El segundo empeño que Armando González Torres dirige a Octavio Paz parte de un principio: rastrear los signos vitales de Paz en nuestra época. Huelga decir, la vigencia o superación de su legado. Es, en la instancia más superficial, una compilación de reseñas y artículos: recensión de las nuevas publicaciones, biográficas o analíticas, sobre la vida y obra del poeta, reediciones de sus títulos o efemérides de su vida y libros. Desde esta perspectiva, pareciera el principal propósito recoger artículos periodísticos bajo el cómodo recurso de «la unidad temática». Ciertamente, González Torres, además de poeta y aforista, es un ensayista acucioso y crítico sagaz, colaborador de las principales revistas y suplementos de cultura de México, por lo que nada tendría de insólito ni de reprobable espigar en esa materia deleznable para pergeñar un nuevo tomo y de paso rescatar esfuerzos del olvido.
Nada más equívoco, sin embargo, que esta impresión. González Torres es un escritor tramposo, quien nos presenta su libro modosamente como una sencilla colección de piezas sueltas nacidas de la oportunidad, tanto porque reaccionan al mercado editorial como a esa actualidad cíclica que son las efemérides, en este caso los veinte años de la muerte de Paz. Felizmente es más que eso. Si el motivo escritural es, en la primera parte, denominada «Padres e hijos», la recensión de las novedades críticas que abordan diversas perspectivas de la vida, la obra y el legado de Octavio Paz, desde Hoguera que fue, dedicado al padre, Octavio Paz Solórzano (1883-1936), o Los huesos olvidados, de Antonio Rivero Taravillo, en torno a la relación entre Paz y Juan Bosch, amigo de juventud al que dedica Elegía para un camarada muerto en el frente de Aragón, en sus dos apartados siguientes, «Afinidades y querencias» y «El poeta y el pugilista», explora las relaciones del poeta con otros espíritus afines, así sea en la contrariedad. Por ejemplo: Sor Juana Inés de la Cruz, Julián Ríos, Pere Gimferrer o Roberto Bolaño. En el último tramo, González Torres examina con prolijidad Piedra de sol, en ocasión del cincuenta aniversario de este gran poema genésico.
Incursión en los vastos jardines de este universo literario, Los signos vitales delinea, por consiguiente, varios recorridos. El primero no duda en asentar sin cortapisas la trascendencia de Octavio Paz, con lo que la pregunta en torno a la vitalidad y vigencia del poeta se responde. Así en los varios textos hallamos diseminados juicios que no vacilan en enaltecer a Paz: «clásico en vida»; «el escritor que más influyó en el siglo xx mexicano, tanto en su expresión y sus ideas como con su temperamento y su presencia pública»; «artista total, con una marcada correspondencia de las artes, fue un interlocutor de la mayoría de los creadores»; «un prodigio intelectual». Por supuesto, no son todas las sentencias, pero basta una crestomatía para ilustrar mi aserto.
Quien considere por ello que este volumen exalta y participa de los rituales hagiográficos con que se suele ungir esta figura, estaría equivocado. De nuevo González Torres nos decepciona y nos extravía en los meandros de sus ensayos. No se trata de ofrecer elogios y calificaciones, tan usuales en una crítica apresurada incapaz de liberarse del corsé de la reseña y de la calificación o reprobación como único horizonte axiológico. Pese a las circunstancias, al cauce estrecho que impone el periodismo, González Torres va conformando, sin repetirse, una suerte de retrato crítico que paulatinamente se irá completando si leemos entre líneas de un artículo a otro. De este modo, más que con dictámenes manidos, nos encontramos con una evaluación del escritor que «más influyó en el siglo xx mexicano tanto en su expresión y sus ideas como con su temperamento y su presencia pública»; no sólo eso, sino que «encabeza y polariza la cultura del siglo xx hispanoamericano». No sorprende que, para González Torres, Paz sea el escritor mexicano más importante ni mucho menos uno de los principales de Hispanoamérica en tanto «artista total», un escritor que «creó un portentoso mosaico crítico de la literatura universal e hispanoamericana», todo lo cual lo lleva a concluir que se trata de «una de las mentes más lúcidas de su siglo».
Con tales antecedentes sería fácil concluir que este libro no ahonda en otras facetas. Nada más impropio, pues a diferencia de otros volúmenes, éste, que en principio se propone como metacrítico —critico de la crítica—, recorre sin fatiga las diversas comarcas por las que Paz desplegó su inteligencia y talento y le reconoce su valía y actualidad. Para González Torres, «el impacto de su obra va desde la teoría literaria hasta la historia, la antropología y la política, pasando por la crítica de artes plásticas». Igualmente se le considera como el poeta de ideas más trascendentes del siglo xx, ya que sus reflexiones sobre poética «no se limitan al análisis técnico o a la enumeración de corrientes y autores, sino que, a través de la poesía, Paz analiza la naturaleza del lenguaje, la función del arte para la condición humana y las características de la época moderna». Aquí González Torres aporta su propio timbre al coro, ya que indica, a través de continuas anotaciones, el papel fundamental de Paz como poeta amoroso y también la importancia de tal afección dentro de la vida y obra del poeta: «La subversión transformadora del amor está presente en toda su obra y es uno de los secretos de la sorprendente lozanía de su escritura».
Si ciertamente una de las prácticas más desagradables de la hagiografía paciana es la conversión del poeta en estatua inmarcesible, un elemento que se agradece en los derroteros de González Torres es su visión del escritor como un poeta incendiario, como un hombre, titán atravesado por las pasiones. Poco sorprende entonces que, para González Torres, el legado de Paz continúe vigente por su lozanía, ni que sitúe en el sentimiento erótico uno de los motivos de dicha juventud. Finalmente comprendemos la admiración que el autor siente hacia el poeta: es el reconocimiento ante un espíritu afín. El ensayo final, que astutamente no precede al volumen, sino que lo completa, traza claramente el origen de esa afinidad: «No recuerdo exactamente qué fue lo primero que conocí del amenazante escritor. No sé si me acerqué al poeta amoroso, que era natural frecuentar en esa edad, o descubrí asombrado al poeta en prosa de ¿Águila o sol? o, simplemente, vi en un programa de televisión al tan irascible como deslumbrante expositor».
La admiración de González Torres es crítica y no soslaya las contradicciones del personaje: el poeta que se asumía libertario, pero gozaba de los favores del Estado mexicano; el intelectual que se ufana de independencia, pero lidera un grupo cultural; el apóstol de la tolerancia que descalifica con imprecaciones a sus adversarios. Reconocer las virtudes no implica negar los defectos, como, igualmente, mostrar los rasgos desagradables no debería inducir al desprecio. Por desgracia, Paz en vida polarizó a sus devotos y a sus detractores, provocando que el ruido impidiera el diálogo. González Torres, quien confiesa no haber sido amigo de Paz ni pertenece a ese grupo hoy disperso de sus herederos manifiestos —o presuntos, o wanna be—, contribuye más al reconocimiento de Paz que aquellos que desde las riberas opuestas buscan instaurarlo en nichos ingentes, o bien derruir su monumento y arrastrarlo por el fango de la calumnia. Los autores, los grandes autores, sólo alcanzan su verdadera dimensión cuando se les somete al tribunal de ultratumba. González Torres cumple satisfactoriamente con este papel y así termina investido como sacerdote de una amistad literaria que no vacila en recurrir a los señalamientos e indicarnos que sí, este escritor pude haber buscado orientar el juicio de la historia, negar a sus enemigos, arreglar su biografía a conveniencia, pero no por ello deja de ser el mayor poeta mexicano y acaso uno de los más importantes del siglo xx, además de extraordinario intérprete de la poesía moderna. Por todo ello Paz continúa vivo, librando batallas a través de su pensamiento y su obra. Y González Torres se convierte en uno de sus campeones más enérgicos. Celebremos.
Los signos vitales. Anacronismo y vigencia de Octavio Paz, de Armando González Torres. Libros Magenta, México, 2018.