(Ciudad de México, 1956). Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018).
Del saxofón de Wayne Shorter vuelan notas inconfundibles que dejan su impronta en canciones tan disímbolas como «Aja» de Steely Dan, «The End of Innocence» de Don Henley, «Gardenia» de Santana, «African Flower» de Norah Jones y, por supuesto, muchísimas en la amplia discografía de su entrañable amiga Joni Mitchell.
Su larga y muy productiva vida de casi noventa años —los habría cumplido en agosto de 2023 pero no alcanzó, pues murió el pasado dos de marzo— le permitió recibir toda clase de honores, premios y reconocimientos.
¿Por dónde empezar a escuchar a Shorter? La tarea se antoja abrumadora, hay tanta música, tantos discos, tantas épocas. Casi una vida entera para abarcarlo todo y ni así. Tan sólo su ambicioso y último disco de 2018 tiene una duración superior a las dos horas. Por supuesto era un músico de jazz, un instrumentista más que competente pero también un compositor y un espíritu abierto que buscaba extender las fronteras del jazz convencional. A lo largo de sus muchísimas grabaciones queda clara su capacidad para dialogar con aquellos con quienes hacía música. Era un escuchador minucioso y atento, que ponía las notas que se requerían en el momento justo, ni más ni menos, sin alardes excesivos ni desplantes egocéntricos.
La playlist podría iniciar con los Jazz Messengers del baterista Art Blakey, con quienes grabó un montón de discos entre 1959 y 1964. Luego, con la larga experimentación al lado de Miles Davis, quien lo reclutó en ese mismo año 64 luego de andar buscando con quién suplir al enorme John Coltrane. Wayne permaneció con Miles hasta 1970 y durante todos esos años gloriosos aportó su tenor y su soprano en discos revolucionarios como Nefertiti, In a Silent Way o Bitches Brew,entre muchos otros. La música podría seguir con Weather Report, su alianza creativa con el austriaco Joe Zawinul, acaso la más poderosa banda del jazz rock, que duró quince años con otros tantos discos que siguen siendo disfrutables y retadores. Pero habría que añadir en un lugar especial su trabajo solista: cerca de treinta discos llenos de colaboraciones notables y composiciones propias con formaciones diferentes entre sí. Y, por supuesto, sería imprescindible completar con sus participaciones al lado de artistas tanto del jazz como de otros rumbos: de Donald Byrd a Norah Jones; de Freddie Hubbard a Milton Nascimento; de McCoy Tyner a Carlos Santana. Y Michael Petrucciani, Tony Williams, John Scofield, Lee Morgan, Jaco Pastorius y tantos otros. Un lugar destacado en la lista habrían de tener sus colaboraciones con Joni Mitchell, particularmente jugosas: cerca de diez discos de la rubia canadiense donde el maestro Wayne aportó su personalidad y sonido único: Turbulent Indigo, Night Ride Home, Mingus, Travelogue, para citar apenas cuatro. Y ahí no para la cosa: habría que incluir también algo del homenaje que el pianista Herbie Hancock le hizo a la Mitchell en 2007: River, The Joni Letters, donde Shorter toca de manera inspirada a lo largo de todo aquel disco memorable. Nada más con esas propuestas tendríamos para llenar muchas horas musicales de gozo absoluto.
En 2009 la ciudad norteamericana de Los Ángeles fue la invitada de la FIL Guadalajara. Como parte de los espectáculos musicales que aportó hubo un concierto inolvidable: Wayne Shorter llevaba tiempo trabajando con un cuarteto de virtuosos excepcionales: John Patitucci en el contrabajo, el pianista dominicano Danilo Pérez y el baterista Brian Blade. Un grupo de improvisadores natos que le sacaron brillo especial a la música de Wayne, quien por entonces ya era un respetable señor de cerca de ochenta años y trayectoria incomparable. Fue aquélla una de las escasas oportunidades para escuchar a este maestro en nuestro país y percatarnos de su profunda, serena —aunque a ratos convulsa— manera de tocar y componer. Y para observarlo en el escenario: concentrado, atento a sus compañeros y ajeno a las extravagancias o manifestaciones excesivas.
En 2008 Wayne Shorter publicó un ambicioso proyecto: el disco triple Emanon, con música para orquesta de cámara y grabaciones en vivo de su cuarteto, todo completado por una historieta que da cuenta del viejo interés del músico por las historias de ciencia ficción. Con esa producción ganó un Grammy como mejor disco de jazz instrumental. Esa producción volvió a poner en claro que Wayne Shorter siempre estuvo del lado de la ambición, de la fusión, de la ruptura de esquemas, de la inconformidad creativa. Por eso estuvo con Miles, por eso fundó Weather Report, por eso hizo los discos que hizo y colaboró con tantos músicos distintos.
Su vida personal también tuvo sus complicaciones y tragedias: su hija Iska murió a los catorce años, víctima de un doloroso problema cerebral. Años después su esposa Ana Maria falleció en un accidente aéreo a bordo de un vuelo comercial que se estrelló poco después de despegar en el aeropuerto Kennedy de Nueva York.
Wayne Shorter fue practicante del budismo durante buena parte de su vida. En una entrevista con el diario inglés The Guardian, decía: «Gracias a esa práctica, el budismo, soy capaz de establecer un diálogo eterno con aquellos a quienes he perdido temporalmente».
Budistas o no, me parece que podríamos afiliarnos a esa idea: la de esperar que la pérdida de Wayne Shorter sea temporal y el diálogo con él, eterno. Al menos tengo la convicción de que lo será a través de las muchísimas grabaciones que nos legó.