenado mi vida de odio y de ira. Entonces opté por cambiar no sólo mi estilo de vida, sino también mi forma de sentir y de pensar. Al parecer, uno de los árboles comprendió mi reflexión y sonrió. Seguimos caminando, hasta que llegamos a una montaña en donde había una cascada en que podía admirarse la Luna, esa Luna tan hermosa que nunca antes había visto. Cerca de la cascada se encontraban muchachos bailando y cantando alrededor de una hoguera. El árbol que me guiaba comentó:
–Cada año viene un grupo de personas a cargar su cuerpo de energía y sacar todas las malas vibras de su ser. Tú debes saber que los rincones del alma se arropan con la derrota y se quedan a vivir entre las dudas que llueven en nuestra mirada.
Así fue como comencé a comprender que la vida me estaba dando una nueva oportunidad de cambiar todo, de ser una persona nueva y mejor en muchos aspectos.
–¿Cuál es el mayor de tus miedos? –me preguntó una de las almas, cuyo rostro parecía estar muy triste.
–Yo supongo que el silencio y las despedidas.
Así comencé a desnudarme de esa amargura hecha de silencios, falsa seguridad y gratuita presunción.
–No hay peor decisión que la que no se toma –dijo.
No dejaba de martillarme la cabeza esa frase, cuando vi que el sol comenzaba a desayunarse la última oscuridad que aún tintaban aquel encantador paraje. Me dormí por unos momentos y al despertar me sorprendí acurrucado a los pies de un viejo árbol en cuya corteza estaba escrita la frase “Si la vida te pisa, desenvaina una sonrisa y vuélvete a levantar”#.
Ese árbol tan amable y que me enseñó varias lecciones no sólo me encaminó hacia mi cabaña, sino que me regresó a la vida. Sólo rondaba en mi cabeza la idea de luchar por mis sueños, y mis miedos se fueron junto con los fracasos que existían en mi alma.
Por eso, sigue mi consejo y nunca olvides que puedes ser todo lo que te propongas, sólo tienes un obstáculo: ¡tú mismo!
–Si no, puedes terminar como yo, condenado eternamente a morar en este bosque, del cual no se puede salir.
1. De la canción “Deja de llorar (y vuélvete a levantar)”, incluida en el disco La ciudad de los árboles, del grupo Mägo de Oz.