Visitaciones / La Lotería de Arturo Rivera / Jorge Esquinca

 

Hay pintores que, debido a la naturaleza misma del núcleo desde el que surgen sus visiones, escapan a toda clasificación. Es éste, me parece, el caso de Arturo Rivera. Lector de Blake y de Artaud, Rivera encontró muy pronto la gradación que debía tomar su paleta para pintar aquello que vislumbraba en el interior de sí mismo y que, por ende, podía extenderse al resto de sus congéneres. No se trataba de elegir el camino de la mera gratificación formal, sino de elevarla a una suerte de perfección para hacer encarnar, con el mayor detalle posible, a la visión misma —por terrible, por oscura, por devastadora que ésta fuese. De aquí que, a lo largo de los años de ejercer el oficio de la pintura con ostinato rigore, fue quedando plasmada en sus cuadros una galería de personajes
—alimentados por una substancia marginal y nocturna— que parecen surgidos de un teatro equívoco, cuya puesta en escena es sólo posible gracias a la incontestable realidad de la pintura.

Una parte de ellos han sido congregados en las sesenta cartas que componen esta Lotería de Arturo Rivera (Editorial Resistencia, México, 2013). Se trata de una asociación singular, si se tiene en mente el juego popular mexicano, pues, en principio, podría pensarse que en la pintura de Rivera hay escaso lugar para el azar y la ligereza de ánimo que suelen intervenir de manera importante en el juego tradicional. Resulta entonces de particular interés la apuesta de los editores al realizar esta Lotería cuyo escenario ideal para llevar a cabo el juego estaría lejos de la habitual kermés o del patio doméstico y más cerca de la catacumba o del quirófano. No obstante, los editores han puesto particular cuidado al identificar los elementos que en la pintura de Rivera pueden coligarse de manera inmediata con los que componen la imaginería del juego popular. Están ahí, entre otras presencias: La rosa, La luna, La mano, La araña, La calavera, El corazón, El sol, La pera y El alacrán.

Un juego paralelo consistiría en establecer, mediante un ejercicio de libre asociación, una relación menos evidente entre las cartas de las dos loterías. Así podríamos convenir que algunas imágenes de la lotería popular —La muerte, El valiente, El diablito, El pájaro y La sirena, por ejemplo— hallarían sus espejos equivalentes —iba a escribir: a su hermanos siniestros— en El gimnasta, El verdugo, El cabrón, La paloma y La seducción, contenidos en la Lotería de Arturo Rivera. Más allá de similitudes y diferencias, los editores nos invitan a mirar con una particular atención la pintura de Rivera y a descubrir en ella, por intercesión de sus personajes, una zona —la menos visible, acaso— de nosotros mismos.

Todo juego pide el seguimiento de ciertas reglas y al mismo tiempo solicita la intervención directa de los participantes, quienes, al inmiscuirse de manera decidida, pueden aportar nuevos derroteros, de imprevisible resultado, al juego mismo. Tal es la naturaleza del azar involucrado en todo lance de dados. Queda una interrogante: ¿cómo habría de proceder el Gritón de esta nueva lotería, qué coplas tendría que improvisar para acompañar y darle fluidez al juego en seguida del insustituible «corre y se va»? Propongo unas cuantas posibilidades.

 

El verdugo

El tiempo pasa y la muerte

en mi cuchillo te aguarda,

no escaparás a tu suerte,

ve preparando tu alma.

 

El gimnasta

Como te ves yo me vi,

como me ves te verás,

no puedes juzgarme mal:

vine, vi, jamás vencí.

 

La guerra

De iguana me como un taco,

de lengua me como dos,

si quieres hablar de amor

deja las trampas a un lado.

 

La seducción

De Lolita yo aprendí

a verme siempre coqueta,

no me mires de perfil

o te bajo la bragueta.

 

El hechicero

Me llamo Arturo Rivera,

me dicen mago mayor.

Vine a la vida pintor

y lo seré hasta que muera.

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