Una ciudad llamada vacío / Mariño González

La de Antonio Ortuño, la de Ánima, es una ciudad llamada vacío. Una urbe perforada en celuloide que no merece el honor de un nombre propio, y a través de la cual las historias y los personajes que la habitan se rebaten, y debaten, siempre a merced de la rebeldía literaria del autor. Las del Animal, el Gato Vera y Arturo Letrán son las voces de una tríada peculiar, movidas por el amor al arte, la revancha creadora y la vanidad flemática, respectivamente, que sueñan con la gran pantalla, contra ella y sobre ella, y que, en esta nueva novela de Ortuño, dan fe de las delicias y malicias del mundillo cinematográfico.
     Si en El buscador de cabezas, primera novela de Ortuño, predominaba cierta estética facha —botas negras y agujetas blancas incluidas—, en Ánima encontramos una evidente actitud punk. Y lo digo no sólo por el homenaje en la portada de este título, que refiere al maravilloso Never Mind the Bollocks de los Sex Pistols, sino porque las andanzas del Gato Vera, testigo y protagonista del libro, destilan un sentido que evoca, a cada paso, el ritmo vertiginoso y las emociones desbordadas del punk, inmersas en una narrativa sólida, envolvente y fascinante.
     En su autobiografía No Irish, No Blacks, No Dogs, el vocalista de los Sex Pistols, John Lydon, comenta sobre el origen del grupo: «Desde el principio insistí en escribir las letras. Era algo que les sacaba de quicio. Tocaban unas versiones estúpidas, canciones bobas de amor que querían que yo cantara». Una actitud, insisto, muy similar a aquélla con la que Antonio Ortuño se abre paso en la literatura y gracias a la cual el Gato Vera y su mentor, el Animal Romo, se lanzan, cámara en ristre, a la consecución de sus fines como realizadores cinematográficos, ya sea imponiendo vida a la plastilina y el látex o montando un ejército de zombisen busca de algún premio cinematográfico.
      Ánima es una reverencia al amigo, un homenaje para nuestro querido Rigo Mora, ese corvo comodín del cine que se aferró a las viscosidades de la animación tradicional frente a la asepsia de la pantalla y el pixel, y a la vez una tragedia literaria enorme, donde el espíritu del do it yourself se enfrenta y utiliza, a su favor, la maquinaria y las vanidades de la industria del cine. No develaré detalles acerca de esta nueva novela de Antonio: en sus páginas está todo lo que se necesita saber. Cabe decir, solamente, que en las obras de Ortuño el pasado es un territorio hostil y el presente es de una belicosidad tajante. El futuro, otra vez el punk, no existe.
     «Ninguno se vuelve respetuoso con sus conciudadanos / ni famoso una vez que ha muerto», escribió Arquíloco hace demasiados siglos, en una reflexión que se antoja adecuada a las peripecias y los alcances de esta Ánima. Aquí y ahora, la rebeldía del autor consiste en la fidelidad a su estilo y sus historias, a ese cinismo ilustrado presente en sus cuentos y novelas, y en no cejar en el empeño de una voz firme y sólida. En renegar del facilismo literario y ofrecer una prosa impecable e implacable. Y en gritar con los puños en alto, como la banda española Eskorbuto, en esta ciudad sin nombre, en esta urbe llamada vacío: «Cuidado, somos los mismos que cuando empezamos».

 

 

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