(Guadalajara, 1989). Sus publicaciones más recientes son «Pablo Diego: destellos en la masa» (mayo de 2023) y «Silencios sonoros: un proceso» (noviembre de 2022), ambas en la revista Cream.
La antología de cuento gay mexicano seleccionada por Sergio Téllez-Pon (Ciudad de México, 1981) inicia con un epígrafe de Marcel Jouhandeau que hace referencia a un poderoso árbol, del cual se ignora si «pertenece más a la tierra donde está arraigado o al cielo en el que se expande». Si ese árbol fuera la narrativa gay mexicana, Téllez-Pon nos asegura que se expande en el cielo. En esta colección nos damos cuenta de por qué ese árbol es poderoso y ha sabido encontrar cabida en la literatura mexicana, muchas veces inflexible, exenta de feminidad exacerbada y deseos manifiestos.
A lo largo de diecisiete relatos, nos encontramos con un panorama claro y definitivo de la narrativa gay en México desde inicios del siglo XX hasta principios del XXI. Aunque árido, tal panorama también resulta alentador al darnos cuenta de que la homosexualidad ha estado presente todo ese tiempo logrando trascender las limitantes del tabú en escuetas y veladas publicaciones, para insertarlo explícitamente en la machista literatura mexicana con una mayor producción y diversidad de historias. La selección de los cuentos obedece a tres razones: 1) las historias reunidas fueron escritas por gays y otras minorías sexuales (Téllez-Pon nos recuerda que en la primera mitad del siglo XX, los relatos homófilos mexicanos eran escritos en su mayoría por heterosexuales); 2) no se incluyeron cuentos muy conocidos y que han sido objeto de revisión tanto académica como de otras antologías (entre ellos «Doña Herlinda y su hijo» de López Páez, y, en el caso de autores como José Joaquín Blanco, Luis Zapata, Enrique Serna y Luis Martín Ulloa, se optó por piezas de su producción literaria más reciente); y 3) los cuentos son una muestra clara del estilo de cada autor, así, si el lector quiere ahondar en la obra de algún escritor en particular, encontrará varios rasgos característicos del cuento seleccionado.
La antología fue publicada por Egales, una editorial española especializada en libros de temática sobre y para la diversidad sexual fundada por Mili Hernández, con presencia en Madrid y en Barcelona. Este tipo de antologías, nos recuerda Téllez-Pon, son muy comunes en el mundo anglosajón; sin embargo, en la lengua española son recientes los compilados de estas historias que «nos cuentan a nosotros mismos». Así, una de las virtudes del volumen es que está editado para el público en general, «está hecho para disfrutarse, para disfrutar incluso las varias aristas que el tema presenta», nos dice el compilador, alejándose de la rigidez crítica y del puntillismo académico. Otra virtud a reconocer es el viaje cronológico por el que nos guía la selección, ya que comienza con un cuento de Salvador Novo de la década de 1920, en el que recurre a un «travestismo literario» en donde, a partir de la voz de una muchacha adolescente que habla de su despertar sexual, el autor nos deja ver su claro deseo por la masculinidad más viril, jovial y popular; para continuar por las siguientes generaciones recopilando una pluralidad de voces que nos muestran «lo amplia que es ya la vida gay en el México actual». La antología es al mismo tiempo un recorrido y un caleidoscopio que nos permite no sólo conocer los contextos, los espacios y las historias de la narrativa gay mexicana, sino sus voces y evoluciones, una jerga que hila fino entre la sátira y lo mordaz, la ignominia y la emancipación: el mayate, la mustia, el Alarma!, la loca, el puto, el bicho, la placera… un diccionario entero de la jotería que, además, en años recientes se ha colado en el habla popular mexicana sin importar preferencia o identidad.
Dentro de la polifonía que nos presenta el volumen, ubico tres características recurrentes que si bien no son un patrón, sí representan puntos de encuentro en la multiplicidad de voces. El primero es un tratado sobre el deseo por la masculinidad a ultranza. En varios cuentos nos adentramos en una exploración muy profunda, a veces soez, a veces violenta, pero siempre honesta y profundamente hermosa, sobre aquellas cosas que en México hacen a los hombres, muy hombres: «bienvenida la muerte si con eso me hundía para siempre en el abismo de sus pupilas», dice Serna; «nomás le faltaba ser mudo para ser un objeto sexual perfecto», apunta Zapata; «no importa, patéame otra vez», ruega uno de los personajes del cuento de Wenceslao Bruciaga; «sentía hambre de abrazos, de golpes, de contactos», concluye Novo. Descripciones que remiten a ese cuento de Lucía Berlín donde declara: «Los olores feos tienen su encanto. El rastro de un zorrillo en el bosque. Estiércol de caballo en las carreras. Una de las mejores cosas de los tigres en el zoológico es ese hedor salvaje. En las corridas de toros siempre me gustaba sentarme en las gradas más altas para verlo todo, como en la ópera, pero si te quedas junto a la barrera puedes oler al toro». También en la narrativa gay mexicana resuena el eco de la belleza en lo más rústico, en lo más elemental, en la falta de oropel, en lo inhóspito de lo agreste.
El segundo punto es la ruptura de aquellas cosas que distinguen a las clases sociales. En la mayoría de los cuentos, los autores intercalan su deseo por la masculinidad con hombres de clases más bajas, que hacen oficios, que son cargadores, que no le temen a la muerte, que se alejan lo más posible del estereotipo delicado y refinado del gay. «A su lado me sentía ridículo de estudiar tanto», confiesa José Joaquín Blanco y continúa su elogio: «Lo curioso es que a su asco y a su nihilismo intelectuales correspondía una salud salvaje, un vigor vital esplendoroso». En el cuento de Luis Gonzáles de Alba, el deseo y la ficción se intercalan: «Vine a comprar un tráiler», miente un estudiante de posgrado para ligar con un parisino desde la hombría áspera y no desde la seducción intelectual. También hay voces contrarias. En el exquisito y absurdo cuento de Jesús Flores, un cholo gana una batalla campal en la pista de baile de un tugurio gay, pero se lo arrebata Juan la Mucha, el líder de una banda de «Profesionistas treintones […] todos jotos, todos con carro, todos creídos, todos pudientes y emprendedores», ante lo cual, emancipado, el cholo concluye: «Sin ningún problema acepté la derrota; supe que yo era más grande que Juan la Mucha porque esa noche había perdido la vergüenza. Podía ser como él, podía ser más que él, podía ser peor que él».
La tercera característica, más que una cualidad, es una declaración: la narrativa gay mexicana es todo menos monolítica. Los gays que aparecen en los cuentos de la antología son tan vulnerables como contradictorios, tan masculinos como afeminados, tan bravucones como temerosos; tal vaivén dificulta establecer una categoría política única de lo gay. Ya sea en México o en cualquier parte del mundo occidental: lo que nos une a los gays es un hilo sutil e irreverente; cuestión indudable que ocurre en el cuento de la propia autoría del compilador, donde una anécdota que sucede en San Francisco bien podría ocurrir en cualquier esquina apropiada por el ligue gay, esos espacios accesibles, públicos, presentes… pero siempre velados por la clandestinidad.
Sobre esta última declaración descansa otra de las grandes potencias literarias de la antología: es una invitación a los gays de México y del mundo a escribir, a contar nuestras historias, nuestros deseos, nuestros miedos, nuestros amores, nuestros fracasos y nuestras esperanzas