Gijón, Asturias, 1967. Uno de sus libros más recientes es Maestro de distancias (Abada, 2022).
I. CASA CON FIGURAS
Gastado, fiel, un tenedor de huesos,
camino hacia el hogar
que nunca será nuestro,
la casa de acogida
que el tiempo dejó a medias,
sumida entre sus pliegues,
el cuarto donde dos fantasmas
se desvisten y acuestan y sueñan cada noche
con el hueco del otro.
Estoy lejos, pero los veo,
puedo sentir su afán,
el río circular de sus latidos,
el modo en que respiran y se anudan
bajo la frágil sábana del techo.
Los veo, están aquí,
en la casa de nadie,
dos vacíos que yacen juntos
para ser sin remedio,
para no ser.
Me quedo en el umbral.
No voy a despertarlos.
Que el polvo se acumule en ellos mansamente
y recobren el cuerpo que fue suyo.
II. DESCENSO
Sientes crecer la hierba
sobre tu frente. ¿Crece,
está creciendo,
o más bien eres tú
la que cruzas a cada instante
los estratos infinitesimales
del inframundo
para hundirte en ti misma?
No te vemos. Tus labios
se frotan con la tierra húmeda
y todo es un rumor de fósiles y escamas,
un sudario intranquilo.
Conoces la oquedad del gusano, el más leve
filamento de las raíces,
y en tu piel se abren puertas
que llevan a otras puertas
que son la yema de tu carne
rompiéndose por dentro.
Arriba está el azul, el cielo osmótico,
y ese tronco de sauce que respira por ti,
desde tan lejos.
Arriba están los perros que amaste sin medida
(los oyes escarbar en vano),
el paso caminante.
No te vemos, ya nunca
volveremos a verte
entre las sombras del jardín que somos,
que sigue por hacer.
El fondo te reclama y tú desciendes,
te vas difuminando
en la blandura posesiva del bajotierra.
El hueso es musical
pero no canta.
La hierba hará su parte.
III. SUEÑO
Nada que hacer,
nada
que declarar tampoco.
El agua pasa, el leño
flota corriente abajo
y se pierde en la bruma.
He estado aquí, lo sé.
Conozco el sitio
de otras veces: el verde
claro de la acedera,
la dejadez del barro,
este saber del pie
que tantea la orilla
sin mojarse.
Conozco
el lugar, las palabras,
pero decirlas
no hará retroceder el tiempo.
Si hubo un sentido,
se fue con la corriente.
Vuelvo a sentarme
sobre la tierra húmeda
y desgrano tu nombre.
No se puede
vivir del aire.