(Guadalajara, 1960). Fue nombrado Académico de Número de la Academia Nacional de Arquitectura en 2003. Es profesor titular de la carrera de Arquitectura en el ITESO.
Fernando era un tipo de los que no se olvidan. Tenía tantas cualidades que es difícil que converjan en una sola persona: una aguda inteligencia; una asombrosa claridad en sus ideas; un uso impecable del lenguaje, que se reflejaba en la precisión de sus textos y en su amena conversación; era simpático y cálido; era empático, porque sabía escuchar; era todo un artista carismático y robusto de una sola pieza.
El mundo vive de pocas personas, de esas que hacen progresar y crecer a su comunidad. Son personas poco conformistas, que cuestionan, que sueñan, que piensan que las utopías son posibles. Son personas vitales, valientes, necesarias e indispensables. Fernando era una de esas singulares personas.
Creo que su vida y su obra coinciden en una misma dirección, en la búsqueda constante de la libertad. Nada más libre que la palabra de Fernando. Nada más libre que El Paseo de los Duendes, en Monterrey, quizá su mejor obra.
Desde hace algunos años y con su permiso, he tomado de Fernando su despedida cotidiana. Es una despedida sencilla, cercana y optimista: «Hasta pronto», respetado maestro; «hasta pronto», querido amigo.