Entre una línea y otra,
las cosas obsoletas:
entre una equivalencia por división y suma:
tu peso en Venus, casi
nada, tu peso en Júpiter (ah:
el quinto círculo del Dante);
tus posibilidades de vivir en Fobos.
Entre una división y la siguiente,
mis antepasados corriendo descalzos por la orilla
de la Historia,
pequeñas dagas escalpando
su venganza, esculpiendo
el calvo linaje de los héroes.
En los segmentos vacíos del flexómetro
con que mide un cuerpo celeste sus rodeos
—rodeos a caballo: caballo de luz petrificada—,
no alcanza a parpadear el ojo.
Aléphicos centímetros alienados,
del otro lado del lado de la sombra —un rodeo al claroscuro—,
colmadas esquinas del mapa suburbial de las apariciones.
La navaja que divide en micras las yardas,
aritmética del espacio que se dobla (agujeros de gusano
en la otra Gran Manzana: el universo a punto de pudrirse:) o se encoge,
se desdobla (Big Crunch:
el final de la función,
escenas de relleno, y nuestro descontento:
nadie alcanza con tan poco a tocar el fondo de
las palomitas).
Tarda un siglo el ojo en ir de aquí a aquí.
Tarda un martes la tarde de los ojos.
A la derecha de los señalamientos, de las muescas en el metro-el decímetro-el
centímetro-el milímetro-sus nietos-sus bisnietos,
de los fantasmas que aparecen en la sesión espiritista
de una curva peligrosa en carretera,
y los autos
al fondo
del barranco.
Cuestión de enfoques o
de cálculo: parábola
con grano de mostaza
cuyas orillas no se tocan.
Entre un reglazo y otro
las manos del castigado:
el que describe esdrújulas órbitas subatómicas:
bordes de la materia a punto de ser nada.
Entre un metro
y medio, a mano izquierda de nuestra percepción,
la amplitud del desierto no mensurable
en especies endémicas por centímetro cuadrado
o piedras imposibles de mover
o grabar
sin ayuda extraterrestre.
Tarda una eternidad el semáforo del rojo al verde.
Del verde al ámbar.
Al rojo
de nuevo
y su matanza.
Tarda la Tierra un parpadeo en dar un giro persiguiéndose la cola.
¿Qué será de nosotros si se alcanza?