Guadalajara, Jalisco, 2003. Estudiante de la licenciatura en Escritura Creativa del CUCSH. Ganadora del XIII Concurso Literario Luvina Joven, en la categoría Luvinaria / Ensayo.
Para Eduardo Aguirre
Por un lado, pegada a la pared, una espora de plaga, un montón de humedad. Del otro, una maleza parecida a la wigandia urens o caracasana. Sus raíces son siempre del doble que el resto de su cuerpo y se extienden finas, como micelio entre ladrillos. Se nutre de la estructura del edificio, de fetos emparedados y de lo que se cuele entre los poros de un resanado resquebrajado. La casa beige se está derrumbando, y todo aquello que puede aprovechar la maleza, se lo comería con catsup. Pasé por un lado de la casa, que tiene en frente al Mercado Corona modernizado. Volví a pasar por ahí y la planta ya daba algo de sombra.
En Google Maps hay tres registros de la street view de la calle de la casa beige, calle Ignacio Zaragoza, de los años 2009, 2014 y 2023. Voy al 2023. Desde la esquina que cruza con la calle Independencia la veo lejana, uso las flechas para acercarme a ella y desaparece. El año cambió al pisar la calle, estoy nueve años atrás, en el mapa de 2014, el año del incendio definitivo en que el mercado cambió de forma. No existe un plano actualizado donde se pueda ver de frente a la planta ruderal. Desde la avenida Hidalgo, los árboles tapan la vista. Busqué frente a una de las caras del mercado el edificio de Tecnocentro, pero Google Maps me arroja a los túneles de la avenida Hidalgo. Vuelvo sobre mis pasos. En 2009 la casa beige tiene locales en renta, una casa de empeños, dos tiendas de artículos para fiestas infantiles, un puesto de chiles secos y, no podría faltar, un local de comida china. Sobre uno de los puestos de artículos para fiestas, hay una planta de la misma especie, de menor tamaño. Para 2014 esta planta desaparece y, en su lugar, está un equipo de aire acondicionado marca York. El restaurante de comida china tiene letras chinas doradas y pintura roja, la tienda de artículos para fiestas exhibe piñatas de las princesas, la otra se convierte en una tienda naturista, la casa de empeños cambia de nombre. El puesto de chiles secos permanece. En 2023 una planta se alza sobre el edificio que languidece. Un lapso de nueve años en los que se adivina el fracaso comercial, la proliferación del moho y de las hierbas y el exoesqueleto que previene a la casa del derrumbe.
El incendio del 5 de mayo de 2014 comenzó con un corto circuito. El fallo de la cobertura aislante de un cable por debajo de un medio conductor, como el agua, o así me lo imagino. Sigo así: la página del gobierno de Jalisco publicó una noticia que aclara el porqué del hecho, donde se aclara que el incendio inició en la planta alta, en el área de herbolaria. Porque sí, ser yesca es otra de las funciones de la hierba seca.
También el 5 de mayo, pero de 1862, el general Ignacio Zaragoza comandó a los hombres que consiguieron la retirada del ejército francés. Se podría decir que los franceses dieron un paso atrás, pero los mexicanos se quedaron en el mismo lugar, sin nombres, abultados en el sustantivo ejército. En primaria me hacían analizar oraciones: verbo, artículo, sustantivo. Los sustantivos colectivos eran palabras en singular que hacían referencia a un grupo o conjunto, y eso era desconcertante. Pensaba que las palabras no podían apuntar a ese tipo de progresión en la que ejércitos ya era hablar de grupos de grupos. Era como malabarear con cantidades y posibilidades de tal persona, animal o cosa.
Pienso en una planta. Una sin raíces ni tallos ni hojas ni tronco ni flores; por unos segundos, altero un imaginario típico, pero ahí están las plantas no vasculares. Muchas son filamentos erguidos montados sobre un fondo verde, como lo son los musgos al verlos de cerca. Plantas de superficie y vapor de agua, desprovistas de todo órgano verdadero. Sobre todo, son superficie. Leí en un libro de Francis Hallé un pasaje acerca de la geometría de los árboles y las aproximaciones para calcular la superficie. Se tendrían que transformar el tronco y las ramas al sentido geométrico, en rectángulos, tomar en cuenta ambos lados de cada hoja y las raíces. Un ficus alcanza hasta los diez metros de altura, en Guadalajara hay varios amplios, imagino todas las hojas de un ficus extendidas sobre el pavimento. Ahora, un musgo, nada más que superficie sobre una roca. Lo que implica simplificar las dimensiones de un musgo a planos geométricos es dividir su espesor. Musgo también es sustantivo colectivo. Y el sustantivo, una superficie sobre otras superficies.
Banqueta sobre tierra, una casa sobre la mezcla de la banqueta que se secó hace años, la casa sostenida por vigas externas o por raíces gruesas apresando cada ladrillo. Las malezas pueden ser sustantivos abstractos, algo que se supone que no puede ser percibido con los sentidos. Hasta qué punto se puede considerar que son o no percibidas es su mayor distinción con los sustantivos concretos, los árboles. No igualmente quietas, la maleza es viajera, como las tortugas laúd, y dotada de un caparazón genético. En la ciudad que hierve, la maleza se enfrenta a la sequía, a excepción de la lluvia de meados de perro; a sus poros bloqueados por el polvo sin oportunidad de fotosíntesis, pero se aferran al oasis de los lotes baldíos. Ser maleza es codearse con las palomas. Asumir al cemento como un tipo de sustrato.
Francis Hallé escribe acerca de un suceso documentado en la amazonia: los árboles emiten moléculas volátiles (COV) con motivos de lluvia. El vapor de agua por sí solo no es suficiente para que llueva, los árboles emiten COV para que las moléculas de agua se aglomeren en esas moléculas y se puedan formar las gotas de lluvia. En la ciudad, existe el polvo para formar las gotas. Tanto los COV como el polvo se desempeñan como un núcleo. Las moléculas de ciudad se aglomeran en las moléculas de las plantas ruderales. Son las plantas silvestres en contacto constante con la población, contribuyen al microclima urbano y la captación del polvo. En los puntos más exactos dan cierta forma, redondean esquinas por debajo de la banqueta. La hierba de la casa beige hace ruido, con sus brazos extendidos no sólo conoce la luz sino la noche del centro de la ciudad. La wigandia tiene pelos en tallos y hojas tan gruesos como el espesor de las cobijas marrones de las personas en situación de calle. Las flores de la especie tienen el color de la lavanda y no existen adrede, no van con el azul violáceo de las jacarandas ni el naranja de los tabachines.
Dejé crecer una hierba que apareció sola, en la maceta de mi asclepia, alcanzó y sobrepasó los casi treinta centímetros de la planta anfitriona. A los días, perdí de vista a mi planta. Cuando me agaché con la regadera en mano, sólo había un pequeño tallo seco sobresaliendo de la tierra, al lado de la hierba espontánea. Tiré del palito, era una estaca diminuta impregnada de tierra, sin raíces.
La wigandia empezó por la fachada del segundo piso, con la carrera de la altura ya empezada. Verla es como ver una fotografía borrosa, porque no hay una dirección que se distinga de otra en el inframundo. La infraciudad, a la que pertenecen las bolsas de basura acomodadas en una esquina, las calcomanías de verificación de los coches, el agua café del grifo y la maleza por igual. La planta atraviesa transversalmente dos superficies de la realidad. Parte de una ciudad ajetreada y de gente fluvial por el centro de la ciudad, pero no sigue la regla de la fórmula de la distancia entre dos puntos, entonces no llega al punto b, se queda un tiempo en la recta y después en el espacio en blanco. En 2014 la planta está en ausencia, en blanco. Después vuelve a una recta, que no es la misma que antes. El espacio ha cambiado. Pasó de a a d sin llegar a b ni a c. En c, el mercado frente a ella no es el mismo, ni el edificio del cual se alimenta, ella misma ha cambiado desde que le arrancaron su primer brote. En el trayecto, desviado potencialmente, cruza la deriva, el espacio blanco está próximo, el derrumbe de la casa que recuerda a una cuerda floja o un incendio consecutivo que cambie el panorama y desenmascare la naturaleza pirófita de la planta. Cualquier cosa a la vuelta de la esquina.
Sobrevivir aun siendo vista. Y de repente sostenida y no, su existencia en el tiempo. A partir del suelo nunca podría crecer hasta la altura del edificio más alto del mundo que acapara la luz del sol, pero podría crecer en su punta, en su bayoneta alzada. Con el sol a contrapecho, sufre tanto como el árbol mal podado. Acá abajo, los veo bostezar y veo sus lágrimas de bostezo.
Como una planta vagabunda, hoy está en movimiento.