Vasos comunicantes en dos artistas de la modernidad: Helen Frankenthaler y Willem de Kooning

Verónica Grossi

Guadalajara, Jalisco, 1965. Autora de Sigilosos v(u)elos epistemológicos en Sor Juana Inés de la Cruz (Editorial Iberoamericana / Vervuert, 2007).

El expresionismo abstracto se conforma por una serie de artistas que emigraron en diferentes años de los cincuenta y los sesenta a Estados Unidos e intercambiaron ideas y realizaron proyectos en Nueva York. Por lo mismo se les llama «el grupo de Nueva York». En esa ciudad cosmopolita que los acogió cada uno desarrolló su propio estilo, rompiendo con diferentes códigos establecidos. Es posible determinar las características generales del grupo, siendo una de ellas la singularidad expresiva. En este breve ensayo iluminaré algunos de los vasos comunicantes en la obra de dos pintores: Willem de Kooning y Hellen Frankenthaler. 

Helen Frankenthaler, estudiante de Rufino Tamayo y admiradora de Jackson Pollock, desarrolló un estilo denominado Color Field Painting, centrado en la expresión del color en una superficie. Utilizó diversas técnicas como la cerámica, el acrílico, la acuarela y el óleo, telas grandes de algodón o lino crudo, privilegiando en ellas la viveza de las tonalidades en el momento de la espontánea gestualidad del trazo y de la pintura, marcados en espacios que el espectador recibe o experimenta en el momento sensorial de la contemplación para transfigurarlos en composición. El énfasis por lo tanto está en el cuerpo, en las sensaciones, en el gesto, más allá de cualquier articulación racional o de un programa estético definido. El gesto sobre la superficie, sobre la mancha se expande y va adquiriendo figuraciones imprevistas, aunque la mano de la artista desde su inconsciente va dirigiendo los borrones, las raspaduras, las impresiones. En Frankenthaler no tenemos el body painting pero sí, el volumen del cuerpo a través de la mano, de la mirada, de la sensación que se graba en el espíritu. Las ricas transparencias cromáticas que alcanzan las obras de Frankenthaler son exquisitas. Se puede apreciar en ellas el legado de su maestro Rufino Tamayo. Cómo imaginar que se dio ese tránsito continental del maestro mexicano a Frankenthaler. Por su parte, una de las grandes figuras del expresionismo abstracto, Willem de Kooning, realizó un viaje transatlántico en los años cincuenta de Holanda a Estados Unidos para buscar fortuna en Nueva York. Regresó de manera oficial años más tarde, sobreviviendo con esporádicos encargos artísticos de índole comercial para finalmente dedicarse de lleno a su arte pictórico cuando compartió un estudio con Arshile Gorky, artista de origen armenio que también fue parte de este movimiento.

Así podemos ver cómo este floreciente grupo de una autenticidad sin precedentes se enriqueció con estos intercambios, con estos diálogos, manteniendo cada uno su intransferible estilo. Entre ellos están Franz Kline, Jackson Pollock, Mark Rothko, Clyfford Still, Philip Guston. Hay que resaltar que en estos intercambios continentales está la influencia del muralismo, por ejemplo, la de José Clemente Orozco, tanto en Pollock como en Guston. Pollock a su vez influye en Frankenthaler. Y como ya mencioné, Rufino Tamayo fue maestro de Helen. Entonces, aunque para la crítica Frankenthaler queda fuera del expresionismo abstracto, como hace visible por ejemplo en el ensayo y libro de Arthur C. Danto que no la menciona («The Abstract Impressionist», The Nation, Dec. 29, 2003; The Madonna of the Future: Essays in a Pluralistic Art World. Berkeley-Los Angeles: University of California Press, 2001), la artista forma parte de este círculo internacional cosmopolita que es posible rescatar al trazar estas líneas subterráneas de contactos, intercambios y aprendizajes. Mujer rica y muy viajada, logró muchísimos reconocimientos nacionales e internacionales. Sostengo entonces que por su estilo y sus influencias forma parte de este destacado movimiento artístico del que ha quedado excluida por la historiografía del arte. Están presentes en su obra las influencias paralelas de dos estilos pictóricos que se contrapusieron en un momento dado en México: el del muralismo, fuertemente marcado por una ideología nacionalista —aunque el expresionismo de José Clemente Orozco nutrido de tradiciones autóctonas y europeas alcanza la abstracción del mito clásico y de la experimentación moderna—, y la de caballete, enfocada en la composición lírica de índole colorista y formal, como la de Rufino Tamayo, Ángel Zárraga, Manuel Rodríguez Lozano, Olga Costa, Juan Soriano, María Izquierdo, Abraham Ángel, Leonora Carrington, Frida Kahlo, Julio Castellanos, entre otros.[1]

El muralismo tuvo una fuerte influencia en dos figuras eminentes del expresionismo abstracto: Guston y Pollock. Rufino Tamayo, por otro lado, se aleja de este movimiento pictórico con un marcado cariz sociopolítico para concentrarse en la pintura de caballete, aunque en los mismos muralistas se dio también esta faceta. Rufino Tamayo desarrolló a fondo la expresión del color en una figuración abstracta innovadora, justamente en el momento en que predominaba en México un arte nacionalista figurativo. Estas dos líneas paralelas de influencia llegan a este gran movimiento pictórico de Estados Unidos, el expresionismo abstracto. Por un lado, la influencia de Rufino Tamayo en Helen Frankenthaler, por el otro, la de José Clemente Orozco, su muralismo y su pintura, en Guston y Pollock, siendo que la obra de este último influyó en la de Helen.

Finalmente, figuración y desfiguración como parte de este movimiento se contraponen en dos cuadros de la colección permanente del Museo Weatherspoon de la Universidad de Carolina del Norte, sede Greensboro: una composición completamente abstracta, dos manchas grandes que se espejean para transformarse y amplificarse en un cuadro de Helen Frankenthaler (Houdini, 1976), y la pintura titulada Mujer de Willem de Kooning (1949), la abstracción de una figura reconocible, al mismo tiempo una desfiguración violenta, desbordada en la vehemencia y brío de sensaciones nuestras.[2] Una mujer asociada metonímicamente a una vagina dentata: el erotismo, el deseo de un trazado en pos de su figura para al mismo tiempo, perderla durante el tránsito temporal de la contemplación errática a la vez que sensual. Desdibujarla para imaginar o visualizar palparla, penetrarla, poseerla por las densidades de su superficie, culminando en el rugido de angulosas pinceladas, apelmazadas en torno al silencio de una dama furiosa cuya mueca es la del furor y la del espanto, la de la sorpresa o de la carcajada congelada en el dinamismo de la composición: la rabia desbordada de la expresión en un diseño rico en geometrías y tonalidades, cuya vital belleza presenciamos en este cuadro maravilloso. Por cierto, es el cuadro que el crítico Arthur C. Danto menciona en su prefacio a La obra maestra inconclusa de Balzac (The Unknown Masterpiece by Honoré de Balzac, con introducción de Arthur C. Danto y traducido del francés por Richard Howard. New York Review Classics, 2000). Las de Frankenthaler y de Kooning son pinturas modernas que la figuración abstracta dirige y concentra hacia el espesor material de las formas en su indetenible movimiento, en su superposición o impredecible embadurnado de pigmentos, en sus trazos múltiples que podemos desordenar y rediseñar con la mirada en diferentes cuadros y fragmentos.

[1] Agradezco a Baudelio Lara la información sobre pintoras de la época. Sobre el muralismo, véase de Juan José Doñán, Murales y muralistas tapatíos (Arquitónica, 2023).

[2] Agradezco al equipo del Museo Weatherspoon de la Universidad de Carolina del Norte, sede Greensboro, la invitación a dar una charla sobre dos cuadros de su colección, así como algunas de las observaciones ofrecidas por su directora Juliette Bianco durante la conversación.

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