Preparatoria 2 / 2012 A
Fue una noche lluviosa la que cobijó mi inconsciencia aquel día.
Me sentía frágil y estaba bañada en llanto cuando su rostro confrontó al mío; me dijo que ya no quería estar conmigo, que se iba de la casa. Me dejaba sola con cuatro niños, un perro y tres canarios.
Desde que estaba con él, yo tenía un empleo; ahora tendría que trabajar extra para que me alcanzaran los gastos. Luego de un mes pensé que sola era mejor y que salir adelante por mis hijos sería mi destino durante el resto de mi vida. Una vecina se encargaba de ellos mientras yo trabajaba, pero sus caritas confundidas de tres, cuatro, seis y siete años lo decían todo: no quiero molestarte, mamá, pero aún con tus esfuerzos ese hombre me hace falta; es mi padre.
Desde que se fue, jamás había sabido nada de él. Salí a buscarlo sin ninguna suerte y ya mis días rutinarios comenzaban a cansarme; también había descuidado a mis pequeños, pero tenía que trabajar.
Un día, Maru no pudo cuidar a los niños todo el día y le pedí que los dejara en mi apartamento las dos horas que restaban hasta que yo llegara de mi trabajo. Mi hijo mayor los cuidaría hasta mi regreso. Iba para mi casa cuando desde la acera vi llamaradas saliendo de ella. Corrí a buscar a mis hijos, desesperada, y todo era un caos; acababa de llegar ante las televisoras la mala madre que por un descuido casi había matado a sus hijos.
Alguien se aproximó a mí y me sacudió muy fuerte…
—Rocío, mi amor, ya levántate. Vamos a llevar a los niños al parque.
Y un suspiro de tranquilidad salió de mis entrañas; sí, estaba soñando.