Cancún, Quintana Roo, 1989. Uno de sus libros más recientes es Alguien hunde mi cabeza (Mantis Editores, 2021).
Conocí a Ileana hace muchos años, por allá del 2011 cuando yo tenía 21 años y cursaba los últimos semestres de la carrera de Letras en la universidad. Recuerdo que nos vimos en un café de la calle 60, cerca del Tecnológico. Los motivos ya nos los recuerdo con claridad, pero sí estoy seguro de que esa reunión fue muy importante para mí. Algunos meses después, Ileana editaría mi primera plaquette de poesía en la editorial Catarsis Literaria-El Drenaje. No sé si ella se acuerda de todo esto, pero me pareció que este era un buen momento para darle las gracias, doblemente, por confiar en mí para escribir esta reseña sobre su libro y por haberme dado hace 13 años esa oportunidad que iniciaría mi carrera en la escritura.
Y quizá, este fue uno de los motivos que me impulsó a aceptar la invitación, la gratitud, además, claro, de la admiración que tengo por su obra. Adicionalmente, tengo una historia peculiar con Uniformis. Resulta que conocí el manuscrito antes de que fuera editado, pues tuve la oportunidad de ser uno de los correctores de estilo que el Ayuntamiento de Mérida contrató para revisar los textos que fueron publicados en el fondo editorial durante 2023. Recuerdo que cuando hacía la corrección del manuscrito, además de ser uno de los más limpios, fue el que más disfruté, incluso me parecía que era una obra que bien podía haber ganado un premio de poesía, por su buen andamiaje estructural, pues cada una de las secciones dialoga entre sí, lo cual le da una redondez temática, sin dejar de ser poliédrico.
Pero quizá debí de haber rechazado la invitación de Ileana, por más halagado que yo me sentía. Hace un mes mi vida dio algunos giros, más o menos esperados, pero que calculaba llegarían hasta el siguiente año. Fue así que mientras leía a cuentagotas su libro, guardaba mi biblioteca en cajas y desmontaba la que había sido mi casa por más de una década.
¿Quién, en su sano juicio, acepta presentar un libro en plena mudanza? Esta palabra, «mudanza» proviene del latín medieval mudantia, que proviene a su vez del latín clásico mutatio, que significa «mutación o cambio». Así pues, yo estaba en medio de una mutación o cambio de casa, con mil y un pendientes, que si el gas, que si el agua, que si no hay cajas suficientes y, además, los días pasaban y no tenía tiempo para sentarme a leer y menos a escribir. Sabiamente, según yo, dejé el libro de Ileana a la vista, como un recordatorio de que tenía que leerlo. Así pasaron los días, las semanas, de ir postergando pues siempre surgía una nueva urgencia mudatoria.
Hace tres días, cuando por fin la estabilidad regresaba a mi mundo y tenía algo de tiempo disponible, el libro de Ileana, que había visto todos los días como una suerte de satélite que me gravitara, había desaparecido. Era de noche, y claro, tras la mudanza todo seguía —y sigue— más o menos patas pa’rriba. La noche se me fue en buscar, nada de lectura ni escritura. Como el libro no tenía vocación de Hansel y Gretel, no había migajas que seguir para encontrarlo. Derrotado, me fui a dormir. Aunque me parecía un hallazgo poético que el libro que tenía que presentar se hubiera perdido (ya llevaba más o menos la mitad cuando se extravió). Así pues, ¿no había algo de pérdida en el libro mismo, entre la primera y la segunda sección?, ¿algo así como una mudanza en el yo lírico en su búsqueda de no repetir el uniforme de la madre en su hijo?, ¿una búsqueda por perder, conscientemente, esa herencia de patrones opresivos?
Uniformis de Ileana Garma está dividido en cuatro secciones. La primera, titulada «El uniforme de las flores», es la más extensa con 21 textos. Aquí, una voz lírica observa a su madre, una madre joven que va envejeciendo en su uniforme, a tal punto, de quedar más uniforme que madre. Uno de los poemas que me parece clave, es el poema V:
Una chica se duerme
con el uniforme puesto
cuando despierta
ha envejecido
lo único que reconoce
frente al espejo
es su uniforme impecable
Recuerdo que utilicé este texto en uno de mis talleres de poesía para ejemplificar cómo un poema puede dar mensajes ocultos con la métrica. En el texto, existe únicamente un heptasílabo, los demás son versos de cinco y ocho sílabas. El heptasílabo se usa en el primer verso, donde se habla explícitamente de la chica que, conforme el poema avanza, desaparece en el octosílabo uniforme de la normalidad, de los roles de género, de lo esperado, de la buena empleada de una tienda departamental. Una astucia numérica más: hay 21 poemas en la sección, visualmente tenemos un dos y un uno, se establece así un patrón descendente, un patrón de pérdida, algo o alguien desparece entre uno y otro, tal vez una chica uniformada, tal vez una madre, tal vez el uniforme heredado que una hija intentará quitarse toda la vida, como dice el poema XV.
La segunda sección, titulada «fractales», se centra en la relación de una madre con su hijo, en cierta forma es un espejo invertido de la sección anterior, un intento de romper el patrón uniformado de las generaciones, esa hebra que nos cose, a pesar nuestro, y que requiere una gran dosis de trabajo, terapia y tijera para ser hilada de otro modo. El apartado tiene diez poemas, número redondo como los ventiladores que ve el hijo en todas partes, todavía más ventilador si consideramos el trazo iconográfico del diez en su representación romana, en su dibujo de X mayúscula, aspas de ventiladores que giran en la hoja o como dice Ileana:
repetidos
en ciertas horas de la tarde
en la piel del ciempiés naranja
mi hijo encuentra ventiladores
a la orilla del mar
a la orilla de la selva
La tercera sección, «Ciudad uniformada», explora el tema del poder y la relación individuo-sociedad. Me llamaron la atención especialmente los poemas a modo de experimentos sociales donde se implementan técnicas de investigación como la observación participante, es decir, el yo lírico funge como una suerte de antropóloga que examina las reacciones de las personas ante sus travestismos de bombero o militar.
Finalmente, el libro cierra con un apartado titulado «Pétalos». Si en las tres primeras secciones el uniforme opera como un artefacto de domesticación, de control social que ejerce su poder en lo más íntimo y querido de la vida de la vida (la madre, el hijo, nuestro movimiento en el mundo); en esta última, el uniforme se propaga sobre el mundo o, mejor dicho, el planeta y sus ecosistemas. Ileana deja esto muy claro en el primer poema de los seis que conforman el apartado, al establecer un paralelismo contundente entre los uniformes sociales y este nuevo que se despliega parcelando la musgosidad de los árboles:
los edificios rompen
el equilibrio
del musgo sobre los árboles
porque toda construcción
es a la tierra
lo que los uniformes
al cuerpo
Así pues, la autora expande el alcance metafórico del uniforme. Tal vez, sólo tal vez, me habría gustado leer más poemas en este último apartado que fácilmente puede leerse como un conjunto ecopoético. Aquí la maquinaria pesada, los bulldozers, la depredación de la selva se transforman en el cuadriculado uniforme del desarrollo urbano y sus casitas replicadas ad infinitum en una ciudad que no sabe cuándo dejar de crecer.
Después de esta sección, me queda una sensación en la boca o, mejor dicho, en el cuerpo, de haber viajado, de reflejarme en algunas partes del libro, de dolerme en otras, con esa madre del primer apartado que asusta con sus cigarrillos sobre el sillón y las canciones de los comerciales tarareadas, casi macabramente, en su boca. Romper así con los círculos familiares viciosos, mudar de vida, de costumbres, de convenciones sociales. Mudar de uniforme o de casa y, en el tránsito, como siempre sucede, perderemos cosas, dejaremos otras, y otras más nos encontrarán. Afortunadamente para mí, el libro de Ileana reapareció en el momento justo para terminar de releerlo y escribir estas líneas, cuando dos noches atrás mi esposa lo halló entre sus cosas. Eso sí, de una cosa estoy seguro, en mi siguiente mudanza, no aceptaré presentar ningún libro.
Ileana Garma, Uniformis (2024).