Vivir, dar fe, narrar

Adriana Díaz Enciso

(Guadalajara, 1964). En 2020 se publicó su traducción de El velo alzado, de George Eliot (UNAM, 2020).

El abandono de la madre, es de suponerse, significa la condena del vacío y la imperdonable orfandad impuesta por quien, sin morir, igual se va. La protagonista de Radicales libres, la más reciente novela de Rosa Beltrán, tras ver a su madre decirle adiós y marcharse abrazada a la cintura de un amante sin nombre, montados los dos en una Harley-Davidson, abre, en cambio, a partir de ese momento —aunque no sin dolor y confusión—, la puerta de la libertad.

En un viaje vertiginoso por las últimas seis décadas y las transformaciones del mundo y del país, observadas con la acuciosa atención de una espía desde la Ciudad de México, la niña se hace adolescente y luego mujer descubriendo que la libertad en la vida humana, con su nudo inextricable de ambigüedad moral, pérdida y deseo, se teje también con los hilos de la historia. No la Historia con mayúsculas nada más, aunque está ahí, poderosa e ineludible: el recuento de las vicisitudes políticas de un México que, al paso de las décadas, se hunde más irreversiblemente en la corrupción y la violencia; o la llegada del hombre a la Luna, los idealismos de mudables izquierdas o el nacimiento de un nuevo movimiento feminista; y no, tampoco, nada más las historias individuales de lo que hombres y mujeres hacen de su vida en medio de sus circunstancias, sino la historia como narrativa, el relato de lo propio para volverlo universal, y el de lo universal interiorizado como propio. Contar como la perspectiva indispensable para poder vivir.

Radicales libres está contada, en voz de su protagonista, con lujo de humor y una punzante ironía, aunque éstos no minimizan el dolor individual ni el colectivo, mostrados con una franqueza que desarma y nos obliga a hacernos las mismas preguntas que el personaje. Poco a poco nos damos cuenta de que esta historia es en realidad una carta a la hija ausente, que decidió irse de México tras ser víctima de la violencia y testigo del insidioso machismo que también permea a la sociedad, y las preguntas constantes en ese diálogo son: «¿en qué momento este país se fue a la mierda?», ¿qué se hace cuando la tierra en que nacimos y amamos se va a la mierda? y ¿cómo es posible —si acaso lo es— alcanzar la verdadera igualdad entre los sexos y acabar de una vez por todas con los lastres del machismo? En este sentido, creo que sería simplista etiquetar a Radicales libres como una novela feminista. Lo es, sí, pero las preguntas son planteadas desde la urgencia existencial de los personajes, y no (afortunadamente, tratándose de una novela) desde la sociología. ¿Cómo se vive en un mundo roto? ¿Cómo se franquean, según la época y las circunstancias, las amenazas y abismos que conlleva la suerte de nacer mujer?

La pregunta, aunque toca a la sociedad entera, es íntima, y las narrativas de los personajes en esta novela también lo son. La hija abandonada, adolescente, enamorada de la imagen de esa madre libre e inalcanzable, hace cuanto puede por sustituirla, convertirse en ella, así que este libro es también una indagación en los misterios abismales de la identidad. Hay en su abandono mucho de brutal, y estruja el corazón leer, por ejemplo, las cartas que la muchacha le escribe a su madre sin tener a dónde enviarlas, pues ésta sólo les envía a sus hijos postales sin domicilio desde distintas partes del mundo. El triunfo —de la protagonista y de la narrativa— es la forma en que el dolor, el miedo, los tropiezos en el descubrimiento de la sexualidad se convierten en herramientas para vivir y contar una historia propia, hacer uso del intelecto para indagar, reflexionar, guiar los pasos, y del corazón y la imaginación para darle sentido al camino.

Son muchas las mujeres que andan este camino juntas, con todo y desencuentros, en Radicales libres, y a través de sus historias Rosa Beltrán logra ofrecernos un retrato preciso de los innumerables obstáculos, afrentas y amenazas que han enfrentado las mujeres durante los últimos sesenta años sin incurrir en el panfleto ni el discurso didáctico. Lo que hace es, más bien, invitar al lector, cualquiera que sea su género o su identidad, a preguntarnos con ella cómo se construye un mundo en el que la auténtica libertad sea posible.

Con la misma naturalidad nos entrega también el retrato despiadado del imperio de la violencia en México, así como extraordinarias estampas de lo que este país fue en otros tiempos no tan lejanos. La protagonista, en busca de la madre ausente y desgarrada también por la ausencia de la hija, logra en lo que, en última instancia, es una larga carta de amor, reconciliarse con ambas ausencias. Desde la ventana de Zoom, cercada por la pandemia, esta mujer concluye que en la narrativa y la memoria las preguntas se ahondan, confluyendo todas en una respuesta afirmativa y rotundamente liberadora: la vida vale la pena.

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