Heroica Ciudad de Tlaxiaco, Oaxaca, 1992. Uno de sus libros más recientes es ¿A dónde van los árboles cuando duermen? (Almadía, 2025).
¿Cuántas fronteras cruzamos a lo largo de nuestra vida?
Tal vez, la primera fue decir nuestro nombre en voz alta
mientras resistíamos al dolor del mundo.
En 1994, un cometa se equivocó en la forma,
en la trayectoria, en el destino
y colisionó contra Júpiter
el desastre se veía venir,
pero como siempre
nadie nunca se detuvo a sentir
los primeros temblores
de una devastación futura.
En ocasiones,
el ojo no basta para lo pequeño:
Un año antes, se observó que ese cometa
era inusual,
se empeñó en ser el primero en girar
alrededor de un planeta
en lugar del Sol.
El primero en querer estar cerca
de aquello que se sabe,
lo destruiría hasta el infinito.
Tal vez, eso hemos sido tú y yo,
planetas que cambiaron de órbita
para no destruirse por completo,
porque en ocasiones
la voluntad de no querer estrellarse
no es suficiente.
A veces, la terquedad de querer salvarnos
sin que nos duela el tiempo
de lo que fuimos y ya no somos
puede más que las ganas de abrazarnos
mientras amanece.
En ocasiones, seguir trayectorias distantes
y solitarias, puede ser el único refugio
para poder seguir flotando en este universo
donde los planetas se mueven siguiendo rutas
en forma de elipse que evitan que choquen
unos contra otros.
¿Recuerdas cuando vimos las estrellas
desde esa loma?
¿Recuerdas cuando metimos nuestras manos
en el agua fría de ese río?
Nunca escuchamos el rumor
de aquello que comenzaba
a desmoronarse,
de esa avalancha de muerte que significaba
el permanecer juntos.
Tal vez,
así como el cometa llamado Shoemaker-Levy 9,
pensamos que nuestro deseo
de girar en la misma órbita y amarnos
podría vencer al peso tiempo y la memoria
de esos que fuimos, de esas raíces
que aun en el silencio
y la completa calma,
a veces tan parecida al olvido,
siguen susurrándose
historias y mapas de un camino trazado
hace muchas vidas,
hace muchos tiempos.
Pero nosotros no,
no resistimos a la gravedad
ni a los vientos.
No resistimos al propio daño
que da el abismo
al que nos asomamos
mientras caminamos juntos.