Hallazgo en la Feria del Libro de Mérida, Yucatán, el Diccionario de la obra de Juan Rulfo (unam, 2007), de Sergio López Mena. Un minucioso trabajo de un erudito lector del corpus rulfiano. Libro sin duda imprescindible para el traductor, resulta un instructivo deleite para quienes frecuentamos la obra del sayulense. Aquí, a tono con la temática de este número de Luvina, copio algunas de las entradas que, entre muchas otras, llamaron mi atención. Y, por considerarlo de interés para quienes hacemos la revista, pongo al calce la entrada del Diccionario correspondiente a la palabra «Luvina».
Baraja viboreada. Baraja que ha sido arreglada para que salgan las cartas en un determinado orden. En El gallo de oro, dice la Caponera a Dionisio Pinzón, refiriéndose a los albureros: «Estos fulanos traen siempre barajas viboreadas».
Campana de las horas. Campana que se toca en la iglesia principal de un pueblo a las doce del día, a las seis de la tarde y a las diez de la noche. En «La herencia de Matilde Arcángel», dice Tranquilino Herrera que «casi con la campana de las horas se oyó el mugido del cuerno», es decir, cerca de las diez de la noche.
Cohetón. Cohete de unos treinta centímetros de largo por unos tres de ancho. En Pedro Páramo, cuenta Eduviges a Juan Preciado que Abundio se quedó sordo por haberle tronado «muy cerca de la cabeza uno de esos cohetones que usamos aquí para espantar las culebras de agua».
Falsa rienda. Lazo que se coloca a los caballos en proceso de ser amansados. […] En sentido figurado se aplica al caballo que la porta. En el inicio de El gallo de oro, cuenta el narrador que Dionisio Pinzón pregonaba por las calles de San Miguel del Milagro: «Alazán tostado… Falsa rienda… Se extravió el día de antier en el potrero Hondo…».
Guango. Machete curvo, usual en el sur de Jalisco. Dice el narrador de «La Cuesta de las Comadres», al hablar de la escena en que mató a Remigio Torrico, que vio que éste se dirigía al «tejocote y que agarraba el guango».
Hilo de remiendo. Hilo hecho especialmente para zurcir, de hebras de algodón más grueso que los demás. En Pedro Páramo, al referirse a los indios de Apango que han llegado a Comala, dice el narrador: «La mujer les encargó un poco de hilo de remiendo y algo de azúcar, y de ser posible y de haber, un cedazo para colar el atole».
Lámpara de petróleo. Aparato de petróleo; quinqué. En «Luvina», dice el narrador, refiriéndose al lugar en que se lleva a cabo la plática entre el ex maestro y su interlocutor, que los comejenes «rebotaban contra la lámpara de petróleo».
Lienzo. Muro de piedras superpuestas con el que se señala la división de las propiedades agrarias. En «El Llano en llamas», recuerda el Pichón que, al llegar a la Piedra Lisa en busca de sus compañeros, recorrieron el lienzo. Debe entenderse que caminaron junto a éste: «Y recorriendo el lienzo de arriba abajo encontramos uno aquí y otro más allá».
Sillas voladoras. Juego mecánico consistente en unas sillas de metal que penden cada una de una larga cadena, y a las que se hace girar. Al final de Pedro Páramo, dice el narrador que llegó a Comala un circo, «con volantines y sillas voladoras».
Tirlanga. Jirón de la ropa, trozo desgarrado de ésta. En «El Llano en llamas» cuenta el Pichón que algunos de sus compañeros eran colgados en los caminos, donde duraban mucho tiempo, quedando «a veces ya nada más las puras tirlangas de los pantalones bulléndose con el viento».
Tololoche. Contrabajo. Proviene del náhuatl tololochi (de tololontic, redondo), nombre que, explica Robelo, «dieron los indios al instrumento musical llamado “contrabajo”, cuando vieron sus formas redondas, y que era semejante a un esferoide irregular». En El gallo de oro, dice el narrador que al salir del palenque de Tlaquepaque, Dionisio Pinzón recordaba los gritos del público, «la doble voz de las cantadoras y el ruido hueco de las cuerdas del tololoche».
Verdugillo. Cuchillo largo, de doble filo. En «El Llano en llamas», el Pichón recuerda que cuando jugaron a los toros en el Cuastecomate, el administrador, a diferencia de los soldados y el caporal, «no usó ninguna maña para sacarle el cuerpo al verduguillo».
Luvina. San Juan Bautista Luvina. Pueblo zapoteca de la Sierra Juárez, en el estado de Oaxaca. Pertenece al municipio de San Pablo Macuiltianguis, del distrito de Ixtlán. La palabra zapoteca Luvina, dice Rosendo Pérez García, «es corrupción de la frase loo-ubina, en que la primera sílaba significa “sobre” o “cara”; la segunda, “pobreza” que raya en la miseria, lo que juntando la significación sería “sobre la miseria”, atributo que sí corresponde a la situación constante de esta gente» (La Sierra Juárez, p. 220). Pérez García explica que en la primera mitad del siglo xx, Luvina limitaba con Atepec, Macuiltianguis, Comaltepec y Analco, y agrega que a sus habitantes «se les ve como miserables, egoístas, perezosos, caprichosos, desobedientes contumaces de sus propias autoridades y de las superiores» (p. 222). En «Luvina», cuento al que da título parte del nombre de ese pueblo, recuerda el ex maestro: «San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre».