(Madrid, 1961). Su último libro de cuentos publicado es Las primaveras de Verónica (Páginas de Espuma, 2018).
Hay un irlandés que escribe su novela en WhatsApp. Se llama Paul. Nomadea de bar en bar. Yo suelo encontrarle al atardecer y recuerdo ese autorretrato suyo —pues también es pintor— en que camina sofocado, rojo como cangrejo, con las poderosas montañas al fondo casi devorándole y encima un cielo encarnado, entre naranjas y amarillos.
Me gusta Paul. Hablamos hasta entrada la noche.
Me ha permitido poner su nombre en mi relato, a pesar de que le he advertido que sólo me quedan cuatro dedos. Él tampoco puede pintar hace tiempo, dice. Ahora escribe en su móvil. Le escucho con atención, visualizo esa historia que le obsesiona, la de un novicio que entra en un monasterio y se dedica a investigar asuntos extraordinarios. Más parece aprendiz de mago, reímos. Es tan joven y aventurero. Pero hay algo muy serio. Y Paul me ofrece una copa. Algo que necesita descubrir y está dispuesto a morir por ello. Digo que no, malgré moi, a la copa. Paul insiste en preguntarme cosas, porque sabe que he estado cerca de la muerte. Hay indudablemente un gran secreto en vivir y en morir. Él cree que es el mismo. Yo le cuento mis delirios premorientes. Debí de ser la hazmerreír de la unidad de cuidados intensivos del hospital. Por fin le hablo de Urbano, un hombre inmenso que dormía cerca de mí. ¡Qué grande Urbano! Parió siamesas asiáticas y yo bendije cada paso de ese parto y le pedí al enfermero que lo felicitara. Mi alegría era contagiosa. Urbano y yo nos hicimos íntimos y a la noche venía a buscarme y bajábamos juntos por huecos y túneles que sólo conocía él, en una especie de red para pescados. Bajábamos tierra adentro. Entonces él recogía piedras de todo tipo y me cuidaba para que en la ascensión no agarrara frío, pues esas piedras estaban cargadas de humedad. Una vez arriba, en las calles de una extraña ciudad, frotaba mis pies para hacerlos entrar en calor y desaparecía arrastrando la red hacia un gran edificio, un monasterio quizás. Al poco retornaba con documentos y libros y escritos de todo tipo, y ya no me dejaba bajar con él. Esconden cosas que jamás debieron ocurrir, gentes espantosas que participaron y aún participan… Urbano me miró y me besó con sus labios de gigante.
Mi héroe, le digo a Paul.
Wow, that’s a story, Carola.
Mi héroe Urbano, no sabes, tanto me cuidó mientras moría.
Sí, murió, repito. Malgré moi. Yo no, ya ves