Córnea
Gota a gota penetra la luz por un túnel largo.
La pupila dilatada espía por ínfima película
a una luciérnaga que se acerca.
La córnea es celosía
que el láser abre a golpes de prisma.
Entonces,
los ojos encandilados van siendo testigos de imágenes
(acaso ajenas).
Inundados,
son tregua al blackout irreversible de aquellos otros:
los del cadáver.
Rostro
No hay nariz, pómulos ni mandíbula.
El semblante es sólo el fósil de un antiguo accidente.
De manera virtual ya se diseñó un rostro
y en la imaginación del descarado se perfila una identidad.
Durante el transplante,
el cuero queloide se resiste a nuevas heridas,
pero cede ante la seducción de comisuras humanas
y ángulos conocidos.
A la nomenclatura de lo deforme
se ha injertado algo reconocible.
La nueva cara amoratada, zurcida, hinchada
puede reconocerse como máscara auténtica,
al fin,
como la de todos los demás.
Corazón
De inmediato,
el corazón transplantado late como si nada.
Palpita generosamente,
intenso,
vive un instante a la vez.
Sin rastro alguno de nitroglicerina,
bombea con precisión absoluta,
desparrama la fuente que empapa el último resquicio
de este organismo aporreado.
El corazón no se importa monitoreado,
autista,
se regodea en su propio compás.
Joven,
reemplazó un palpitar roto.
Es todo un sol,
pero a merced de un perfecto desconocido.
Hígado
Laboratorio moderno desde la prehistoria, el hígado se antoja herramienta de laja de obsidiana y forma de pintura rupestre o modernista.
Proclive a no ser valorado con justicia, nunca se vio un hígado en un Chac Mool. Siempre silencioso, no se da a notar como otros órganos con palpitaciones, rechinidos o estertores. El amarillo es un señalamiento llamativo, imposible de ignorar, como en cambio se pasa por alto el atractivo chapeteado de la lepra en sus inicios.
El hígado —a pesar de estar henchido de sangre que no es azul— es de nobleza innegable. Los transplantes son exitosos dado que al fin se encuentra con alguien que ya ha escarmentado en el tufo de la mala destilación y las envidias carcomidas por la bilis.
Es como un hoyo negro espacial que lo absorbe todo y adonde van a dar los más grandes excesos para quedar comprimidos sin perder su fuerza gravitacional, contundente e inexplicable.