Un santo acercamiento / Luis Curiel

CATEGORÍA: LUVINARIA / CUENTO

Finalista

Un santo acercamiento Luis Adrián Curiel Medina
    Tallerista de Preparatoria 6


     
L
a última vez que se cepilló los dientes fue esa misma mañana, hace tres horas y cuarenta y cinco minutos, aunque tuvo que hacerlo rápido y mal porque afuera del edificio ya sonaba el claxon de la camioneta de redilas en la que viajaba ahora.
      Hace tres horas y cuarenta y cinco minutos comenzó la jornada con un largo viaje. Arriba del vehículo está una veintena de hombres acurrucados unos con otros, protegidos por las desgastadas telas de la mezclilla y enfundados de sweater y chamarra. Sergio cree que la imagen de estos hombres debe de ser graciosa, pero no ríe en medio de aquel grupo. Sus piernas están faltas de circulación y deseosas por extenderse o ponerse en pie, sin embargo fue hace una hora el último y único descanso que el grupo hizo: sólo unos minutos para cargar gasolina, tiempo que los hombres aprovecharon para orinar a la orilla del camino y ya el conductor estaba presionando el claxon con impaciencia antes de que todos terminaran aquello.
      Harto de buscar el sueño levanta la cabeza y mira a través de las redilas el paisaje que va cobrando color conforme el sol se levanta. Sergio ahora enfoca su mirada las redilas, sujetadas varias de ellas por una soga que se tambalea con el movimiento de la camioneta. Piensa que un día de esos el inseguro armazón se desbaratará si un hombre más se uniese a la hacinada tripulación. Mira después a su padre, también de nombre Sergio, que parece dormir y hoy tampoco se ha sentado junto a su hijo. Entonces desplaza su mirada hasta Ramiro.
      Ramiro es tres o cuatro años mayor que él, y ciertamente él y Sergio son los más jóvenes del grupo. Hace tres horas que Ramiro se unió al viaje, pero esta vez no eligió sentarse junto a Sergio. Una semana anterior sí lo hizo, y entonces fue cuando escuchó aquél sonido procedente de los auriculares del joven. “The Dark Side of the Moon” dijo él. Nunca había escuchado algo así, y lo comprobó cuando el muchacho ofreció uno de los audífonos.
      Piensa que tal vez quedó hechizado con esa música. Trata de recordarla pero el estruendo del regional mexicano que suena en la bocina de la camioneta no se lo permite. Tal vez le pida a Ramiro que dejé escuchar de nuevo aquel sonido tan peculiar. Su pensamiento se ve interrumpido por la voz de don Joaquín, uno de los albañiles, que avisa el pronto arribo a la casona. “Ya saben que hoy va a estar el patrón mirando la obra, para que no la vayan a cagar, especialmente tú, Martín”, dice el hombre.
      Sergio no puede evitar verse afectado por esa información. La última vez que el patrón, un empresario y dueño de la casa que están construyendo, fue a inspeccionar el proceso junto al arquitecto todos los trabajadores tuvieron que hacer un esfuerzo sobrehumano para que el adinerado hombre resultase satisfecho. Y no solo eso, pues a la mañana siguiente el maestro de obra había dicho que uno de los chalanes subiría de rango porque iba a entrar gente nueva. Sergio no esperaba ser merecedor de ese reconocimiento, y así sucedió: Martín, otro de los hombres, fue el elegido. Para el joven no habría significado nada aquello si no se hubiese enterado de boca de Ramiro cuál era la decisión inicial y por qué esta se había modificado. “Fue cosa de tu padre”, le contó Ramiro.
      La casona ya se puede distinguir a la distancia y Sergio traga saliva, entonces se pendejea por no haberse lavado bien los dientes. Y ni siquiera está seguro de que él tenga la culpa, pues un recorrido de cuatro horas debe ser fatal para el aliento. Cuatro horas. No podía creer que hiciera ese tiempo para llegar hasta la zona de construcción. Su padre le había dorado la píldora cuando le habló del nuevo trabajo que había encontrado para los dos. En realidad era más una orden que una sugerencia. Ni siquiera pudo replicar pues él sabe que su padre es un hombre de pocas palabras. Para empeorarlo todo, el salario no era tan bueno, y menos para un chalán como él.
      La camioneta llega al destino deteniéndose en un camino de tierra. Unas cuantas casas entre la arboleda es todo lo que hay alrededor. La estructura principal de la casona que construyen muestra que el tamaño de esta será importante. Las varillas se asoman entre columnas y torrecillas. Las máquinas y vehículos aguardan para ser conducidos en aquella mañana helada.
      El color del yeso provoca una imagen en la mente de Sergio. Una pintura. No, una pintura. Un mosaico. Eso es lo que había contestado el profesor a la pregunta de Sergio. En las clases de la escuela sabatina normalmente nada lo impresionaba, pero aquel ícono en las láminas que el maestro había llevado a clase sí causaron una reacción en él. Un mosaico de dos santos, y uno de ellos llevaba su nombre: san Sergio y san Baco. Nunca había escuchado de ellos hasta ese momento. Preguntó a su tío, sacerdote de profesión, pero no se mostró conversador sobre el tema. “No son los mejores santos, y de todos modos: ¿qué te importa a ti todo este asunto?”, habían contestado el clérigo.
      Fue Ramiro quien le contó que los hombres del mosaico habían sido dos santos homosexuales en la antigua Roma. Sergio se sorprendió de que el joven supiera tanto sobre el tema, pero ahora entendía la actitud de su tío. No ha vuelto a preguntar nada acerca del mosaico.
      Sergio sabe su condición, y en cierta manera se alegra de haber encontrado un santo que no sólo lleva su nombre sino que lo representa íntimamente. Hasta ahora había permanecido agazapado, oculto de todos, resignándose estoicamente a su sexualidad, pero cree que todo está por cambiar. Mientras hace su trabajo observa. No hay más que hacer en ese lugar apartado, donde todos los demás cantan canciones o se divierten contando chistes vulgares. Sergio calla y observa, sabiéndose un animal distinto a los demás. Cuando lo ponen a trabajar junto a Ramiro apenas logra ocultar su entusiasmo y excitación. Por el contrario, cuando debe ayudar a su padre siente que éste se vuelve más tirano de lo que es y desquita su eterno enojo sobre su persona.
      A veces se pregunta si Ramiro es cómo él, o su sólo lo imagina. Entonces recuerda las señales que cree entender: un gesto aquí, una mirada acá, ayer un roce, antier una sonrisa, hoy solo frialdad. Cuando piensa que su mente va a estallar sucede lo inesperado: de nueva cuenta es asignado a llevar costales de cemento y cal de la bodega a la mezcla que prepara Ramiro.
      Hecho un manojo de nervios cumple la orden sin rechistar. El objeto de sus desvelos lo recibe con un mirar indiferente. Sergio comienza a dejar los costales y a sudar, a la vez que contempla el movimiento de los brazos desnudos de Ramiro. En ocasiones, segundos, se detiene para mirarlo detenidamente hasta que aquél se da cuenta y entonces Sergio prosigue con el trabajo. Cuando termina justo es momento de un descanso para comer.
      Exhaustos por el esfuerzo y quemados por el sol implacable, los hombres se lavan para entonces comer y luego dormir media hora antes de reanudar las labores. Sergio contempla a Ramiro lavarse, quien le devuelve algunas miradas fugaces. Entonces éste entra todavía mojado a la bodega donde está Sergio. Están solos. Se sienta a su lado y detrás de la silla extrae un paquete con comida. Le ofrece al muchacho, pero éste no acepta. Ramiro tampoco come. Se agacha para guardar el alimento y entonces su mano roza la pierna de Sergio. Éste cree que imagina lo que ha sucedido pero muy pronto se da cuenta de que al incorporarse el joven lo ha vuelto a tocar. Como quien encuentra una oportunidad, Sergio aprovecha el momento y regresa el gesto. Comienza un frotamiento entre los dos jóvenes en aquel oscuro lugar. El agua del cuerpo del mayor llega hasta los dedos del menor y entonces sucede lo inevitable. Cada uno lleva su mano a la entrepierna del otro, frotan con mayor frenesí sobre sus ropas y respiran agitadamente. Ramiro cierra los ojos, sin embargo Serio sigue mirando y piensa en el mosaico de los santos. Los compara con los mártires del ícono. Quiere preguntarle a Ramiro cómo murieron san Sergio y san Baco, pero el placer lo invade y emite unos cuantos gemidos. Cuando terminan, Sergio se aproxima a Ramiro para intentar besarlo, pero éste lo detiene a tiempo. Escuchan pasos y los dos muchachos se alejan por caminos separados. No se vuelven a ver hasta que regresan todos los hombres a bordo de la camioneta.
      En medio del frío que les hiere las carnes, aquellos albañiles se aproximan unos a otros para estar más cálidos. Sergio levanta la cabeza y mira a su padre, quien se colocó lejos de él, y luego mira a Ramiro, quien le devuelve la mirada. Piensa que mañana tendrá otra oportunidad, y entonces sí que se lavará los dientes con maestría. No puede aguardar a que un nuevo acercamiento tenga lugar.
      Todo está decidido.

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