[Un poema excluido de Don de la ebriedad]
Nuestro reino tampoco es de este mundo
y, sin embargo, la belleza imprime
formas de su dolor. ¿Y a quién invoco,
y a quién he de invocar? Oh, tú, la tarde
junto al agua color de yelmo y de asta.
Árbol: escudo en la llanura inmensa.
Soledad del camino. ¡Tú, vencejo
crucificado en la pared del hombre!
Claro ha de ser el día y presurosas
irán las nubes. Como en un cayado
de pastor mal grabado con las piedras,
el símbolo del campo y de la vida
se quemará en mi piel. No es de este mundo
y, sin embargo, la misión me culpa.
¿Yo soy la causa de que las estrellas
teman caer? ¿Yo miro y todo calla?
¿Yo hago al racimo agraz y negro al trigo?
Sé lo que es ser gusano en la manzana
y, sin embargo, entérate, no es de este
mundo tampoco mi ebriedad. ¡Bodega,
qué combustible corazón, qué alta
uva pisada por los pies desnudos
de los ángeles como los de un pobre
tan hermoso que muere al menor signo!
Claro ha de ser el día porque siempre,
siempre a campana herida te anunciabas.
Pastoreos del día
Tú me recuerdas al pastor que graba
con las más duras piedras su cayado,
día que me trabajas hasta lo hondo,
que retallas mi vida trazo a trazo.
¡Como él, saca a la luz la blanca médula
de la alegría, taja, monda el claro
nudo de juventud, ráele las vetas
del dolor a mi leño bronco! ¡Cuánto
te esperé, día de hoy! Y llegas, llegas
con la mañana de los buenos pastos,
en mi humildad apoyas tu alto oficio
y allí me llevas ligerillo al brazo.
Allí me llevas y vivir no puedes
sin mí, sin todos, ir sin tu cayado,
día zagal que tan a punto vienes.
¡Ve, reposa ya en paz, deja tu hato
apacentarse a su albedrío: siempre,
siempre tendrás nuestra madera al lado!
Llega la fresca y hay que ir de regreso.
¡Que se hace tarde! ¡Reúne el redil! Vámonos.
Y ningún descarrío, ni una oveja
trasera. Todos juntos al establo
caliente de heno, mientras el buen día
se va tranquilo, el hombre de la mano.
Llegada a la estación de Ávila
Ávila, como tu aire
tan sano no lo hay, pero no vengo
a curarme de nada, aunque una cura
le iría bien a mi pulmón, tras estos
años en mala tierra.
Ya hemos llegado. Adiós. ¿A la cantina,
a engrasar bien el pecho,
a lavarlo del humo del viaje?
Allí está, es otra, es nueva; vamos juntos.
Buena es esta costumbre
—eh, tú, o alegras esa cara
o te vas. Canta, habla, bulle
aunque no oigamos nada, sino ruido,
bébete ya ese vaso
sin fondo, aunque en él nunca baile el agrio
mosto picado de la vida,
danos la mano, abrázanos a todos
sin miedo, aunque en tus brazos
tan sólo el aire…
Como en los nuestros. Bueno es cualquier sitio
para hacer amistades, pero éste
es el único que hoy nos queda abierto.
¡De prisa! Un gesto llano
y basta: una patria, un río, estrellas, todo el mundo,
esta región inmensa y sin conquista
que es el hombre, hela: tuya.
Y aunque pongas tu vida junto a la noche
siempre amanecerá. ¡Suelta el bocado
soso y frío del miedo! Cuando llegue
con más ternura que la luz de invierno,
tú saldrás por las calles, y tus ojos
repicarán, y aun a pesar tuyo
con mirar con limpieza estarás limpio.
Amigo del buen tiempo,
llegó el vareo del olivo,
el mejor mes para trucha. Dicen
que la que bien se ve ésa no se pesca
y así nosotros vemos
lo que jamás poseeremos,
pero en el río turbio de tu soledad, pon
el corazón por cebo
que algo picará un día; quizá un poco
de amor para tu mesa sobria, un cálido
visitante invernal para tu casa.
¿Ves cómo nuestro anillo
de alianza es de espuma
de plata, de humo
de tren? Esto es hermoso.
Aquí ya no hay banderas,
el traje mal cosido de una raza perdida.
Con amor y con luto,
lejos de donde hicimos bodas de sombra y noche,
hagamos hoy con nuestra orfandad blancos
lazos para las palmas de todos los balcones,
de esta saliva de vagón, la hermosa
lágrima fiel del niño.
Ya no habrá ningún rey
en el cielo sin nubes de nuestra gran pobreza,
rica, azul para siempre.
Ya no habrá quien nos cante
porque nosotros somos ahora el cántico,
la campana, la fábrica, el sustento.
Cuando dentro de poco llame a nuestras oscuras
puertas el sol, la faena
diaria, un bello viaje
sin distancia ni tiempo,
una gesta inmortal nacida aquí, en la tierra,
el corazón emprenderá animoso,
sin deudas ya, por tierras sin murallas,
sin ese medallón de barro seco
de la codicia, al alba,
con los primeros gallos encendidos.
Basta ya. No son horas
de sermón, aunque sí de lengua suelta.
Ávila, como tu aire
tan sano no lo hay, y este vinillo
se nos cuela con él en hondo oreo.
Recién venidos y un momento justos,
¡fuera de aquí quien nos recuerde ahora
esa voraz caída de la noche
sobre los altos campos
de nuestra tierra!
Poemas laterales es el nombre que Claudio Rodríguez daba a aquellos poemas no destinados a formar parte, en principio, de su obra central —esto es, de alguno de sus cinco libros. De hecho, el autor tenía la intención de recogerlos y editarlos algún día bajo ese título, como algo lateral a su trayectoria poética. De ahí que fuera guardándolos en una carpeta —una de esas típicas carpetas de color azul, sin solapas y con gomas— en la que aparece rotulado ese epígrafe. La mayor parte de estos textos son «homenajes», generalmente a poetas, o poemas «sobre pintura y escultura», a propósito de la obra plástica de algunos amigos, y fueron publicados en catálogos o revistas de muy difícil acceso en la actualidad.
Una de las secciones más interesantes de Poemas laterales es la que podríamos denominar «Poemas excluidos». En ella se encuentran aquellos textos que, en un determinado momento, fueron retirados por el autor de los libros en los que, en un principio, iban a ser incluidos, concretamente de Don de la ebriedad (1953), Conjuros (1957) y Alianza y condena (1965). Se da la circunstancia de que entre los dos primeros existen elementos en común, lo que demuestra alguna vinculación entre ellos y su condición de textos de transición, mientras que el tercero comparte algunos versos con otros poemas de Alianza y condena («Ciudad de meseta», «Un momento» y «Oda a la niñez»).
Quisiera expresar desde aquí mi agradecimiento a Clara Miranda por la autorización concedida en su día para publicar estos poemas en la edición que hace unos años preparé de Poemas laterales (Fundación César Manrique, Taro de Tahíche, Teguise, Lanzarote, 2006), así como a Fernando Gómez Aguilera, director de la Fundación César Manrique.
Luis García Jambrina