La experiencia de la vida nos enfrenta a circunstancias individuales y precisas, y al mismo tiempo a experiencias de naturaleza ontológica, digamos primigenia. Se concibe como una falta de algo inalcanzable, nostalgia que tiene que ver con el paraíso perdido, con el vacío que sentimos cada vez que respiramos profundo y nos embarga la necesidad de llegar más y más lejos, traspasar el contorno de los cielos, o de manera inversa profundizar en el cuerpo y sus tejidos para saber dónde nacen las células y cómo el sueño se hace verdadero.

Vivimos un tipo de ímpetu hacia el vuelo y el cosmos, hacia el subsuelo y su tamaño minúsculo. Queremos acortar la distancia que separa los dos infinitos.

Existir en intimidad con una zona de no conocimiento significa vivir frente a la inmortalidad que llevamos a cuestas, que es la condición del paraíso perdido o jardín eterno, o edén, uno de los primeros mitos de las sociedades primitivas. A través de expresiones onomatopéyicas, desde los orígenes de la civilización se ha tratado de conectar con la vivencia mística, con el sentido divino.

La nostalgia entonces surge del abordaje emocional ante la caída en el resbaladero del tiempo que nos conduce a la muerte. Es la pérdida de vida que llevamos tatuada en el espíritu, el vuelco a la nada del todo que somos. Y su recuperación a través de la memoria.

En este número de Luvina la nostalgia desborda los textos, a través de lenguajes íntimos y —a la manera de aquellos chamanes arcaicos— nos ofrecen distintas posibilidades del lenguaje para acercarnos al misterio, diversas maneras de vivir las mutaciones del ser en este mundo limitado y específico. Versos y prosas que contienen un lenguaje secreto, próximo a la trasmutación de voces interiores en espacios donde el cuerpo se reintegra a la vida cotidiana, no sin llevar al lector por laberintos peligrosos e infiernos sanadores.

Por otra parte, la obra pictórica de Javier Campos Cabello contiene esos gritos, susurros, cantos, trazos que devienen verbos de vida humana inmortal.

Circe II (serie Los cuartos vacíos), 1980
Mixta sobre tela
130 × 100 cm
Escena de antro II, 1980-1981
Mixta sobre madera
150 × 100 cm
Cuatro ladrones y una bicicleta descompuesta (TIV)*, 1982
Mixta sobre tela
155.5 × 121 cm
*Taller de Investigación Visual
Club nocturno (serie Músicos), 1984
Acrílico sobre tela
179.5 × 119 cm
Sin título, 1985 
Acrílico sobre tela 
170.5 × 120 cm
(detalle)
Recuerdo de infancia (serie Recuerdos familiares), 1989
Acrílico y serigrafía sobre tela
150 × 180 cm
Recuerdos familiares, 1993
Acrílico sobre tela
144 × 175 cm

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Luvina Joven

Páramo