CATEGORÍA LUVINARIA
Maestría en estudios de Literatura Mexicana, CUCSH
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.
Héctor Viel Temperley
Soy el hombre que me suelta en la orilla, el hombre de esfuerzos intrépidos cuyo atardecer contrae en su cuerpo y pronuncia poemas de Temperley para recordar que el tiempo está en los océanos hay una puerta que se abre paso cada día por las mañanas cuando la eternidad aún descansa sobre los párpados y pienso en castillos de Barajas o Pinedas cortados, una puerta que se esfuerza por no cerrarse tiene el aroma del abuelo, de sus caminatas sobre la arena, de su espíritu irrevocable de su semblante agrietado por su fidelidad a lo esporádico tengo cuatro años y acudo al mar braceo y procuro no hundirme, aún no sé nadar tampoco sé del ensayo milenario de los pescadores: ellos arrojan las atarrayas mientras los dedos del sol las atraviesan y pintan la sombra de sus remos. No sabía que el sol podía dibujar historias. A veces la puerta se cierra y me deja tirado como un árbol deshojado, como una ciudad sin capillas, ni torres, ni cúpulas, y siento que no tengo ya dolor ni esperanza, y que soy un otro importado sin dirección estricta. Alguna vez mi abuelo me dijo que guardo lunas en mis dedos decía estas palabras cuando nos sacudíamos la arena, con la seguridad que tienen los puertos mientras desnudan la costera luego la arena se convertía en polvo, en pedacitos de cielo para regalarle a mamá y yo volvía a nadar, como no queriendo desprenderme del mundo en aquellas tardes de cielos acanelados los días se vestían de culebrinas de papel china sobre las nubes, surcaban los cables y las casas como si nada tuviera falibilidad en su tiempo, – nuestro tiempo – corríamos descalzos de la mano de las culebras flotantes, habitando ciudades extremando nuestras fantasías, arremetiendo contra el espacio deplorable con movimientos breves de ensueño; quién diría que al crecer la vida se encontraría en otra parte. Las tortugas son los seres más hermosos del mundo marino, dice mamá y comprendo entonces su vocación por la vida pero no puedo abrir ahora ventanas que atestigüen sus gestos retenerlos en mi palma sería el mejor de los milagros, por suerte, tenemos la memoria o el incendio, nos tenemos en nuestros ojos marrones en la medida de nuestras manos y en la complicidad del calor que emanamos esta tarde la puerta se ha difuminado, mi cuerpo yace en un manto lejano pero conocido no hay laderas ni caminos mucho menos algún sendero, tan solo las estelas de los movimientos en el agua; ahora mi abuelo está enfermo y lloro por la luna que ha perdido, ambos recordamos el mar y su envestidura de palmeras y aves como algo que quiere salir en sus olas pero que nunca lo logra a pesar de su fuerza estremecedora. A penas ha pasado un minuto y miro el reloj de la piscina, son las 7:45, detrás de esto el pitido del salto, hay reglas que nunca cambian: tres brazadas y una bocanada de aire.