Una noche mortal / Manuel Alejandro Luna

Preparatoria 10

Una noche me recosté y me dispuse a descansar. Mientras dormía, tuve un sueño que marcó mi vida.

      Mi sueño comenzó con un paisaje extraordinario: yo estaba parado sobre un pasto verde y muy  bien cortado. Me sentía pleno. Al dirigir mi mirada al horizonte pude observar un árbol muy frondoso con hojas doradas que extrañamente caían como si fuese otoño. Las hojas eran increíblemente hermosas, su caída era tan ligera como la de los copos de nieve.

      Comencé a acercarme  poco a poco a ese árbol tan extraordinario y a medida que me acercaba podía observa letras en cada una de las hojas. Aceleré el paso tratando de llegar lo más pronto posible al árbol. Al acercarme un poco más vi que las hojas no tenían letras sueltas sino nombres: María, Pedro, Juan… Cada vez que pisaba las hojas mi cuerpo se estremecía, sentía calosfríos de pies a cabeza. No hubo un solo segundo en que las hojas dejaran de caer, pero aun así el árbol seguía frondoso. Eso me provocó un poco de confusión.

      Me concentré tanto en el árbol que no me di cuenta de que era observado por un anciano que estaba sentado en una enorme roca, su aspecto era pasivo, se veía tan tranquilo, no mostraba preocupación alguna. Vestía una túnica de color claro, tenía el cabello blanco y barba del mismo color. Sostenía un bastón en su mano derecho. Me acerqué a él con mucho respeto y lo saludé con un poco de nervios, pero al ver su mirada me tranquilicé, sentía que me transportaba a un lugar desconocido. Le  pregunté  un tanto confuso,  “Disculpe usted, ¿sabe por qué cada hoja tiene escrito un nombre? “. El anciano dirigió por un momento su mirada al árbol y no pronunció palabra alguna. Imaginé mil cosas, como que tal vez no me había escuchado o sencillamente no había querido responder mi pregunta, pero después de unos minutos de silencio contestó con una voz suave y armoniosa: “Cada una de esas hojas tiene el nombre de las personas que ahora están muriendo”. Quedé paralizado, nunca imaginé tal respuesta. Quise hacerle muchas más preguntas, pero fue tan impactante su respuesta que sólo decidí guardar silencio.

      Ése fue el fin de mi sueño. Ahora cada noche me recuesto con la esperanza  de encontrarme a ese anciano en alguno de mis sueños.

 

 

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