Visión en negro. La nada devorada en un soneto de Clara Janés

Luis Jorge Aguilera

(Guadalajara, 1989). Su última publicación es San Juan de la Cruz en México. Apuntes para su recepción lírica en la poesía mexicana (Universidad de Guadalajara, 2020).

Donde se acude a las 
rosas del averno 
para prender fuego al 
abandono 

De pronto es un descenso a 
[los infiernos 
por los dioses que en vano 
[idolatramos; 
abandonados por los que 
[así amamos
vagamos graves sin 
[reconocernos. 

Tiempos angostos son, que 
[un día eternos 
fueron, y como ciegos los 
[cruzamos. 
Y, del averno, rosas 
[arrancamos, 
por coronar con fuego los 
[inviernos. 

¡Ay del amor que hiere 
[cruelmente, 
traspasando de hielo con 
[su lanza 
nuestro huérfano cuerpo, en esta hora!

¡Arda la rosa y nuble 
[nuestra mente 
hacia la nada: su llama es 
[esperanza 
pues todo, al fin, lo abrasa y 
[lo devora! 

22 de agosto 
	
*

El recorrido cromático en este soneto órfico de Clara Janés (Barcelona, 1940) va del negro al rojo para terminar en una visión en negro.

La primera vez que se hace referencia a la visión es por la ausencia de ésta. Como ciegos tanteamos la angostura de los tiempos. Negro. Collige rosas,pero no somos vírgenes. Nos alcanza implacable la negra noche invernal. Aquí el hielo y también en otro lugar de «El color prohibido» es negro «Y no por el hielo negro / y no por hielo / que sea muerte / por rabioso fuego / que prende ya en las raíces / del árbol…».[1]

¿Hay rosas en el averno? Sí, en el averno de este soneto. Probablemente se trate de rosas rojas, pues antes de ser encendidas están ya coronando de fuego el negro invierno. El amor en cambio no es rojo, está hecho de hielo. La ignición cromática del rojo de las rosas aviva el fuego del último terceto; pero al arder este fuego nubla en su negra combustión dejándonos en negra nada. Visión en negro de nuevo.

La empresa órfica de la salvación de la amada ni siquiera se plantea aquí. Nos encontramos descendiendo de súbito, transidos ya de abandono. En la página anterior la voz poética, caminante errática en este soneto, se rinde ante la inutilidad del canto de Orfeo comparándolo con «la palabra inteligente» de Sāvitrī, quien sí logra rescatar a su esposo del infierno y regresar con él al mundo.[2] No en Orfeo pero tampoco en Sāvitrī es que la voz poética de esta catábasis encuentra reflejo. Se parece más a Dante, también caminante infernal: «Pero yo debo hacer frente a otro abandono, cuyo compás marca la prudencia, y a mi propio extravío-érebo de amor, letales laberintos espacios neblinosos y húmedos que tienden sus tentáculos paralizantes
Lasciate ogni speranza».[3]

Amor hiere nuestro cuerpo con su lanza, como esos amores del Renacimiento y, en el imaginario janesiano, seguramente también como lo hace el ángel con Teresa de Ávila. La esperanza perdida se recupera en la llama devorante y abrasadora con la que cierra el poema. No hay más que la entrega a la muerte, al desmembramiento, las bocas de las Ménades interiores que nos aguardan agazapadas.

El rojo de la llama que entrega al negro humo y a la negra muerte guarda en sí la esperanza de la nada; nada esperanzadora y gozosa en tanto que transfiguración mística,[4] como se dice claramente en «Séptima morada / El soplo de Scriabin», «para ansiar la nada / de puro gozo, / la nada de puro gozo / sin regreso…».[5] Y es que para llegar a la unión con lo Otro «que no soy yo pero que vive en mí, aunque de pronto me abandona y se oye el grito […] el lenguaje de Clara Janés se vuelve necesariamente místico porque no hay otro modo de hablar de esta forma de unión».[6]

En el descenso de «El color prohibido», primer tiempo de Kamasutra para dormir a un espectro,la vida vegetal libra con sus colores repetidas batallas contra la muerte aunque también, como en el soneto aquí presentado, los colores de las rosas colaboran y propician la aparición del color de la muerte. El color prohibido no está disponible para la simple percepción y no hay que buscarlo en la luz sino en la oscuridad: «Sucede que quien lo ve aparta los ojos, mas si lo ama, busca la oscuridad, ya que en la oscuridad no se distinguen los colores».[7]

Vagamos graves sin reconocernos.

Vagamos.

Graves.

Sin reconocernos.

Clara Janés, Kamasutra para dormir a un espectro, Siruela, Madrid, 2019.


[1] Ibid., p. 23.

[2] «En el pensamiento indio, la diosa constituye la parte activa de la pareja divina. Es por este papel protagónico de la heroína, y, sobre todo, por su dominio de la palabra, que se justifica más una comparación con Orfeo, en este motivo mítico del descensus ad infernos […]. Tras un análisis detallado de los episodios de Orfeo y Sāvitrī se llega a la conclusión de que cuatro de estos elementos presentan suficientes afinidades como para indicar la monogénesis de estas dos versiones del mismo mito: el matrimonio, la muerte, el centro con los dioses de la muerte y el discurso mediante el poder de la palabra». (Roberto Morales Harley, «Orfeo y Sāvitrī: versiones de un protomito indoeuropeo en la tradición clásica». Káñina. Revista de Artes y Letras xxxvi, febrero de 2012, pp. 43-44).

[3] Clara Janés, op. cit., p. 45.

[4] Dice Juan de la Cruz sobre esta llama que devora y entrega a la nada «aquella llama delicada de amor que en ella arde, cada vez que la está embistiendo la está como glorificando con suave y fuerte gloria, tanto, que cada vez que la absorbe y embiste le parece que va a dar vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal y que falta muy poco y que por esto poco no acaba de ser glorificada esencialmente» (Obras de San Juan de la Cruz. ed. de Silverio de Santa Teresa, vol. iv, Biblioteca Mística Carmelitana, Burgos, 1929). Toda la declaración a las «Canciones del alma en la íntima comunicación de unión de amor de Dios» es un tratado completo sobre el hacerse nada a través del fuego.

[5] Clara Janés, op. cit., p. 70.

[6] Victoria Cirlot, «Danzan las palabras», en Kamasutra para dormir a un espectro, op. cit., p. 11.

[7] Clara Janés, op. cit., p. 40.

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