ES OTRO TIEMPO Y OTRO ESPACIO DONDE LAS MANZANAS SOBRE LA
MESA NO APARECEN,
donde si abres la ventana es otro el paisaje. El parque no es el mismo,
no es un parque son monedas y billetes desconocidos sobre el buró.
Pero aun así el día amanece gris y con lluvia, y la lluvia no es la misma,
no cae igual y moja con otra intensidad; el gris se repliega, se esconde, se
sube a los árboles mostrando cierta timidez;
es de piel muy blanca y cabello muy negro y a todo responde: ya.
Da la impresión de que el día es el mismo en cualquier parte,
pero cualquier parte no existe, es un concepto, una loba sin lobos,
una fotografía impostada, un cuento que, de entrada, nadie cree.
El que baja por la escalera quiere reconocerse, palparse y recordarse en
cada escalón;
pero los escalones no otorgan ninguna concesión y van sumando sus
metamorfosis,
sus gallos perdidos en la niebla que cantan a cualquier hora, en cualquier
parte
a sabiendas que cualquier hora y cualquier parte no existen.
Porque la historia siempre es otra, porque nosotros siempre somos otros
aunque nos aferremos al mástil y nos cubramos los ojos y los oídos
en pleno centro de la ciudad o en el rincón más oscuro de la casa.
Se trata de un tiempo que va y no siempre vuelve, de algo que regresa sin
haberse ido,
de una desaparición involuntaria, de las manzanas sobre la mesa que no
están
o quizá se trate de otras frutas o quizá ni frutas sean en mesa alguna;
sin embargo, y pese a esto, nos sentamos ante la mesa y juramos ver,
tocar y oler
esas manzanas distraídas que no hacen caso alguno de nosotros;
siempre en silencio y con esa actitud de autosuficiencia
como si vivieran en otro tiempo y en otra historia que no corresponde,
que no nos atañe; pero ahí estamos bajando las escaleras, cruzando las
habitaciones,
resistiendo la ventisca, ordenando los perros del trineo,
subiendo con el gris del día a la copa de los árboles,
descubriendo un paisaje que no es paisaje, unas monedas y billetes que
no entendemos,
un buró que podría ser una garza,
una recámara que se hunde en un mar que se esconde.
Se trata de otra vida a la que llegamos demasiado tarde o demasiado
pronto.
Es una la caricia, pero las consecuencias son ondas que acaban por
perderse
en la superficie de un estanque que no es un estanque
sino el cristal de una ventana donde un hombre contempla un parque.
¿Será el mismo hombre que, si se da la vuelta, creerá ver manzanas sobre
la mesa?
Es obvio que no.