(fragmentos)
33: Soñar – América
El camión se descompuso. El motor estalló. Los pistones hicieron explosión. El diesel se salió por un agujero oxidado del tanque. Y a sólo unos minutos de la frontera. Todos salieron del camión y miraron. Arcángel abrió su caja de herramientas polvosa y sacó los cables y los ganchos de acero. Nunca salía sin ellos; uno nunca sabía cuándo podrían ser de utilidad. Y éste era el segundo incidente en la semana que venía a corroborar su teoría. Sol estaba saltando en los asientos, presionando su nariz contra las ventanas y haciendo carantoñas. Echó un vistazo en la caja de herramientas y escogió una naranja entre los juguetes de Arcángel. Arcángel cerró la caja y sentó al muchacho encima. «Quédate aquí», le ordenó amablemente.
Sol apretó la naranja contra su nariz, luego la zarandeó arriba y abajo. «Bien, bien».
Una vez más, Arcángel ofreció sus servicios para jalar el camión, deslizando el cable de acero por el eje y enganchando su piel gastada con los sujetadores metálicos. Y una vez más la gente se burló de sus empeños y se quedó boquiabierta a medida que el camión avanzaba lentamente por la carretera, amarrado a la persona enfundada en cuero de anciano, la piel del pecho huesudo y del estómago vacío estirada al máximo, diminutas gotas de sangre besando la tierra, jalando todo hacia adelante. Era como el peso de unas alas gigantescas, demasiado pesadas para volar.
Se creó tal confusión que nadie se dio cuenta, ni de un lado ni de otro de la Gran Frontera, de que Arcángel y un camión descompuesto y un muchacho y una naranja y, para el caso, el Sur entero, estaban a punto de cruzarla: la misma línea punteada del Trópico de Cáncer y las grandes faldas de su implacable geografía.
Televisa, Univisión, Galaxy Latin America y las estaciones locales de la frontera se dieron cita para atestiguar el evento. Si había una docena de estaciones locales y nacionales, había una docena de ojos, traducida a una docena de veces una docena de veces una docena, como la visión repetitiva de una mosca casera común y corriente. Arcángel se esforzó cuanto pudo para estar a la altura de estas circunstancias, aun a pesar de que la televisión en vivo no tiene manera de transmitir las características reales de la fuerza sobrehumana. La realidad virtual no puede corresponderse con lo mágico. La memoria digital no puede traducir la memoria imaginaria. Mientras tanto, la población televidente cambiaba a otros canales, en busca de lo real, lo vivo, lo familiar. Pero esto no se puede percibir a través de una tele, sin importar el tamaño o la buena definición que tenga. No hay suficientes puntos en el universo. En otras palabras, para verlo, uno tendría que haber estado ahí.
Arcángel, a pesar de sus dolores, contempló el horizonte norteño. Pudo ver
las 2 mil millas de la frontera en su totalidad
dispuestas desde Tijuana hasta el Pacífico,
la delgada línea que perfila el Río Colorado,
contra la afilada navaja de Arizona
y el ángulo contranatural de Nuevo México,
deslizándose a lo largo del Río Grande,
el cual acaricia tiernamente el botón acolchonado de Texas
hasta la última parte de su cauda
en el Golfo de México.
Esperó con sensores sísmicos e imágenes térmicas,
con la pinche migra,
colonias de destituidos dando la batalla en su línea de fuego,
con coyotes, pateros, cholos,
estructuras de acero, alambre de púas, binoculares infrarrojos,
centros de detención ins, patrullas fronterizas, estupro,
robo y muerte.
Esperó, con su gran historial de migraciones yendo y viniendo de un lado a otro —en la historia reciente:
la deportación de 400 mil ciudadanos
mexicanos en 1932,
la invitación a venir a 2.2 millones
de braceros en 1942
sólo para exiliar a los mismos 2.2 millones
de espaldas mojadas en 1953.
Lo conocido como Frontera del Nuevo Mundo esperó por él con cinco siglos de anticipación. Decididamente era un extraño, pero era el Conquistador del Norte. Ah, pensó, el Norte de mis sueños.
El Sur de sus sueños había sido un largo viaje. Podía recordarlo todo. Éste era nomás un momento de tránsito. A medida que se aproximaba podía escuchar el canto de la frontera una y otra vez: Atrápalos y échalos de vuelta. Atrápalos y échalos de vuelta. Atrápalos y échalos de vuelta. Éste era el principio del Norte de su sueño, pero aun así lo interrogaron. Sostuvieron la frontera contra su garganta como un gran cuchillo. «¿Cómo te llamas?».
«Cristóbal Colón».
«¿Cuántos años tienes?».
«Quinientos y tantos años».
«¿Cuándo naciste?».
«Doce de octubre de mil cuatrocientos noventa y dos».
«¿Dónde naciste?».
«En el nuevo mundo».
«Eso te convierte en un…».
«Poscolombino».
«No pareces poscolombino. ¿A qué te dedicas aquí?».
«Supongo que ustedes me considerarían un mensajero».
«¿Y cuál es tu mensaje?».
«¿Ninguna nueva es una buena nueva?».
«¿Es una pregunta? Dime, ¿hablas inglés?».
«Sí».
«¿Dónde aprendiste a hablar inglés?».
«En la Universidad de Harvard».
«¿Así que estudiaste en los eu? ¿Dónde?».
«En Harvard, en la School of Business. Estuve ahí al mismo tiempo que Carlos Salinas de Gortari. Luego en la Universidad de Stanford, en Economía, con Henrique Cardoso. También en la Universidad de Columbia con Fidel Castro; hice mi tesis ahí sobre teoría política, ve usted. Y finalmente en Annapolis; lo que estudié ahí es un secreto».
«¿Dónde está tu visa? ¿Tu pasaporte?».
«¿No que me estaban esperando? Lo mejor es que pregunte a su Departamento de Estado, para no hablar de los arreglos laterales con las áreas de trabajo y medio ambiente. Me están esperando». Se adelantó, deslizándose como si lo hiciera de una dimensión a otra.
Y las palabras no se hacían esperar, «¡habla en inglés pero ya!».
La primera ola se presentó como una gran andanada detrás de él, mostrando sus manos en la frontera. Diez dedos trabajadores, multiplicados por miles. Tener que mostrar sus dedos significaba que tenía que pasar con las manos vacías,
nada más que sus sombreros para proteger sus frentes del sol,
el sudor de sus espaldas,
las semillas de sus bolsillos,
los niños en sus vientres,
las canciones en sus gargantas.
La cucaracha. La cucaracha. La cucaracha.
Policías de aduanas fueron tras Arcángel. «Por cierto, ¿llevas fruta fresca o vegetales contigo?».
Arcángel gritó por detrás suyo. «¡Sólo tres granos de maíz y una miserable naranja!».
«De hecho, en California pesa una prohibición sobre todo tipo de naranja. Tenemos autorización para reforzar toda medida en contra de las naranjas», gritaron a su vez.
«¡Pero esta naranja es de aquí!», gritó, pero a su voz se la tragaron las olas del papel moneda flotante: pesos y dólares y reales; todo flotaba sin esfuerzo —un movimiento grácil de capital libre, por lo menos 45 mil millones de dólares, llevados de un lado a otro por una mano de obra oculta y barata. Cientos de miles de desempleados aparecieron —los bendecidos de las devaluaciones monetarias que, agradecidos, se encargaron de limpiar esos desagradables déficits del comercio internacional.
Luego vinieron los niños que vendían kleenex y chiclets,
las mujeres que pegaban suelas de hule a zapatos tenis,
los hombres que soldaban las defensas de las camionetas y
toda la gente que hace el trabajo de las máquinas:
lavadoras humanas,
aspiradoras humanas,
trituradores de basura humanos.
Luego vinieron el maíz y los plátanos,
el café y la caña de azúcar.
Y luego la música y los ritmos,
tesoro precolombino,
los salones de Moctezuma y 40 mil aztecas asesinados
—sus cuerpos flotando en los canales.
Hechos pedazos, el cuerpo quemado y estrangulado del
rey inca Atahualpa en una cámara llena de oro.
Y después la viruela, la tuberculosis, la meningitis, la E. coli,
la influenza y 25 millones de indios muertos.
Después de eso todo fue un solo clamor:
el espíritu de las ideologías dado por muerto
y el de los muertos mismos
—de Bolívar, el Che, Francisco de Morazán,
Benito Juárez, Pablo Neruda, Sandino, Romero,
Pancho Villa y Salvador Allende,
de conquistadores, generales y asesinos,
esclavos africanos, luchadores por la libertad, antrópologos,
latifundistas, ecomártires, terroristas y santos.
Y toda representación oxidada de un
devorador de gasolina americano de 1952 a la fecha
junto con sus rines relucientes.
Luego vinieron las lluvias forestales,
el Niño, abejas africanas, panteras, perezosos, llamas,
monos y pitones.
Todo y todos se alinearon
—ciudadanos y extranjeros—
el gran fomento a los indocumentados,
la tercera guerra mundial,
las alas espejeantes de un sueño.
36: Actuar – Angel’s Flight
Para cuando Arcángel llegó a San Ysidro, ya no tenía en realidad que jalar el camión. La multitud que iba detrás lo empujaba por él. Lo empujaba junto con sus pasajeros y el muchachito sentado en su caja de herramientas con la naranja. Empujaba al Trópico hacia el norte como nunca antes había sucedido. Todavía sujeto al camión con ganchos y cables, Arcángel —desnudo de la cintura para arriba— siguió empujando hacia adelante, yendo a su destino. El Pueblo de la Reina de los Ángeles de Porciúncula, la segunda ciudad más grande de México, también conocida como Los Ángeles.
«¿Dónde está el Paso del Cajón?», preguntaba en el camino. «Me dijeron que la Tierra se había vuelto blanda de nuevo, y que hay un camino por el paso hacia la cuenca que está del otro lado».
«Regrese, anciano», le advertía la gente. «No es lo que usted piensa. ¿Qué es lo que cree que hará estando allá, en todo caso?».
«Venderé mi arte. Dicen que ahora hay libre mercado, así que aquí estoy. Haré performance. Leeré mi poesía. Estoy haciendo este peregrinaje para realizar la mejor de mis obras».
«En nombre de la Virgen de Guadalupe, vete de aquí, anciano. ¿Tienes green card? ¿Tienes tarjeta del seguro social? ¿Tienes dinero? Cuando llegues allá, estarás desprotegido. Si te enfermas, nadie podrá curarte. Si tienes niños, nadie podrá darles clases. En nombre de Tonantzin y por la memoria de Juan Diego, ¡vete de aquí! Eres un ilegal».
«¿Es un crimen ser pobre? ¿Cómo puede ser ilegal ser un ser humano?».
La multitud que lo seguía estuvo de acuerdo. Cantaron: «¿Es un crimen ser pobre? ¿Es un crimen ser pobre?».
Pero la gente que ya sabía lo que era el Norte dijo: «Escuchen
lo que decimos. Hemos vivido aquí toda nuestra vida, incluso antes que los otros. Nuestros ancestros cazaban al mamut lanudo y al tigre dientes de sable. Y sin embargo no pertenecemos a aquí».
Pero el viejo estaba impasible. «Díganme, ¿hacia dónde está East l.a.?».
Y la multitud detrás: «¡East l.a.! ¡East l.a.!».
«Oh, Tío Taco. No eres más que un vividor viejo y haragán que anda merodeando por aquí».
Arcángel miró, ofendido. «Puede ser que a ti te parezca un viejo, pero sigo siendo un viejo viril. Déjame mostrarte». Se sacó su vigoroso pene para que todo el mundo viera. La multitud detrás lo vitoreó.
«Déjate ahí, anciano. Aquí nadie quiere ya a viejos latin lovers».
«He escuchado que hay muchas cosas que ver en el camino. Sea World y Bubbles, por ejemplo. General Dynamics y Campo Pendleton. Al reactor nuclear de San Onofre se lo describe como dos tetas blancas gigantes engastadas en el paisaje marino, envueltas en una nube de vapor de leche. Tal vez puedas decirme hacia dónde están».
«¿Qué te crees que eres? ¿Un turista?».
«¿No lo ves? Soy un peregrino».
«¡Somos peregrinos! ¡Somos peregrinos!», gritaron todos.
«Anciano, los únicos peregrinos aquí vinieron en el Mayflower. Y eso fue hace mucho tiempo».
«Ah, sí, recuerdo a esos peregrinos. Yo estaba en Plymouth Rock cuando llegaron».
«Anciano, dices
ustedes estuvieron con Toro Sentado durante la Última Defensa de Custer,
en Bahía de Cochinos en 1961 y
en San Juan Hill con Teddy Roosevelt en 1898.
Dices
ustedes navegaron Río Magdalena abajo con un
agonizante Simón Bolívar.
Estuvieron con el Che en Bolivia en 1967
cuando fue asesinado, y así mismo
con León Trotsky justo cuando fue apuñalado en 1940.
Vieron a Tachito Somoza asesinado en Asunción.
Conocieron a Eva Perón, y
marcharon con las Madres de los Desaparecidos.
Dices que huyeron en 1906 con Santos Dumont y
zarparon con Darwin a las Galápagos.
Incluso besaron a la Mujer Araña.
Estuvieron en todos lados en todos los tiempos. ¿Cómo es eso?».
«Es extraño cómo suceden las cosas». Y Arcángel siguió su camino, tomando el elevador a la cima de Angel’s Flight. Fue uno de esos momentos extraños en la teología de la liberación en que un mensajero llamado Arcángel estuvo en la cima de Angel’s Flight, mirando a la Ciudad de Los Ángeles con los brazos alzados al cielo y el cuerpo sujetado a todo el continente.
Sol salió gateando del camión y acompañó al viejo como si fuera su pequeño asistente o el mono que baila al son de un organillo. Se sentó obedientemente en la caja de herramientas al tiempo que Arcángel realizaba sus actos de magia, profecía, comedia y sátira política. Convirtió a un indigente de la calle en un caballero de pipa y guante. Produjo un buqué de rosas para una joven madre. Un joven rompió en llanto al escuchar la historia desconocida de su pasado y futuro. Miles cavilaron sobre el significado de la modernidad, y un viejo murió de risa.
Y entonces presentó a un famoso luchador profesional, El Gran Mojado, que apareció milagrosamente de la nada y anunció su programa de luchas en el Ultimate Wrestling Championship, mejor conocido por todos como El Contrato con América. Como chile con carne, dijo Arcángel. Se repartieron volantes, información verbalmente reproducida y distribuida casi simultáneamente con el frenesí de una especie de saturación de información. Sin lugar a dudas, ésta fue la última vez en que se informó a millones de personas al instante, sin la ayuda mecánica de la televisión o de la radio o del teléfono o del periódico. La totalidad del mensaje se diseminó, para todo el mundo, en un millar de lenguas, incluidos el espánglish, el ebónico y el inglés macarrónico.
Por último, Arcángel hizo trucos con la única naranja en la ciudad que no había sido escondida o confiscada. La multitud dio un paso hacia adelante nada más ver la naranja, tal vez la última buena naranja en el mundo. En ese momento, su valor era incalculable. Su sola presencia resonó junto con varios miles de naranjas pudriéndose en basureros tóxicos, ocultas bajo los pisos, sudando en cajones llenos de lencería o congeladas detrás de Ben & Jerry’s, ocultas en docenas de lugares obvios y ridículos sólo porque ahora eran ilegales. Oficiales aduanales que ahora estaban a cargo de su extendida frontera se arrastraban por los suelos para confiscar una sola naranja. Oficiales de salubridad juiciosamente contaron la naranja y pegaron advertencias. El fbi sacó sus apestosas placas. Pero Sol, que amaba la naranja, la cogió y corrió en círculos. Y todo en ese cinturón geográfico se revolvió y se revolvió y se revolvió.
Trópico de la naranja / Karen Tei Yamashita
Traducción de Gabriel Bernal Granados